La revolución que devoró a sus hombres

La revolución que devoró a sus hombres

La mayoría de los hombres de Mayo murió en la penumbra y entregó vida y fortuna a la causa libertaria. Condenas, exilios y penurias se combinaron en la convulsionada etapa en que empezó a nacer nuestra nación.

24 Mayo 2015

Por Ricardo de Titto

Para LA GACETA - BUENOS AIRES

La derrota infligida a los ingleses en el Río de la Plata y el consiguiente armamento de las milicias criollas, sumados a la posterior invasión de Napoleón a España generaron un vacío de poder que catapultó a una nueva camada de hombres al liderazgo político. Pero la vorágine de la situación no les permitió consolidarse en posiciones fijas –no había partidos ni programas– y lo que primó fue la búsqueda de caminos y las respuestas empíricas ante los acontecimientos.


Entre tantas historias personales que confluyeron en Mayo, hay dos pares de vidas paralelas, las del “francés” Santiago de Liniers y el vasco Martín de Álzaga, ambos comerciantes industriosos, y en el otro extremo ideológico, las de dos abogados, Mariano Moreno y Juan José Castelli, que ilustran la complejidad de un proceso revolucionario.

Así, hubo un período en que estos cuatro personajes parecen no corresponder a las veredas en las que los ubicamos después. Poco antes de Mayo, Moreno coincide con Álzaga en la solución juntista-españolista durante la asonada del 1º de enero de 1809, mientras que Castelli y Liniers tenían como referente, si bien con políticas distintas, a la infanta Carlota Joaquina, de la Casa de Borbón. El árbitro, en ese escenario, fue Cornelio Saavedra, el jefe de los Patricios.

Con la instauración de la Primera Junta, ya con precisión, los dos polos que sintetizaban la lucha eran los partidarios de la revolución y los contrarrevolucionarios activos. Moreno y Castelli –ahora aliados políticos– definieron y ejecutaron el fusilamiento de Liniers, que se había alzado en Córdoba, y Castelli prosiguió su marcha hacia el Norte, aplastando también a los españolistas sublevados en el Alto Perú, justo cuando Moreno era desplazado del centro político. Tras la derrota de Huaqui, también Castelli pierde sustento, es enjuiciado y, en la soledad, fallece de cáncer en octubre de 1812.

Con anterioridad, el descubrimiento de una “conspiración” dio pretexto al Primer Triunvirato –con el apoyo del “morenismo”– para dar por tierra con las ínfulas restauracionistas dirigidas por Álzaga. Él y más de 30 conjurados fueron fusilados en julio de 1812 y sus cuerpos exhibidos en la Plaza de la Victoria, con celebraciones públicas.

Moreno “gobernó” sólo seis meses y murió en alta mar. Castelli falleció encausado y sin sentencia. Liniers, héroe de la Reconquista, fue fusilado por el primer ejército criollo, heredero de las milicias que él mismo había impulsado. Álzaga, pionero del “juntismo”, fue fusilado y colgado por conspirador. Los dos principales dirigentes revolucionarios y los dos jefes de la contrarrevolución se consumieron por la implacable lógica de los hechos.

También los hermanos Rodríguez Peña fueron acusados de espías ingleses y perdieron su cuantiosa fortuna apoyando a los ejércitos independentistas. Saavedra, que pasó de gran comerciante virreinal a jefe de las milicias y presidente de la Primera Junta, fue luego desterrado. Belgrano, un convencido del orden monárquico, murió en la miseria por combatir, armas en mano, a la monarquía. El sacerdote Gregorio Funes, primero portavoz de las reformas borbónicas y famoso por sus loas a Carlos III, luego fue la principal figura de la Junta Grande. Por su parte, el logista Juan Martín de Pueyrredon, el primer gobernante de las Provincias Unidas, que casi terminó su mandato, y que solventó al Ejército de los Andes, pasaría muchos años exiliado en Francia, cerca de su viejo amigo, San Martín.

Muertes prematuras, exilios forzosos, condenas militares y políticas, penurias económicas. Ése fue el destino de la mayoría de los hombres de Mayo. Hoy, en momentos en que la militancia y el compromiso social se encuentran devaluados, y cuando parecen más importantes las campañas políticas mediáticas que los programas, los hombres de Mayo emergen como un ejemplo que debemos rescatar y revalorar. La mayoría de ellos murió en la penumbra y entregó vida y fortuna a la causa libertaria que los motivó con pasión. Recuperar sus nombres, destacar su papel en un proceso convulsionado –más allá de los matices que los distinguieron– es una forma de honrar a quienes hicieron del deber y de la responsabilidad con la “patria” naciente una conducta en la vida.

© LA GACETA

Ricardo de Titto – Historiador, director de la colección “Claves del Bicentenario”. Autor de Hombres de Mayo.

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