El alperovichismo desbocado
Hay que reconocer que si el alperovichismo busca retener la Gobernación, cuanto menos, lo disimula bastante bien. De lo contrario, no se entiende por qué la senadora Beatriz Rojkés abrió la temporada de pifias con tanto éxito que varios alperovichistas salieron en fila entusiasmados por emularla. Sin dudas, marzo se despide con la sensación de que el oficialismo hace todo lo posible por desalojar lo más rápido que pueda la Casa de Gobierno, sin esperar siquiera a que los otros interesados en alquilarla concreten una oferta más tentadora para los próximos cuatro años de arrendamiento.

Hace un buen tiempo que el gobernador, José Alperovich, no sonríe. Nervioso y preocupado, no sabe cómo actuar frente al desmadre en que se convirtió el ocaso de su gestión. Cada vez son menos los funcionarios, legisladores y concejales que van a primera hora de la mañana a su casa. El mandatario nunca supo ser un líder que cautive a sus colaboradores, sino que se presentó a lo largo de todos estos años como un jefe. Como tal, qué empleado osaría destinar tiempo y paciencia para contentar a un patrón en retirada. De hecho, es el mismo trato que él dispensa ahora a la saliente presidenta Cristina Fernández. Con el argumento de que está cansado, Alperovich evita cualquier contacto con la jefa de Estado y sus funcionarios más ortodoxos. Para golpear puertas y gestionar ante la Casa Rosada ahora está el vicegobernador Juan Manzur.

Resulta lógico, entonces, que su apatía se haya derramado y que ni siquiera en una situación de crisis como la que provocaron las inundaciones haya podido coordinar de manera efectiva una respuesta inmediata para sortear la coyuntura. Los exabruptos, los faltazos y las acciones de muchos de quienes lo rodean demuestran que el Gobierno, aunque le cueste asumirlo, se le fue de las manos. El primer indicio lo dio su esposa. Consciente o no, Rojkés nunca acabó por digerir su no inclusión en la fórmula para la sucesión. Así, sólo era cuestión de esperar a que los síntomas de su malestar aparecieran. Y la frustración de la senadora se exteriorizó en uno de los momentos de mayor debilidad de la gestión de su marido, con un griterío inconcebible. Al punto que en el propio oficialismo estiman que más daño a la imagen del Gobierno le hicieron las declaraciones de Rojkés que las secuelas del temporal. Lo de la presidenta del PJ fue una patada que impactó en el pecho de Manzur y de Osvaldo Jaldo y que la sacó completamente de la lucha por suceder a Alperovich.

Pero como lo de Rojkés no era un hecho aislado sino la sintomatología de una enfermedad más compleja que padece el oficialismo, era previsible que surgieran más evidencias de la descomposición. Como, por ejemplo, que el secretario de Obras Públicas, Oscar Mirkin, derrumbara el discurso que venía tratando de instalar el gobernador, respecto de que el agua caída era la responsable de todos los males. El funcionario admitió que no hizo todo lo que podía hacer para evitar que miles de tucumanos perdieran su casa y su dignidad. Adujo que hace 50 años no llovía así en la provincia, pero se olvidó de mencionar que él lleva al menos 12 en el cargo. O que el director de Institutos Penales, ascendido después de nueve años como subdirector, debutara con el reconocimiento de que dentro de un recinto de cuatro paredes, el Gobierno no puede controlar el tráfico de drogas. Si en la cárcel, que tiene un solo ingreso, no supieron aún cómo reducir a cero la circulación de estupefacientes, según Guillermo Snaider, ¿qué expectativas pueden depositar en el alperovichismo los padres de los jóvenes adictos en Tucumán?

Esto, sin siquiera mesurar que Manzur, su elegido, partió a España en pleno colapso de la gestión y dejó con candado a la Legislatura, justo cuando la sociedad necesita saber por qué cada vez que llueve debe angustiarse. O que un funcionario que aspira a conducir una de las ciudades más importantes, como Bernardo Racedo Aragón en Yerba Buena, admitiera públicamente la posible comisión de un delito. Si esta secuencia de gaffes indica cómo encarará el oficialismo el tramo final de la campaña, a los opositores sólo les queda esperar sentados que el tiempo transcurra. Ya tienen quién haga campaña por ellos.

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