Las dos custodias de la Catedral

Las dos custodias de la Catedral

La de plata era del siglo XVIII, y la de oro databa de 1924. Ambas fueron robadas en 2011, y ahora se pidió a Pallarols el diseño y la confección de una nueva

ESCENARIO DEL ROBO. Policías trabajan junto a la vitrina rota, de donde fueron sustraídas las custodias en 2011. Los ladrones entraron por el techo y bajaron por una escalera de soga. ESCENARIO DEL ROBO. Policías trabajan junto a la vitrina rota, de donde fueron sustraídas las custodias en 2011. Los ladrones entraron por el techo y bajaron por una escalera de soga.
Corpus Christi es una de las máximas fiestas de la Iglesia Católica. Como se sabe, está destinada a exaltar la Eucaristía y, con ese motivo, la hostia consagrada (el “Corpus Christi”, el “Cuerpo de Cristo”) se saca, por única vez en el año, en solemne procesión por las calles.

Se trata de una celebración de antiquísima data. La dispuso hace nada menos que 751 años el papa Urbano IV, en 1624, a través de la bula “Transiturus”. Si bien la muerte de este pontífice retrasó más de cuatro décadas la universalización de la festividad, en 1311 un decreto del Concilio General de Viena confirmó “Transiturus”, y el Corpus Christi se expandió por todo el orbe católico.

En Tucumán colonial
En San Miguel de Tucumán, el Corpus se celebró, obviamente, desde la fundación de la ciudad, tanto en Ibatín, desde 1565 a 1685, como en el sitio actual, desde este último año en adelante. Era la fiesta de mayor relieve, y su solemnidad sólo se comparaba con la del patrono San Miguel. Había dos procesiones: la del día de la fiesta y la que se realizaba una semana después, en la “octava”.

Narra Ricardo Jaimes Freyre que “los gremios de artesanos, con sus maestros mayores al frente, estaban obligados a contribuir a la mayor grandeza de las dos procesiones, que salían de la Matriz y regresaban al mismo templo, dando vuelta a la plaza y deteniéndose delante de San Francisco”.

Danzas populares
En la primera, “los sastres adornaban dos cuadras y los zapateros otras dos. En la segunda, o sea la de la octava, dos cuadras correspondían a los carpinteros y dos a los herreros, plateros, lomilleros, pintores y albañiles. Debían ornar con flores y ramas verdes toda la extensión del trayecto y componer el piso, rellenando sus zanjas y allanando sus jorobas”…

Ana María Bascary, en su libro “Familia y vida cotidiana. Tucumán a fines de la colonia”, dedica varias páginas a esta procesión. Narra que los encomenderos se encargaban de preparar altares en las cuatro esquinas de la plaza, y que el pueblo tenía una participación protagónica, ya que ejecutaba las danzas que acompañaban a la columna. Sus derivaciones hicieron que, en diversas épocas, este ruidoso aporte popular fuera objeto de “reglamentación, representación y censura por parte de las autoridades civiles y eclesiásticas”.

Hasta los años 1950
Pasaron los años. Mirando ya épocas menos distantes, apuntemos que, hasta promediar la década de 1950, la procesión de Corpus en Tucumán, seguida por una verdadera muchedumbre, constituía uno de los memorables acontecimientos anuales de la feligresía católica.

Partía de la plaza Urquiza y recorría la calle 25 de Mayo hasta la plaza Independencia, para concluir en la Catedral. El cordón de las veredas estaba adornado con estrellas federales y con gajos verdes.

Además, en el balcón de numerosas casas de familia ubicadas en el trayecto, se instalaban altares. Esto es, mesas cubiertas por terciopelo o por brocato, sobre las cuales se había colocado una cruz, rodeada por candelabros y enormes ramos de flores. Cada familia rivalizaba, como es de imaginar, en la exhibición del altar más importante.

El centro de la multitudinaria procesión estaba constituido por el obispo que, debajo de un palio, portaba el Santísimo Sacramento en el interior de una custodia. Es en este último punto que quiere centrarse esta nota.

Dos custodias
Las obras de referencia definen a la “custodia” como “el vaso litúrgico destinado a exponer visiblemente a la adoración de los fieles el Santísimo Sacramento”. En la parte central, la custodia lleva un relicario, llamado “lúnula” o “viril”, donde está colocada la hostia. La orfebrería se ha esmerado, desde tiempo inmemorial, en la confección de estas custodias. Muchas de ellas son admirables obras de arte, en oro o en plata, y adornadas con frecuencia con piedras preciosas. Se las puede apreciar en iglesias y en museos de todo el orbe católico.

No se conoce con exactitud las que fueron patrimonio de los templos de San Miguel de Tucumán, a través de su historia. Pero, ciñéndonos a la Catedral (que se llamó Iglesia Matriz antes de que existiera aquí un obispado), sabemos que conservaba dos custodias.

De plata
Una era confeccionada en el Alto Perú, en el siglo XVIII, y la Catedral la donó al Museo de Arte Sacro, en 1968. Sara Peña de Bascary, en su libro “Museo de Arte Sacro de Tucumán”, la describe como “de plata sobredorada, fundida, trabajada a martillo y burilada”. El viril estaba rodeado “con rayos de distinta longitud” y llevaba un aro central con “profusa decoración de nubes y querubines”. El pie tenía burilado como motivo central un pelícano, y lo remataba un querubín sosteniendo un sol. La base se decoraba con “profusión de rocalla y motivos rococó”. Una pequeña cruz era el remate de la notable pieza.

La Catedral usó esta custodia hasta promediar la tercera década del siglo pasado.

De oro y piedras
Hasta que llegó una segunda custodia. Sucedió en 1924. Por gestión del obispo Bernabé Piedrabuena, una comisión de damas se abocó a una exitosa recolección de donaciones en dinero y en joyas, en toda la ciudad. Esto permitió encargar una bellísima segunda custodia para la Catedral, hecha íntegramente en oro y ornamentada con diamantes y con rubíes. Desde entonces, el templo empezó a utilizarla, hasta la cercana actualidad.

Se exhibía en el Museo de Arte Sacro por préstamo del párroco, quien pensaba que en ese lugar estaba más segura que en la iglesia. Lamentablemente, se equivocaba.

El mes de enero de 2011 fue especialmente llovedor. Tanto, que a dos autoridades del Museo (que estaba cerrado por vacaciones desde fines de diciembre) les entró miedo de que el agua hubiera causado algún daño en su local de Congreso 53, ubicado entre la Catedral y la Sociedad Sarmiento.

Robo y esperanza
Decidieron hacer una inspección, hacia el mediodía del martes 11 de enero. Abrieron las puertas, desactivaron la alarma y, al ingresar al salón, las esperaba un espectáculo desolador. El techo había sido perforado por delincuentes que bajaron utilizando una escalera de soga. Evadiendo con habilidad el sistema de alarma, rompieron el cristal de dos vitrinas y se llevaron las dos custodias: la de plata, propiedad del Museo, y la de oro, propiedad de la Catedral.

LA GACETA publicó abundante información sobre el asunto. Que se sepa, las actuaciones policiales y las judiciales –si las hubo- no arrojaron resultado alguno, aunque se enviaron fotografías a Interpol Argentina.

Ahora, con ocasión del Bicentenario, la Fundación Amigos del Museo pidió al consagrado orfebre Juan Carlos Pallarols, el diseño y la realización, en plata, de una nueva custodia para la Catedral, en reemplazo de la robada. Dentro de pocos días, Pallarols visitará nuestra ciudad. Trascendió que no cobrará honorarios por su tarea. Pero la Fundación busca que el metal que se use para confeccionarla, sea producto de la donación popular. Es de esperar que tenga éxito.

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