Hacedores de utopías

Hacedores de utopías

Hacedores de utopías
Horizonte de estruendos. Gritos. Relinchos. Humo. Arengas. Sables que chocan. Sudan coraje. Sacuden yugos. Desangran heroísmo. Una batalla despierta sus pupilas. El deseo y la fuerza de un pueblo adoban su gesto de locura y amor. En el Campo de las Carreras, brota una esperanza. Presiente que el camino no será fácil. El mayor combate es contra las mezquindades, el hambre de poder que pueden hacer trastabillar la esperanza. El sueño de libertad le tirita en el espinazo. “No las glorias, no los honores, no los empleos, no los intereses... Que no se oiga ya que los ricos devoran a los pobres, y que la justicia es sólo para aquellos. Me hierve la sangre, al observar tanto obstáculo, tantas dificultades que se vencerían rápidamente si hubiera un poco de interés por la patria”, piensa en su lecho.

Fiebre. Sobresalto de desmayos. La bandera azul, blanca y roja le abofetea ahora la mirada. Los latigazos piratas no logran doblegar la resistencia de los turbantes. Los golpes en nombre del rey redoblan la resistencia. Imposible deshojar la sed de libertad que les trepa en el alma. Persecución. Detenciones. En la fragilidad brota la fuerza de la verdad. Su potencia se asienta en el ayuno. A la barbarie opone la no violencia. Incita al pueblo a la desobediencia civil. Presiente que ese 30 de enero algo malo va a suceder. “La violencia es el miedo a los ideales de los demás. Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa. Ha habido tiranos y asesinos que en un momento parecieron invencibles, pero en un momento siempre han caído, siempre… con mi muerte lograrán tener mi cuerpo, mas no mi sumisión… una causa te puede preparar para morir, pero no para matar”, piensa mientras un reventón en el pecho lo empuja a la oscuridad.

Delira. Un paño húmedo se asienta en la frente. El frío de los barrotes moja ahora los pómulos. Sueña un sueño. Lo amasa. Lo riega. Perito en celdas. Despliega al viento las alas de la utopía. Toca el corazón de los segregados. Todos hermanos bajo la piel. A veces le duelen los huesos del alma. La libertad duerme en la cárcel. El pueblo lo sabe. Tras 27 años de maltrato, aislamiento, la esperanza sale a caminar para borrar el racismo. Y abrazar la reconciliación. “El coraje no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. El valiente no es quien no siente miedo, sino aquel que conquista ese miedo… Los verdaderos líderes deben estar dispuestos a sacrificarlo todo por la libertad de su pueblo. La mayor gloria no es nunca caer, sino levantarse siempre…  La libertad es inútil si la gente no puede llenar de comida sus estómagos, si no puede tener refugio, si el analfabetismo y las enfermedades siguen persiguiéndoles…”, medita mientras sueña su última quimera.

Abre los ojos. El sudor navega en el rostro. Las miradas del cura, el bachiller, el ama de llaves, el médico, el escribano, la sobrina y su escudero lo intimidan. Las pupilas rastrean la lanza, el escudo, el yelmo. Intenta articular palabras. “Señores, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño: yo fui loco, y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la Mancha, y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno. Pueda con vuestras mercedes mi arrepentimiento y mi verdad volverme a la estimación que de mí se tenía, y prosiga adelante el señor escribano”.

Son 400 años los pasados. Alonso Quijano ha muerto. En los corazones hacedores de utopías, el ingenioso caballero de la Mancha sigue viviendo.

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