Por Carlos Páez de la Torre H
23 Mayo 2015
ÁNGEL GALLARDO. Una caricatura de 1916 en “Fray Mocho”, muestra a Gallardo rodeado de esas hormigas a las cuales había dedicado importantes investigaciones la gaceta / archivo
Ángel Gallardo (1867-1934), ingeniero civil y doctor en Ciencias Naturales, cumplió una relevante tarea de investigador, además de ocupar altos cargos: canciller y presidente del Consejo Nacional de Educación, por ejemplo. Fue uno de los primeros conferencistas de peso que dieron su aval a la flamante Universidad de Tucumán.
En setiembre de 1915, en esta ciudad, pronunció cinco disertaciones de extensión universitaria, sobre el tema “Herencia biológica”. Además, en 1916 prologó la “Descripción de Tucumán”, de Germán Burmeister, en los capítulos traducidos que editó nuestra Universidad.
Fue una personalidad que impactó en el entonces rector de la casa, Juan B. Terán. En su diario personal, apuntó que Gallardo, además de sus títulos académicos, era profundamente distinguido. “La distinción se define por la capacidad para pasar en silencio, sin llamar la atención, para no herir ni molestar, para no exhibirse, y hacer presentir o adivinar las cosas propias, ocultando sin ruido lo que se es o lo que se vale”, escribía Terán.
Muchos años después, en 1934, tocó a Terán despedir los restos del doctor Gallardo en Buenos Aires. Recordó entonces aquellas conferencias de 1915, y destacó los relevantes trabajos científicos del fallecido. A su juicio, Gallardo poseía cierta luz central, que explicaba “la armonía de sus múltiples virtudes, en la que el desapego por el bullicio y la lucha no era un desencanto ni un desdén”. Era “la certidumbre de una excelencia mayor que la del triunfo sonoro de una grandeza apacible, serena y sonriente: una grandeza que no requiere las grandes palabras ni los gestos teatrales”.
En setiembre de 1915, en esta ciudad, pronunció cinco disertaciones de extensión universitaria, sobre el tema “Herencia biológica”. Además, en 1916 prologó la “Descripción de Tucumán”, de Germán Burmeister, en los capítulos traducidos que editó nuestra Universidad.
Fue una personalidad que impactó en el entonces rector de la casa, Juan B. Terán. En su diario personal, apuntó que Gallardo, además de sus títulos académicos, era profundamente distinguido. “La distinción se define por la capacidad para pasar en silencio, sin llamar la atención, para no herir ni molestar, para no exhibirse, y hacer presentir o adivinar las cosas propias, ocultando sin ruido lo que se es o lo que se vale”, escribía Terán.
Muchos años después, en 1934, tocó a Terán despedir los restos del doctor Gallardo en Buenos Aires. Recordó entonces aquellas conferencias de 1915, y destacó los relevantes trabajos científicos del fallecido. A su juicio, Gallardo poseía cierta luz central, que explicaba “la armonía de sus múltiples virtudes, en la que el desapego por el bullicio y la lucha no era un desencanto ni un desdén”. Era “la certidumbre de una excelencia mayor que la del triunfo sonoro de una grandeza apacible, serena y sonriente: una grandeza que no requiere las grandes palabras ni los gestos teatrales”.
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