Por Carlos Páez de la Torre H
22 Abril 2015
EL VIEJO CABILDO. Una témpera de Dante Rizzoli reconstruye el frente del edificio a comienzos del siglo XIX la gaceta / archivo
El 2 de noviembre de 1745, el Maestre de Campo y Fiel Ejecutor, don Diego Aráoz, planteó un hecho preocupante al Cabildo de San Miguel de Tucumán. Informó que, desde unos años atrás, españoles e indios celebraban la fiesta de la Virgen del Rosario “en el paraje y capilla de Los Monteros”. Pero ocurre que las fiestas se prolongan durante largos días, con “grave perjuicio de los vecinos” y con “consecuencias que se han seguido y se siguen”.
Opinaba que el Cabildo debía encontrar la forma de solucionar esto, “poniendo en noticia de los señores Curas”, para que tales fiestas terminen, ya que llevan “once días” y “prosiguen hasta el domingo que viene”. No podían caer bien a los ojos de Dios, pensaba Aráoz, “los pecados que se suelen seguir, de hurtos y otros como el de puñaladas, que ha habido en dicha fiesta, asimismo, el de haberle perdido el respeto un secular a un religioso Agustino que asiste en dicha jurisdicción”.
Oído esto, El Cabildo acordó escribir a los curas, “preguntándoles si la feligresía es la que inventa estas fiestas irregulares, para poner este Cabildo remedio con su autoridad y con su justicia; o si son los dichos curas los que las hagan pasadas de la víspera y día, para que se sirvan, no teniendo facultad para ello, suspenderlas por los graves inconvenientes que se siguen”.
Y en el caso que las inventasen los feligreses, para que “con título de servir a la Virgen“ se desarrollen “borracheras y juegos”, con el resultado de “pendencias y destrucción de la vecindad”, se solicitaba a los sacerdotes que “aplicando su celo”, las redujeran a sus debidos términos.
Opinaba que el Cabildo debía encontrar la forma de solucionar esto, “poniendo en noticia de los señores Curas”, para que tales fiestas terminen, ya que llevan “once días” y “prosiguen hasta el domingo que viene”. No podían caer bien a los ojos de Dios, pensaba Aráoz, “los pecados que se suelen seguir, de hurtos y otros como el de puñaladas, que ha habido en dicha fiesta, asimismo, el de haberle perdido el respeto un secular a un religioso Agustino que asiste en dicha jurisdicción”.
Oído esto, El Cabildo acordó escribir a los curas, “preguntándoles si la feligresía es la que inventa estas fiestas irregulares, para poner este Cabildo remedio con su autoridad y con su justicia; o si son los dichos curas los que las hagan pasadas de la víspera y día, para que se sirvan, no teniendo facultad para ello, suspenderlas por los graves inconvenientes que se siguen”.
Y en el caso que las inventasen los feligreses, para que “con título de servir a la Virgen“ se desarrollen “borracheras y juegos”, con el resultado de “pendencias y destrucción de la vecindad”, se solicitaba a los sacerdotes que “aplicando su celo”, las redujeran a sus debidos términos.
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