Para la AFA, Tucumán no existe
Los 7.000 jugadores federados y los 52 clubes afiliados a la Liga Tucumana de Fútbol no existen para la AFA. Tiene infinito más peso, por ejemplo, Barracas Central. Su presidente, Claudio “Chiqui” Tapia, se arroga la representatividad del “ascenso”, que no es otra cosa que un conglomerado de pequeños clubes de la Capital y el conurbano bonaerense amuchados en la “B” y “C” Metropolitana. Agreguemos que a Tapia lo envalentona su condición de yerno de Hugo Moyano y a partir de allí se autocandidatea para presidir la AFA. En la casa de calle Viamonte habrá elecciones este año y la gran pregunta es si Marcelo Tinelli estará habilitado para competir. De cuestiones de fondo, como la estructura perimida que urge cambiar, nadie dice ni mu.

Hasta que a Valentín Suárez se le ocurrió impulsar los viejos Nacionales, en la segunda mitad de los 60, las provincias eran una tierra exótica y lejana para la AFA. Eso sí: la cantera de cracks siempre fue inagotable, y los memoriosos apuntan cómo los clubes foráneos se llevaban “equipos enteros” de Atlético, San Martín, Tucumán Central, Sportivo Guzmán y siguen las firmas. Era una cantera de lujo, generosa, pero carente de representatividad.

Pasaron casi 50 años y la canción es la misma. Apareció esa oficinita llamada Consejo Federal, en la que se organizan campeonatos gigantescos. Tanto que un equipo de Jujuy puede terminar jugando con otro de Santa Cruz para subir, por ejemplo, del Argentino “B” al “A”. Para lograr un salto equivalente, a Barracas Central y sus rivales les alcanza con cruzar un par de barrios. Desde los 80 a la fecha se sucedieron las reestructuraciones de torneos y algunos clubes prestigiosos dieron el salto a las categorías principales. Son espejitos de colores. La AFA es una acabada síntesis de unitarismo decimonónico, construida con estatutos casi centenarios que bien podrían exhibirse en un museo. Entre las numerosas deudas sociales pendientes de la Argentina, la verdadera federalización del fútbol no se baja del top ten.

Es curioso cómo los modelos se replican a escala. Los reclamos de federalismo suelen mezclarse con discursos berretas de chauvinismo antiporteño. ¿Y por casa cómo andamos? Durante décadas el fútbol tucumano corrió por cuerdas separadas. La Federación -potenciada por Atlético y San Martín- de un lado; la Liga del Sur y la Cultural por el otro. El sistema tenía sus pros y sus contras, pero también pecaba de centralista y en cierta forma discriminatorio. El problema es que se lo borró de un plumazo y de la peor manera: por la fuerza que implicaba una pistola sobre el escritorio. Así nació la Liga Tucumana de Fútbol el 21 de septiembre de 1977.

Los que cortan el queso en la AFA son los integrantes del Comité Ejecutivo, conformado casi en su totalidad por representantes de los clubes directamente afiliados. Arsenal, por caso, es un club directamente afiliado. Imposible que llene su canchita de Sarandí con hinchas propios, pero allí está, en la mesa de las decisiones. Sobran ejemplos como ese. Ni Atlético, ni San Martín, ni Argentinos del Norte, ni San Lorenzo de Santa Ana están directamente afiliados. No votan. No cuentan. Para la AFA, la Liga Tucumana de Fútbol es un puntito entre todas las ligas del país, decenas de miles de jugadores y centenares de clubes que valen menos que el voto de Banfield. ¿Se entiende entonces dónde está la raíz de la crisis institucional?

A nadie le interesa barajar y dar de nuevo porque el cambio sería demasiado profundo, impensado, y sólo podría instrumentarse a partir de una inapelable decisión política. Sería federalizar el fútbol en serio, y no por medio de mamarrachos como el torneo de 30 equipos. Reformar la AFA implicaría, sobre todo, terminar con el negocio y con el reparto del poder tal como funciona hoy. La violencia es uno de los emergentes de ese sistema corrupto y anacrónico, apuntalado por dirigentes de clubes, políticos, jueces, fiscales e integrantes de las fuerzas de seguridad. A ellos responden los barrabravas. Roban para la corona y de paso se quedan con una generosa porción de la torta.

Lo mismo sucede en Tucumán, con pruebas a la vista. “Flay” Roldán pasó de indeseable deportado en el Mundial de Sudáfrica e implicado en el asesinato de Luis Caro a tropa del armado de base de Gerónimo Vargas Aignasse. De las relaciones de la familia Acevedo/González con el mirandismo y el alperovichismo se escribieron océanos de tinta. El fútbol está destruido por arriba y por abajo.

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