Los primos del bicentenario
Estalló en las redes sociales; en los foros, en Twitter y en Facebook, lugares donde la política revela el moderno sello del siglo XXI, además de los tradicionales cuchicheos en cafés, esquinas u oficinas públicas. Fue un síntoma que convirtió a la foto del abrazo entre José Cano y Domingo Amaya en el suceso electoral de la semana, aunque ya parezca un hecho lejano por la dinámica propia de la política. El acuerdo, que postergó el alumbramiento de una explícita fórmula -aunque la ubicación del uno y del dos parece ser un secreto a voces- genera expectativas, implica reacomodamientos mentales y de conductas, importa duras críticas y análisis -cientos y miles, si incursionamos en internet- y también deja heridos. Los estertores y efectos del pacto no cesarán, tanto entre peronistas como entre radicales, llámense fugas o adhesiones, ambas imposibles de estimar. Festejan canistas, amayistas, alfaristas, peronistas disidentes. Otros se lamentan y no llegan a entender esta coalición a la que califican despectivamente como un rejunte -gorilas, kirchneristas, alperovichistas, peronistas-; algunos en público, otros en privado. No hay interpretaciones ideológicas para un acontecimiento cargado de pragmatismo. En este tiempo la ideología no prima, o influye poco.

Lo que es claro -como un senador justicialista lo señaló con acierto hace pocos días- es que políticamente la suma de dos más dos no da siempre cuatro como se pretende -en este caso-, a veces sorprende gratamente resultando cinco, pero otras amarga igualando inexplicablemente en tres. Una suma que resta. La política es una ciencia con muchas variables, pero sin ecuaciones exactas. No hay fórmula matemática que concluya que un kirchnerista pueda terminar votando indirectamente a Macri -sin ironía de por medio-, cosa que en Tucumán es posible. Es que el universo político de la provincia es einstiano: se curva en el espacio y reduce las distancias infinitas. Acerca a los que portan desde las antípodas la revolucionaria escarapela del antialperovichismo. En fin, el diputado radical y el intendente capitalino tienen motivos para esbozar una sonrisa socarrona: han sumado aplausos uniéndose y sacudiendo el tablero electoral. Han creado el polo opositor, para pesar del resto de los partidos que, afectados por el grandilocuente “Acuerdo del Bicentenario”, han salido a cuestionar el apretón de manos con argumentos basados en el fracaso del ensayo llamado la Alianza del 99.

Es la misma observación que hace el oficialismo para denigrar el pacto. No es una curiosidad llamativa ni una ingenuidad la que aproxima a los grandes y a los chicos, es el flanco débil que ofrece el gran “Acuerdo”. El cuestionamiento saldrá una y otra vez durante la campaña para insistir en que las coaliciones armadas a las apuradas para una votación no garantizan una buena gestión del poder. La del ‘99 les dará un plus de razón. A la inversa, este punto negativo constituye el principal desafío político de Cano y de Amaya: el de convencer al tucumano de que esta novedosa unidad no implica apuro, improvisación, debilidad partidaria o un amontonamiento de dirigentes para tratar de ganar a como dé lugar. Tampoco va a alcanzar el discurso en favor de la institucionalidad y de la recuperación de la democracia para erradicar el nepotismo. Nuestro discurso tiene que llegar al estómago de la gente, apuntó un radical simoqueño inmediatamente después del abrazo de los nuevos primos en la Casa Histórica. No con bolsones, claro.

Pero en esta amalgama de intereses variados, hasta puertas adentro tienen que cuidarse los radicales, ya que algunos se van de verba y terminan ingenuamente cuestionando lo que tratan de justificar. Por ejemplo, Ernesto Sanz advirtió el martes, en Buenos Aires: no creo que amontonarse o juntarse todos por juntarse traiga siempre buenos resultados. ¡No lo dirá por el acuerdo local! Suena irónico viniendo del presidente de la UCR, el partido que integró aquella Alianza y que hoy se asoció al PRO y a la Coalición Cívica. Los antecedentes no ayudan a los hombres de Alem. Miremos el futuro, apuntó Cano con Macri a su lado para desprenderse de la mochila y la imagen del helicóptero que soporta el radicalismo. La propuesta y el mensaje tendrán que ser claros y contundentes.

Al margen de las adversidades históricas y las contraindicaciones políticas, el acuerdo tucumano reúne a dos dirigentes que sostienen que van primeros en las encuestas a la hora de ubicarse frente al candidato del oficialismo. Por ahora ese detalle no implica un punto en contra ni una ventana al fracaso futuro. Si bien el tiempo dará la razón a uno de ellos, lo cierto es que se trata de un arreglo que impactó en la Casa de Gobierno, donde no querían que se verifique por una cuestión sencilla: una oposición dividida mejora las chances del oficialismo de ganar los comicios. El panorama cambió desde el martes, aunque renieguen y lo nieguen desde el Ejecutivo. Hay equipo, dirán los opositores.

Con este panorama, los justicialistas van a tener que trabajar un poco más de que lo que pensaban en los 90 días que restan para garantizar el triunfo de la dupla Manzur-Jaldo. La victoria para el PJ sólo puede venir y asentarse desde el interior, de las secciones electorales del este y del oeste, que contienen a 700.000 empadronados. En cuanto a la Capital, que tiene 400.000 votantes, consideran que están más cerca de perderla, de acuerdo a los resultados de 2013. Un cálculo rápido indica que el Gobierno tendrá que minimizar en diferencia de votos una eventual derrota en San Miguel de Tucumán y maximizar en las urnas -a partir de constituir cientos de acoples- una victoria en las secciones electorales II y III. No parece difícil el cometido a partir de la estructura territorial que maneja el PJ. Vamos a tener un gobernador y un intendente peronista, ironizó un alperovichista que reivindica sus orígenes en el peronismo, descontando el triunfo de Manzur en la provincia y de Germán Alfaro en la Capital. ¿Ni en broma ven en la propia sede del PE a Yedlin ganando? Respuesta: ven a la clase media derrotando al alperovichismo en la ciudad por ser el fiel reflejo de los modos políticos del kirchnerismo. Mínima diferencia conceptual con un mismo resultado final. A la inversa, los primos del bicentenario van a tener que multiplicarse en el interior y ratificar la adhesión capitalina para celebrar una victoria juntos.

El Gobierno provincial tendrá que poner toda su imaginación electoral y recursos para que haya continuidad con cambios. Alperovich miró el mapa y entendió que debía ponerse a la cabeza de la campaña para centralizar la acción y para obligar a los suyos a trabajar en esa línea. Duda de los propios y pondrá lo que haya que poner para vencer. Quiere ganar, tanto el 9 -en las PASO- como el 23 de agosto, en la elección provincial. Sus adláteres comprendieron sus razones y avanzaron en una ley para -a criterio oficialista- facilitarle la victoria en las PASO como candidato a senador: sacar a Cano del medio impidiéndole la doble candidatura para un cargo nacional y uno provincial. Así, lo que para unos es temor o debilidad del alperovichismo para pelearle al diputado radical, para otros no es más que picardía electoral, propia de un tiempo de batallas por el poder, donde no hay que dejar crecer al adversario. La Justicia tendrá la última palabra.

En este marco, es lamentable que con justificaciones de transparencia se propongan iniciativas electorales para reglamentar los procesos comiciales que en el fondo son auténticas chicanas. Prohibir las dobles candidaturas para evitar los engaños al ciudadano o tratar de impedir que las esposas de los intendentes se candidateen para sucederlos -y evitar las monarquías municipales- tienen una falsa áurea democrática. Con argumentos que parecen sanos se burlan del sistema. Todos quieren parecer buenitos, pero no lo son. Son oportunistas disfrazados de republicanos.

Ahora bien, aunque la “ley Cano” tiene como destinatario al parlamentario, en el alperovichismo no hay tanta bronca con él -ya vendrá el tiempo para desbocarse-, como con Amaya, con quien están desencantados y desilusionados, por usar palabras suaves. La sensación que los invade es una mezcla que incluye la idea acusatoria de traición, de lamento porque pese a todas las objeciones arrastra votos peronistas para la oposición, y de resignación por entender que hubo errores en el seno del Gobierno que causaron este inoportuno desenlace. Contra Amaya va toda la munición gruesa. Traicionó a Néstor muerto, a Cristina en vida, a Alperovich, a Scioli y a Randazzo; no dejó a nadie sin traicionar en el peronismo. Así lo graficó, con una pizca de ironía pero con gran indignación, un integrante del Ejecutivo. Con más realismo crítico se escuchó una voz quejarse: alimentamos al chancho.

Es que el jefe municipal no se fue solo, lo fueron. Lo fueron empujando lentamente fuera del círculo de confianza, pese a los últimos esfuerzos del camporismo por mantenerlo en el redil. Salió a abrazar al principal enemigo del alperovichismo, conducta que constituye su principal flanco político, porque debe explicar razonablemente cómo surgió de repente su antialperovichismo después de 12 años de comunidad de acciones. Se defendió con un buen argumento al apuntar que sólo es leal al pueblo. Saltar el cerco le suma a la alianza con Cano porque remarca el perfil antialperovichista del naciente grupo opositor.

Pero faltan las justificaciones, las que persuadan al elector de la razonabilidad de las convicciones para cambiar de trinchera. Atendiendo a esta debilidad, en el oficialismo esperan que no cesen los desprendimientos por el lado de los peronistas más identificados con el kirchnerismo que acompañan a Amaya. Anhelan nuevas fugas; las suficientes como para horadar el voto amayista en la capital y mejorar las chances del FpV en San Miguel de Tucumán, un reducto que ven mezquino y complicado para festejar un triunfo en octubre. Si empardan en la ciudad, imponen el gobernador, aseguran. Están convencidos sobre la fuerza de esta ecuación. Para un alperovichista de la primera hora, la foto opositora no modifica la realidad; a su criterio, divididos, Cano y Amaya perdían en las urnas; ahora juntos, pierden igual, pero por menos. Optimismo relativo. En suma, la campaña avanza entre mandobles verbales, el fin de ciclo se acerca, todas las cartas aún no se echaron en la mesa y la dupla Cano-Amaya ya se ha convertido en un polo opositor de fuste para el alperovichismo.

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