Fábula de hombres infelices que ya no quieren serlo

Fábula de hombres infelices que ya no quieren serlo

05 Abril 2015

Novela

IMITACIÓN DE LA FÁBULA

ANTONIO DAL MASETTO

(Sudamericana - Buenos Aires) 

Vito vive encerrado en su pequeño mundo de la gran ciudad. Está en la búsqueda de algo: ajustar cuentas con su propia historia (mezquindades, desprecios, vergüenzas); “inventar una posibilidad de volver a empezar, recuperar la certeza de no haber sido aniquilado”. Después de un largo extravío, algo en él pide respuestas.

Entonces, un viaje al Sur. Un taxi, dos ómnibus, un camión. Un bosque. Y una chica.

Ella viene de “La ciudad de los castrados”, un lugar regido por la violencia, la condena, los rituales sanguinarios y la división de clases. Un mundo distópico, alienado, donde se ha perdido la capacidad de soñar, de pensar a futuro.

Así abre Imitación de la fábula, novela breve a la vez que larga peregrinación de ambos personajes a través de un bosque, donde irán encontrándose con una serie de personajes extravagantes y al mismo tiempo mundanos. Y en medio de ellos, un incendio, un alarido, sospechas, acechanzas.

Si la fábula es “un género didáctico mediante el cual suele hacerse crítica de las costumbres y de los vicios locales o nacionales, pero también de las características universales de la naturaleza humana en general”, Dal Masetto cumple con esta ley, e incluso la lleva más allá.

Atravesada por rasgos autobiográficos e intertextualidades a otros libros suyos, podría decirse, al rebuscar bajo las piedras, que en Imitación... Dal Masetto por momentos parece analizar su propia prosa: “dirá lo necesario, apelando a un lenguaje simple y fuerte, en un tono pausado, cordial, confiado, convincente”. Y más adelante: “tratando de contar, de dejar un testimonio de lo ocurrido (...) No una crónica, no los hechos tales como fueron, sino una historia que los refleje, que los interprete, que permita entenderlos”. He aquí el potencial de la fábula. Y de la literatura en general. Y de esta maravillosa novela en particular.

© LA GACETA

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Hernán Carbonel

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