¿Les ha fallado la Iglesia a los pobres?

¿Les ha fallado la Iglesia a los pobres?

Obama fue muy agradable para las mentes progresistas al decir que las iglesias han estado demasiado obsesionadas con las guerras culturales. ROSS DOUTHAT | The New York Times 2015

23 Mayo 2015
Dos estadounidenses destacados -un prominente sociólogo y el presidente de Estados Unidos- decidieron responder a la pregunta de si las iglesias les habían fallado a los pobres. Su respuesta fue muy agradable para las mentes progresistas: las iglesias han estado demasiado obsesionadas con las guerras culturales. “En los últimos treinta años, la mayoría de las religiones organizadas se han concentrado en cuestiones relativas a la moral sexual, como el aborto, el matrimonio homosexual, todas esas cosas”, declaró Robert Putnam de Harvard. “No estoy diciendo que sea bueno o malo, sino que eso es en lo que han estado usando todos sus recursos. Se han concentrado por completo en cuestiones de homosexualidad y anticonceptivos, sin interesarse en las cuestiones de la pobreza.”

La opinión del presidente Barack Obama fue más matizada pero igualmente crítica. “A pesar del mucho cuidado y preocupación”, observó el presidente, cuando las iglesias eligen “el tema que las define”, el que “realmente va a captar la esencia de lo que somos como cristianos”, combatir a la pobreza suele verse como algo simplemente que “es bueno tener”, a diferencia de “una cuestión como el aborto”.

Sería demasiado amable decir que estos comentarios están equivocados; fueron ridículos. No solo porque (como lo admitió Putnam) los creyentes personalmente aportan mucho a la filantropía, sino porque institucionalmente, las iglesias de EEUU usan todos sus recursos en formas que desmienten por completo la idea de que están obsesionadas con las guerras culturales. Como señaló Mark Hemingway de The Weekly Standard, “incluso los cálculos más generosos de recursos dedicados a causas de provida y a organizaciones que defienden el matrimonio tradicional son solo unos cuantos cientos de millones de dólares”. En tanto, el presupuesto de escuelas, hospitales, organizaciones asistenciales y otras organizaciones religiosas no lucrativas se tabulan en decenas de miles de millones.

Esta realidad se refleja en la atmósfera de la mayoría de las iglesias y las declaraciones públicas de sus jerarcas. Cualquiera que diga que los pastores estadounidenses están obsesionados con la homosexualidad y el aborto solo los está escuchando a través del filtro de los medios. Uno puede asistir a misa o a las megaiglesias durante meses seguidos sin que aparezcan esos temas; podemos aburrirnos hasta las lágrimas leyendo declaraciones denominacionales y documentos episcopales (verdad mucho antes del papa Francisco) con resultados semejantes. La creencia de las religiones organizadas están organizadas en torno de las guerras culturales es en gran medida una presunción de los no religiosos.

¿Existe alguna versión de la crítica de Obama y Putnam que tenga sentido? Quizá ellos solo quisieron criticar a los líderes religiosos que hacen de la oposición al aborto una prioridad política más que las campañas contra la pobreza financiadas públicamente. Pero incluso esa crítica borra esencialmente las iglesias negras y latinas (que apoyan sistemáticamente los programas sociales), ignora los años en que los obispos católicos han hablado en favor del estado asistencial y trata la corriente principal del protestantismo liberal como si ya estuviera muerta.

Asimismo, y muy convenientemente, absuelve al liberalismo de cualquier responsabilidad por impulsar a los estadounidenses creyentes hacia el Partido Republicano del gobierno pequeño. Ésa es una absolución que necesita particularmente la Casa Blanca de Obama, con su maximalismo en favor de la libertad de elección y sus intentos de forzar a las asociaciones no lucrativas religiosas.

No, para salvar realmente esta crítica habría que transformarla por completo. Sí existe el argumento de que las iglesias les han fallado a los estadounidenses pobres. Pero el problema no es cómo gastan su dinero o juegan a la política. Es una falla más básica en conectarse con la gente, integrarla y mantenerla en la iglesia.

Ésta es la impresionante historia de los últimos 30 años: a pesar del estereotipo de la religión como algo a lo que la gente “se aferra” (por citar otro momento de condescendencia de este presidente) en circunstancias desesperadas, la devoción religiosa en sí se ha derrumbado más rápidamente entre los estadounidenses con perspectivas económicas débiles que entre la clase alta con estudios universitarios.

La simple afiliación religiosa se ha debilitado entre los pobres y la clase trabajadora. El tan discutido crecimiento de los “nones” -estadounidenses sin filiación religiosa- ha estado ocurriendo entre la clase obrera tanto como entre la gente de estudios superiores.

Desde una perspectiva religiosa, ésta es otra señal de fracaso: una iglesia que paga para ayudar a los pobres pero que no reza con ellos, parece menos como la iglesia que el papa Francisco ha llamado, desfavorablemente, una simple organización no gubernamental.

Pero aun desde una perspectiva laica existe un problema, pues (como subraya el trabajo de Putnam) los beneficios sociales de la religión son más fuertes en la parte baja de la escala socioeconómica, y esos beneficios se suministran mediante la comunidad, la práctica y la pertenencia. Así pues, las iglesias que gastan y cabildean efectivamente para los pobres pero que están estratificadas cuando llega el domingo en la mañana, ofrecen menos para el bien común que si ganaran una gama más diversa de almas.

Esta crítica, de hecho, coloca una carga sobre los creyentes más pesada que la que pusieron Putnam y Obama. Su injusta acusación se responde fácilmente con lo que ya están haciendo los religiosos estadounidenses. La acusación justa, empero, requeriría hacer algo diferente.

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