Don Quijote: la libertad y la justicia

Don Quijote: la libertad y la justicia

En 1615 se publica la segunda parte del Quijote, es decir que, en este 2015 se cumplen 400 años del acontecimiento, circunstancia especial para que tanto el libro como su personaje central nos demuestren por qué siguen vigentes, más allá del tiempo, gravitando, testimoniando, actuando sobre nosotros y sobre la sociedad que nos enmarca.

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01 Marzo 2015

Por Alba Omil - Para LA GACETA - Tucumán

El Quijote, por supuesto, es un clásico y, como tal, desde lejos continúa iluminando el presente, y lo hace como un prisma: variados rayos de luz que enfocan diferentes puntos de nuestra sociedad, de nuestras vidas, de nuestros días, según el tono vital de nuestra época.

Pueden leerse dos mundos en la novela: el de Don Quijote y el de la realidad de su contexto. Pero los dos, frente a frente, devienen en símbolo que actualiza verdades remotas, llamadas a cobrar vigorosa vigencia.

El pasado se transfigura en presente y son nuestra memoria, nuestra mente, las intermediarias para que esa trasmutación se corporice. Y es como si viéramos al caballero, víctima, espejo de una realidad que quiere combatir; tales, los casos relativos a la justicia o a la libertad. Don Quijote quiere restaurar la justicia pero la justicia es maleable y proteica, según el contexto y según los actores.

Por detrás de los supuestos de un loco, podemos leer una denuncia, una advertencia, una visón del pasado proyectado en el futuro, en nuestro presente, como una terrible verdad ¿Qué males, entre tantos otros, azotan nuestro presente? La pretendida manipulación de la justicia, el soborno y su generador, la corrupción y su amplio espectro. Pero existe la excepción de la regla, los anticuerpos que siguen salvándonos.

Tal como se lo denominara hace 400 años, y según el caballero, no es siempre el mal lo que se castiga como en el caso del “corredor de oreja” (alcahuete), castigo bien aplicado y buen motivo, en primera instancia. Pero en segunda, la aclaración revisa lo dicho: la palabra irónica y mordaz del Caballero “no merecería ir a las galeras sino a mandarlas, oficio necesarísimo en una república bien ordenada”. ¿Para qué citar otros casos, de otros lugares y de otros tiempos, si los noticieros de hoy lo dicen a voz en cuello, involucrando, inclusive, a figuras de la justicia?

Como se dijo, Cervantes publica la segunda parte del Quijote, en 1615. Dentro del contexto histórico-social de la época puede observarse una serie de rasgos que nos menean a tal punto que no sabemos dónde estamos ubicados, si en los comienzos del siglo XVII o en nuestros días: una burocracia incompetente (en general se compraban los cargos o se los obtenía por intereses subalternos) y con frecuencia, corrupta. Sus abusos afectaron tanto a la administración de la justicia como de las cárceles (P. Herrera Puga, 1951).

¿No esparce esto un tufillo de actualidad? ¿No deberíamos, por añadidura, detenernos en el soborno o al menos en su intento? (Regalos costosos a los jueces).

Continúa en la página 4...

...Viene de la página I.

A propósito de esto, volvamos al episodio de las galeras: “Yo voy por cinco años a las gurapas, por faltarme diez ducados… hubiera untado con ellos la péndola del escribano y avivado el ingenio del procurador, de manera que hoy me viera en mitad de la plaza…”

Un mensaje pesimista acerca de la administración de justicia se propaga desde el comienzo hasta el final de la novela. Si hoy hiciéramos una encuesta sobre la credibilidad de la gente en materia de justicia ¿qué resultado obtendríamos? Tal vez Don Quijote, lanza en ristre, al verla, sonreiría desde la sombra.

Cervantes proclama su ideal de justicia y, aliado a él, su con concepto de la libertad del hombre: alma sin ataduras; hombre sin grillos y sin rejas. Paradójicamente, Don Quijote, al final de la primera parte, vuelve a su aldea atado y encerrado en una jaula aunque su alma continuaba en vuelo libre, al igual que su mente.

¿No será este un espejo estremecedor y simbólico de un castigo que puede no ser una jaula sino un desplazamiento, una cesantía, una sanción?

La novela está llena de episodios que tocan el tema que nos ocupa, tal el caso de Sancho gobernador (y juez) de la ínsula Barataria ¡Qué cosa! Un rústico analfabeto ejerciendo la justicia con equidad, criterio, honradez, en libertad, sin ninguna presión ¡Qué poco se necesita!

Creímos conveniente abordar este tema no sólo por la conmemoración precitada, también por el problema actual de la justicia, tan cuestionada, tan jaqueada, sin duda alimentada por los fermentos del complejo contexto político-social donde se inscribe. Pero con la esperanza de que en esos fermentos se multipliquen los anticuerpos que puedan sostener lo bueno ya existente, y depurar lo otro.

© LA GACETA

Alba Omil - Profesora de Letras, escritora, editora.

Bibliografía

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Herrera Puga, Pedro (1971): Sociedad y delincuencia en el siglo de Oro. Universidad de Granada.

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