El fin de la barbarie nazi
PARÍS LIBERADA. El general Charles De Gaulle pasa por el Arco del Triunfo el 26 de agosto de 1944. la gaceta / archivo PARÍS LIBERADA. El general Charles De Gaulle pasa por el Arco del Triunfo el 26 de agosto de 1944. la gaceta / archivo
07 Mayo 2015

Carlos Duguech - Columnista invitado

La Segunda Guerra Mundial (IIGM) ya mojaba sus pies descalzos en las playas de la paz, sobreviniente del apagarse de los fuegos del crimen de la guerra (al decir alberdiano) cuando finalmente la Alemania -diseñada en acto por Hitler- suscribía en la madrugada del 7 de mayo de 1945 su rendición incondicional ante las fuerzas aliadas, en Reims (Francia).

La historia se encargará de marcar un hecho que produjo cierta simetría entre los EEUU y la URSS: las fuerzas militares alemanas se rindieron asediadas fuertemente por el ejército rojo de Moscú. Y apenas tres meses más tarde, el imperio de Japón hacía lo propio, incondicionalmente también, ante el asedio brutal de las fuerzas estadounidenses que inauguraron la era atómica con la masacre innecesaria (lo diría el propio Winston Churchill, en sus memorias).

De tal modo, como el portal de lo que sería a partir de 1945 la “Guerra Fría” entre los socios de la IIGM, repartieron por igual honores por el fin de esa contienda mundial que dejó una impresionante cantidad de historias de vidas segadas para siempre y de lacerantes rastros entre los sobrevivientes, con heridas y mutilaciones en el cuerpo y con profundas historias de horror y muerte en sus espíritus. Y en lo que quedaba de sus familias desarticuladas por la guerra.

Tremenda barbarie

Decir que murieron 60 o 55 millones de personas a lo largo de los 72 meses que duró la IIGM no revela -por razones de capacidad de interpretación de los guarismos- la tremenda barbarie humana que marcó el siglo XX dos veces, con la llamada “Gran Guerra”, la primera Guerra Mundial (1914-1918, casi con iguales contendientes). En un simple ejercicio aritmético se puede tener idea de una monstruosidad: los 55 millones de víctimas mortales equivalen a que, continuadamente, estuviesen cayendo a tierra 50 aviones tipo Jumbo con 500 pasajeros, todos los días, desde 1º de septiembre (invasión alemana a Polonia, 1939) hasta el 9 de agosto (bombardeo de Nagasaki, 1945) durante 72 meses. ¿Es o no la mayor barbarie de la historia de la humanidad? Deliberadamente, esta vez, sin mayúsculas.

Cada vez que se habla de las semillas que se siembran -y se abonan a menudo- que podrían generar una Tercera Guerra Mundial, valdrá tener presente por parte de quienes aprietan los botones rojos del fuego desde los altos mandos de estadistas, que ahora hay más armas que nunca, acumuladas en arsenales. De esos que en vigilia aguardan el tiempo del horror para sembrar muerte sin miramientos por nadie ni por nada, con semejantes artefactos de la modernísima tecnología misilística nuclear y de otro tipo.

Nunca antes como ahora -en esta conmemoración de la barbarie de que puede generar el hombre- se hace necesaria la creatividad para un desarme global de armas de destrucción masiva. Setenta años después del horror y la irracionalidad de la guerra seguimos en un planeta donde se encienden fuegos, algunos tenebrosos, que arden como si nunca se hubiera aprendido la lección. Y uno se sorprende de que en cuidados e ilustrados libros que llegan a nuestras librerías, se exhiban y se compren aquellos que enfatizan “El arte de la guerra”. Es una manera sutil (aunque no tanto) de sublimar esa actividad que muestra al hombre como lobo de sí mismo. ¿Para qué -se dirán- buscarlo en selvas, densas, distantes?

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