Literatura y erotismo

Literatura y erotismo

Ya se habían vendido más de 100 millones de ejemplares de la trilogía cuando el estreno de la versión cinematográfica del primer volumen reinstaló a los títulos de E. L. James en los rankings de best sellers de decenas de países, incluido el nuestro. ¿Qué hay detrás de este boom de la literatura erótica?

 la gaceta / foto de inés quinteros orio (archivo) la gaceta / foto de inés quinteros orio (archivo)
15 Marzo 2015

Por Denise León - Para LA GACETA - Tucumán

Muchas veces los que trabajamos con literatura tendemos a hablar y a pensar en los lectores y en los libros como abstracciones. Nos hemos olvidado de la voracidad con la que leíamos en los ómnibus, en los autos, caminando o debajo de la cama. Nos hemos olvidado de que la lectura es un acto corporal concreto, un encuentro entre dos cuerpos deseantes: el cuerpo del libro y el cuerpo del lector. El grueso de las teorías sobre la lectura del siglo XX que tienen como eje al lector se ocupan sobre todo de cómo hacen los lectores para comprender un texto pero se desentienden de sus sensaciones. La lectura se vuelve así un proceso que transcurre únicamente en la mente: puede ser sinónimo de comprensión, de status, de alta cultura, de educación pero ya no se lee para experimentar sensaciones. Este modo de entender la lectura implica olvidar lo que Nietzsche definió y celebró como “el riesgo fisiológico del arte”: mirar una película o leer una novela con pasión implica dejarse afectar, es decir, recibir y, por ende, olvidarse del yo y de la razón.

Estas ideas de Nietzsche nos recuerdan algo que los críticos se empeñan en olvidar: que el objetivo de la obra de arte fue inseparable alguna vez del desborde de las grandes pasiones y que el fin de la crítica fue durante mucho tiempo enseñarle al artista a suscitar esas emociones en el receptor. Creo que desde esta perspectiva es posible volver a pensar en productos que se abalanzan sobre todos los sentidos -con todos los medios posibles-, como son 50 sombras de Grey de E. L. James o, en menor medida, Outlander de Diana Gabaldon. Y lo hacen de un modo similar al que los relatos góticos, los de horror y la ficción sensacionalista vienen acelerando el correr de la sangre y el latido del corazón de los lectores desde hace siglos.

Partiendo de la idea de que leer palabras en la página o imágenes en la pantalla, no implica solamente comprender sino experimentar sensaciones, podemos afirmar que estas autoras acuden a una receta clásica pero infalible: una mezcla de suspenso, amores imposibles y tensión sexual. En este sentido apelan a la “sed de escandalosos estímulos” que Wordsworth criticaba en su época. Y su popularidad indica que los guardianes del gusto pierden el control de la producción literaria en manos del público lector, situación preocupante para algunos. Estas novelas pueden pensarse dentro del género del romance que tan bien sabe hablar del taquillero tema de los amores imposibles. Más atractivos y menos terroríficos que antaño, los sádicos, los guerreros escoceses del siglo XVIII o los vampiros de S. Meyer son criaturas con sentimientos. Si bien es cierto que como la crítica señala, se trata de novelas que se venden como transgresoras pero que son ideológicamente conservadoras, eso no quiere decir que la sensualidad no esté presente en estos textos porque de hecho lo está y funciona como un poderoso mecanismo que conduce la lectura.

Ahorro de gasto psíquico

Estamos frente a un tipo de consumo que no está dominado por el imaginario de la “creación”, como ocurre en otros casos, sino que implica, por el contrario, un horizonte de expectativas que tiene que ver con orden de la repetición. El lector o la lectora “fiel” al género de la novela erótica lo es porque sabe precisamente de antemano qué tipo de discurso va a encontrar en él. Ya Freud había sostenido que el placer de lo conocido tiene que ver con el ahorro de gasto psíquico. Como si las distintas formas de la repetición permitieran aliviar las cadenas y los esfuerzos de la razón, y abandonarse por un momento al juego y al disfrute.

Este es un punto crucial en relación con la temática erótica que plantean estas novelas. Como acertadamente señalara George Steiner en un bellísimo ensayo sobre la pornografía, pese a todas las fantasías sobre las variaciones del sexo, la cantidad real de las acciones es bastante reducida. La mecánica del orgasmo implica un agotamiento rápido y unas treguas frecuentes. El sistema nervioso está organizado de tal modo que las reacciones a estímulos en diferentes partes del cuerpo tienden a fundirse en una sola sensación borrosa. “Una vez que se han ensayado todas las posibles posiciones del cuerpo- la ley de gravedad es un estorbo- una vez que el máximo de zonas erógenas del máximo de los participantes ha entrado en contacto –fricción, roce, introducción- es poco lo que queda por hacer. Es posible azotar y ser azotado; se puede comer excrementos o beber orina; la boca y los genitales pueden establecer esta o aquella relación. Y viene luego la mañana gris y la amarga certeza de que las cosas han sido fundamentalmente iguales desde que el hombre por primera vez conoció a la cabra y a la mujer (2000: 95)”.

Tal vez esta sea una de las razones de la ineludible monotonía de los best sellers eróticos: “son encantadoramente idénticos”. Así, en este marco, lo previsible funciona como un reposo. Por ello, me parece posible afirmar que, a pesar de su propuesta aparentemente transgresora, estas series eróticas se presentan como “textos de la felicidad ”. Asistidas por la certidumbre de que el sexo y la belleza son las más interesantes de las materias narrativas, diseñan un vasto pero monótono número de páginas, organizado según tres órdenes fundamentales: el sexo (nunca desvinculado completamente del amor), la belleza y la aventura. Estos órdenes deben entrar necesariamente en conflicto para que las novelas sean posibles y propongan una serie de peripecias para restablecer o alcanzar un estado de cosas, que volverá a alterarse en la secuela de la saga. La problemática que recorre las páginas y los diversos volúmenes es obsesiva y a la vez simple, ajustada a la trama sentimental. La persistencia en la presentación de una misma temática (la pasión, el deseo y, finalmente, el amor aún en su versión posmoderna) habla también de las expectativas de su público.

(c) LA GACETA

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