El cambio es un sueño eterno
Cambio, o transformación, permuta, alteración, mutación, trueque, mudanza, variación, metamorfosis.

La palabra cambio es el término más bastardeado en el último tiempo. Todos quieren adueñarse de este vocablo.

Y la razón es bastante simple: las encuestas indican que casi el 80% de los argentinos quiere un cambio. Cambio total, cambio moderado, cambio de nombres, cambio más profundo, cambio sin cambiar tanto.

“Cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo”, dice la letra del chileno Julio Numhauser, fundador del grupo Quilapayún, canción que popularizó Mercedes Sosa por todo el orbe.

“Continuidad con cambio”, promete el alperovichista Juan Manzur, en línea con Daniel Scioli. Y cómo no creerle, si es el ministro más próspero de la década kirchnerista. Pasó de ser un simple médico de clase media a ser el dueño de media clase.

La Justicia, esa que también cambia cuando le conviene, dictaminó que el enriquecimiento fenomenal de Manzur fue lícito y producto de su trabajo.

Apenas un cambio climático, anuncia Daniel, el ex motonauta menemista, duhaldista y kirchnerista. En definitiva, un sciolista de la primera hora que nunca cambió.

Un eslogan que no cierra del todo, como poner primera y marcha atrás al mismo tiempo. Será que es la continuidad de ellos en el poder y vaya a saber cuál será el cambio. Misterio con sorpresa.

“Cambia el clima con los años, cambia el pastor su rebaño, y así como todo cambia, que yo cambie no es extraño”.

O Florencio Randazzo, que pasó de ser jefe de gabinete del gobernador Eduardo Duhalde, en el máximo apogeo del menemato, luego jefe de gabinete del gobernador Felipe Solá, ahora massista, a hoy guerrillero cristinista declarado. Este sí que cambia.

“El cambio justo”, anticipa Sergio Massa, y hasta escribió un libro con ese nombre. ¿Tiene justo o le doy cambio?, pregunta el mozo. Justo justo, justo todo y justo poquito, para todos los gustos, dice el ex intendente de Tigre y jefe de gabinete de Néstor Kirchner. Tan justo que se está quedando solo en el Frente Renovador.

“Cambia el más fino brillante, de mano en mano su brillo, cambia el nido el pajarillo, cambia el sentir un amante”.

Cuando uno ingresa a la página oficial de Mauricio Macri (mauriciomacri.com.ar) aparecen sólo dos cosas en primer plano: los ojos azules del jefe de la Ciudad de Buenos Aires y una sola palabra bien grande: CAMBIAR.

“El cambio se impone” o “voy a ser el presidente del cambio en 2015”, son algunas de las frases que repite a cada rato el ex presidente de Boca e hijo de uno de los principales contratistas del Estado en décadas.

Ahora, cuando le preguntan al jefe del PRO qué cambios hará responde que cambiará lo que se hizo mal y conservará lo que se hizo bien. Ajá.

“El cambio está llegando a la Argentina”, afirma Ernesto Sanz, que cambió el progresismo alfonsinista por el amarillo patito y dejó al radicalismo bastante cambiado.

“Cambia el rumbo el caminante, aunque esto le cause daño, y así como todo cambia, que yo cambie no es extraño”.

“Es tiempo de cambiar”, repite José Cano en todos sus afiches, candidato a gobernador por el radicalismo, macrismo, massismo, socialismo, peronismo disidente y ahora también kirchnerismo, entre otros sellos. Quizás se refiera al cambio que se producirá cuando metan todo eso en una licuadora.

Cuando Cano dice que es tiempo de cambiar no se referirá a los millonarios gastos sociales que cobraron sus partidarios en estos 12 años sin mostrar un solo recibo. Es tiempo de dejar de robar, afirma también el odontólogo. Pero cuando no se le cuenta a la gente en qué se gasta el dinero del Estado ¿cómo se llama? No es robar, pero se parece mucho.

Lo que seguro no quiere cambiar Cano es la capital, ya que pretende que la siga gobernando el amayismo, con Germán Alfaro a la cabeza, los mismos que la administran desde hace 12 años a los tumbos y ahora van para 16. No se ve mucho cambio por aquí.

Donde sí hay cambio es en la city bancaria. “¡Cambio, cambio!”, vocean los vendedores callejeros de dólares.

Los mal pensados dicen que son militantes de La Cámpora que quieren demostrar que no existe el cepo cambiario y que cualquiera puede comprar dólares en este país. Y es cierto, sólo que bastante más caro de lo que dice el gobierno.

“Cambia el sol en su carrera, cuando la noche subsiste, cambia la planta y se viste, de verde en la primavera”.

El intendente Domingo Amaya tardó diez años en cambiar y en descubrir que en la gestión alperovichista había corrupción, según denunció varias veces en los últimos meses.

Más vale tarde que nunca, dice el refrán. Sólo que esta vez el cambio llegó justo cuando quiso ser gobernador y José Alperovich eligió a Manzur.

Cambiamos de casa, de gustos, de ideas. Cambiamos de sexo y de nombre, de pareja, de estado civil, de amigos, y de trabajo. Cambiamos de religión, de peinado y hasta a veces cambiamos de equipo de fútbol. Y las madres insisten en que la bombacha, el calzoncillo y las medias deben cambiarse todos los días.

“Cambia el pelaje la fiera, cambia el cabello el anciano, y así como todo cambia, que yo cambie no es extraño”.

Como cambiaron Néstor y Cristina, enriquecidos gracias a la tristemente célebre circular 1050 de la dictadura, por la que adquirieron 22 propiedades, luego devenidos defensores número uno del ultraprivatizador Domingo Cavallo y a quien luego denostaron como el diablo mismo hecho hombre, sólo que más pelado.

Hasta la izquierda se propone como el único cambio en serio. Y probablemente esto sí sea cierto, pero deberían empezar por casa, ya que no cambian los personajes ni las ideas desde hace medio siglo.

“Pero no cambia mi amor, por más lejos que me encuentre, ni el recuerdo ni el dolor, de mi pueblo y de mi gente”.

Quizás nuestro error sea de perspectiva y no de fondo. Quizás porque durante muchos años nos hicieron creer y nos repitieron hasta convencernos de que el cambio está en la dirigencia y no en la gente.

Nos hicieron pensar que la dueña de la colmena es la abeja reina y no las abejas obreras. Que cuando hay miel es gracias a la reina y cuando el dulce falta es culpa de las obreras.

Y es exactamente al revés: a una colmena la cambian las obreras, la mejoran o la arruinan. La reina puede ser una hoy y otra mañana, y cada nueva que llegue dirá lo mismo, que cambió la colmena y mejoró la miel.

“Lo que cambió ayer, tendrá que cambiar mañana, así como cambio yo, en esta tierra lejana”.

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