Espiar el consultorio de un psicoanalista

Espiar el consultorio de un psicoanalista

Los más diversos sufrimientos son planteados por los pacientes

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03 Mayo 2015

Psicoanálisis

DESEOS REPRIMIDOS

Marcela Villavella

(Sudamericana - Buenos Aires) 

¿Quién no quiso en algún momento fisgonear por el ojo de la cerradura, o escuchar tras de la puerta del consultorio de un psicoanalista? ¿Qué tiene ese diálogo desarrollado en la intimidad de la relación de analizante y analista que despierta tanta curiosidad? Ese particular lazo que Freud inventó en los inicios del siglo pasado para la cura del sufrimiento psíquico, y que aún mantiene su vigencia en nuestros días, provoca el interés de mucha gente que quiere saber qué es lo que sucede en ese encuentro entre esas dos personas que se reúnen regularmente para tratar los problemas y conflictos de una de ellas. Allí, en ese espacio íntimo y seguro, en la semipenumbra de un consultorio, hay un sujeto que habla y cuenta libremente todo lo que se le viene a la mente y otro, el analista, que escucha en silencio con igual atención todos esos contenidos, interviene poco, y esporádicamente realiza alguna interpretación que revela cierta verdad, la verdad del deseo reprimido que se devela en lo que el analizante va diciendo en la sesión. Y es en la particular relación que allí se establece donde se produce la cura psicoanalítica, eso que posibilita que el analizante se libere de aquellos fantasmas que lo mantenían atrapado y le impedían el goce de la vida.

Es esto lo que nos ofrece la psicoanalista Marcela Villavella (foto), en esta segunda publicación sobre los “Pacientes de Ana”. Marcela, quien es directora de Apres coup- Sociedad Psicoanalítica de Buenos Aires y Porto Alegre, escribe para transmitirnos dos de sus pasiones: la escritura y la clínica psicoanalítica. Es en esta ficción literaria que escribe para transmitirnos qué es un psicoanálisis. Con este propósito inventa a su alterego, la psicoanalista Ana, y nos brinda la fascinante posibilidad de presenciar lo que sucede dentro de las sesiones de la cura psicoanalítica. En este libro la autora nos invita a entrar a la intimidad de cada una de las curas que conduce Ana. Nos presenta el lugar donde trabaja en pleno “Villa Freud” del Barrio de Palermo porteño, nos muestra su agenda mensual con los turnos de sus pacientes y hasta los espacios de su propio análisis y supervisión, es decir donde es la psicoanalista la que se analiza o supervisa sus casos.

Así comienzan a transitar cada uno de los pacientes. Personas como cada uno de nosotros que van develando su conflictiva y relatando sus padecimientos. Sin ningún tipo de exhibicionismo, sin golpes bajos, vamos presenciando el sufrimiento de la gente y como se va relatando en cada sesión. Y lo que logra la autora en su escritura es que mientras corremos las páginas ya no sepamos si quienes hablan son pacientes reales o ficticios. La trama se va desarrollando y nos introduce en el mundo psíquico de cada uno de los pacientes y en la forma en que un analista dirige una cura.

Polifonía del dolor

Poco a poco se van sucediendo las sesiones con los pacientes, una por una. Los conflictos humanos, nuestros conflictos, aparecen en el relato de los pacientes y provocan que nos identifiquemos con algunos de ellos: Dolores, quien llora desde hace un mes sin parar porque se enamoró de un hombre que no la quiere. También Eduardo que con su rigidez obsesiva no puede disfrutar del encuentro con una mujer. O Lis, que a los 18 años toma demasiadas pastillas para dormir pero dice que no se quería matar. O Bernardo, quien teme que su pareja María Alejandra tenga un amante, pero a quien él no ama. También concurre a sus sesiones Edith, la joven ansiosa que tiene que lavarse constantemente las manos hasta lastimarlas, como una forma de lavar sus malos pensamientos sexuales y que además prometió a su padre, antes de que este muera, que iba a llegar virgen al matrimonio. Se suceden las sesiones y aparecen Claudio y Martina, que presentan problemas de pareja, o el Ingeniero Gutmann, que es llamado Gutiérrez en el ambiente gay. Además, Elenita, Silvina, entre otros pacientes que plasman una polifonía del dolor de existir.

Ana nos relata también sus intervenciones. A veces interpreta, otras pregunta. Se alegra, se enoja, toma notas, recibe mensajes, hace silencio o no contesta algunas de las preguntas de sus pacientes. Y aunque Ana en distintos pasajes de las “sesiones” intervenga en su estilo de un modo distinto a nuestra forma de analizar, no podemos desconocer que allí hay presencia de analista. Es esa, la presencia del analista, la que causa y posibilita que un sujeto siga hablando, re-construyendo su historia, haciendo algo para resolver las cuestiones que complican su vida.

© LA GACETA

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Alfredo Ygel

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