Un privilegiado que pescó en espejos de agua llenos de peces

Un privilegiado que pescó en espejos de agua llenos de peces

Con 100 años recién cumplidos, el autor de la columna “Caza y pesca”, de LA GACETA, recuerda su romance con la caña de pescar.

CIEN AÑOS. La columna “Caza y pesca” de Présedes Salvador, en LA GACETA, son parte de nuestra historia. la gaceta / foto de diego aráoz CIEN AÑOS. La columna “Caza y pesca” de Présedes Salvador, en LA GACETA, son parte de nuestra historia. la gaceta / foto de diego aráoz

Nació tres años después que LA GACETA, una soleada mañana de otoño en la casa familiar de La Ramada de Arriba, en Burruyacu. Quizá este parezca solo un dato referencial, pero guarda estrecha relación con el protagonista y su actividad al cabo de un siglo de vida, mezclada con tinta, anzuelos y cartuchos. Es que Présedes Salvador, quien se autoreferencia sobre cualquier conquista o título como “un aventurero”, fue durante 29 años columnista de la sección “Caza y Pesca” en nuestro diario, y acaba de cumplir 100 años.

Y no es casualidad tampoco que resalte su longevidad. Su padre, Ramón Salvador, falleció tres meses antes de cumplir también un siglo de vida, y su madre, Ana Navarro, cuando tenía 103 años. Su hermana odontóloga, Mercedes Salvador de Pons, cumplió ya 98 años.

“Don Présedes”, como le llamamos en el diario, generó entre los lectores de entonces (décadas del 60, 70 y 80) la sana avidez por enterarse los viernes qué lugares había que visitar los fines de semana para “despuntar el vicio” con la escopeta o la caña de pescar. Directo y espontáneo en el lenguaje, reflejaba en su columna los comentarios recogidos en las charlas con amigos del ambiente, poniendo énfasis en las novedades de sus propias excursiones, tanto en la provincia como fuera de ella.



“Escribir sobre mis experiencias y lo que me contaban de la pesca o la caza era una necesidad, otro vicio que tenía”, apunta durante la charla en living de su casa. Si bien hay baches en su narración, su lucidez permite recomponer gran parte de su intensa vida. De hecho, el deterioro de su salud (artrosis y bronquios) es consecuencia de ello. Noches heladas de cacerías y caminatas, y jornadas de pesca de truchas chapoteando en los ríos helados de la Patagonia “pasaron factura”, subraya, a la par que aclara que nunca se le dio “por agarrar un cigarrillo”.

La afición por la caza la heredó de su padre. “De chico me llevaba por los campos a escopetear liebres, palomas, sachas y perdices. Me apasionó el tiro al vuelo, y me hice ‘perdicero’. Acá, en la ciudad, me asocié al club de cazadores, para sentir la emoción, pero nunca participé en los concursos. No me atraía ese desafío pese a que era buen tirador”, rememora apoltronado en su cómodo sillón, con las manos apoyadas en el bastón.

Por momentos, al incursionar en el tema de la pesca, la sensación de la entrevista es de “maestro” a alumno. Es que “Don Présedes” también formó parte del Club de Pesca LA GACETA. Más que un competidor entre nosotros, fue un docente. “Fue una época linda. Me gustó porque hasta las periodistas iban a los concursos”, apunta. Por entonces, siempre repetía que la pesca es fundamental en esta sociedad moderna, “porque aleja los traumas, apasiona y atrapa, y es cautivante por su contacto directo con los paisajes y la naturaleza”.

¿Usted impuso parte de los términos que hoy usamos los pescadores?, es la consulta. “No sé. Puede ser. Era volcar en el teclado las frases o palabras tal cual la decían en las rondas de café, cuando cada pescador relataba su experiencia”, remarca. Al respecto, me recuerdo que en la pequeña redacción de Deportes los dos de los jefes que revisaban lo contenidos, siempre me preguntaban el significado de los escritos de “Don Présedes”. Por ejemplo, que era “la calma chicha” (el lago planchado, sin oleaje), el “hacer sapo” (no pescar nada), “hacer spinning” (lanzar y recoger señuelos), “línea fondeada” o “tirar al barro”, o “cañófilos”, término usado como sinónimo de pescadores.

Se le ilumina la cara cuando se acuerda del tiempo que pasó en LA GACETA. Dice que arrancó proponiéndole la columna a la Dirección del diario, a la cual le pareció interesante el desafío. Días después se puso en marcha la “prueba” de un mes o “la cortamos acá”, le dijeron: se extendió por casi 30 años. “Mantener mi columna fue maravilloso. Lo hice con pasión, entusiasmo, siempre contento. Por la pesca me volví un estudioso del pejerrey. Leía mucho y volcaba mi conocimiento y la experiencia con la caña, en cada palabra”, completa el comentario.

Él poco quiere hablar de sus conquistas. Aunque sus fotos desplegadas en un panel que cuelga en “el cuarto del recuerdo” lo delatan. Está recibiendo trofeos en concursos provinciales e interprovinciales en representación de “su club” Tucumán de Pesca y Regatas, o de la Federación Tucumana de Pesca y Deportes. También se lo ve exhibiendo dorados capturados en los ríos del litoral, truchas en la Patagonia, y otros ejemplares en Las Termas de Río Hondo. En un retrato, en el que aparece, se lee: “en Alaska”. Y en el otro panel de fotos, que está a la par, “solamente de la caza”, se repiten los logros.

De su memoria surgen los nombres de los responsables de “su primera excursión” por la pesca. Manuel Gil Mora y su hijo, “dos tipos muy pescadores”, y Antonio Fonts Bou, “un exquisito en el manejo de la caña y los anzuelos”. También de quien sería su compañero inseparable de equipo, Jorge Elizondo, “otro exquisito observador del pique de pejerrey” -apunta-, Jaime Soler, quien lo incentivó a publicar sus comentarios; Hugo Enrico y Andrés Menta, del equipo que incursionaba por Empedrado; de sus amigos y “cañófilos de primera”, como Camilo Ferroni, Néstor Aranzazú, Normando Moreira y sus hermanos y Héctor Doña, entre otros.

En un reportaje del 21 de abril de 1985, cuando cumplió 70 años, le preguntaron por qué mienten los pescadores. “Eso es algo que no entiendo. Lo peor es que gente seria, que es incapaz de mentir, lo hace cuando se trata del tamaño, número o calidad de los peces capturados”, opinó. “Personalmente, no comparto la mendacidad; el que miente como pescador, en mayor o menor grado lo hace en la vida”, apuntó.

Del matrimonio de “Don Presedes” y Serafina Roina, nacieron Carlos (64) y Luis (60). Ellos llevaron a fines del año pasado a su padre a Las Termas a pasar un día de caza y pesca. “El ‘topetazo’ d e la escopeta lo sentí en el hombro y me di cuenta que me pasaron los años. Con la pesca también fue diferente por mis limitaciones para moverme. Pero es tan lindo volver a hacer lo que tanto me gustó en la vida”, añade con su característico énfasis emocionado.

Para salir del departamento hay que cruzar “el cuarto del recuerdo”. Además de los paneles con fotos, cuelgan cañas y reeles para distintos tipos de pesca. También están sus escopetas y las cajas de cartuchos, junto a sus gorras y sombreros. “Son mi tesoro”, apunta, como diciendo “tengo todo listo” para salir de nuevo a “perdiciar” o a “hacer correr” la línea por los ríos.

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