Al rescate de técnicas ancestrales

Al rescate de técnicas ancestrales

La docente Teresa Liliana Pastrana incorporó a sus planes de alfabetización la técnica del teñido de la lana con pigmentos naturales

PRINCIPIO Y FINAL. Liliana muestra orgullosa los ovillos hilados y teñidos con sus manos, así como los tapices y la tapa de su cuaderno de recortes.
 LA GACETA/ FOTO DE osvaldo ripoll
PRINCIPIO Y FINAL. Liliana muestra orgullosa los ovillos hilados y teñidos con sus manos, así como los tapices y la tapa de su cuaderno de recortes. LA GACETA/ FOTO DE osvaldo ripoll
27 Febrero 2015
Se encamina a cumplir 28 años de docencia y Teresa Liliana Pastrana no abandona el fervoroso deseo de que sus alumnas mantengan en las nuevas generaciones el legado cultural de sus ancestros: el artesano hilado y teñido de la lana de oveja con pigmentos naturales.

“Antes era maestra de actividades prácticas; ahora le llaman maestra especial, y formé parte de un plantel de alfabetización federal de adultos. Entonces, a partir de mis investigaciones, incluí en el programa este trabajo al que llamé ‘Volver a lo nuestro’, que es rescatar técnicas ancestrales de hilandería de nuestras abuelitas”, remarcó la maestra, que además es cocinera y tejedora.

Ella atiende en el comedor del Museo Jesuítico de Tafí del Valle y allí mostró su trabajo, desde el hilo teñido con sus manos hasta sus prendas y tapices. “En 2002-2003 tenía más de 30 mujeres en el centro de capacitación y se nos venía una feria de ciencias. Y entonces les dije: ¡qué mejor oportunidad para mostrar nuestros trabajos, y con el nombre que hoy tiene! Así se empezó a conocer a nivel nacional esta tarea antigua y a divulgar las técnicas”, resaltó.

Liliana, como le gusta que la llamen, saca una carpeta forrada con su tejido artesanal. Despliega un recorte de LA GACETA de 2003, donde se destaca que aquel trabajo mereció un premio en la 27º Feria Nacional de Ciencias y Tecnología, que se había realizado en Buenos Aires.

Inmediatamente describe las técnicas. “Para el hilado se utilizan el huso y el ‘tortero’ (un taco en la parte baja del huso). Se hacen hilados finos, intermedios y gruesos. No tenemos ovejas pero conseguimos la lana. Aprendimos a esquilar, desmontar y dejar la lana que sirve para poder hilar. Nosotros hilamos y después lavamos. Otros lavan primero el vellón. Para nosotros es más práctico, porque limpia la lana pierde esa docilidad para manipularla durante el hilado”.

La docente aclara que en el Valle hay plantas a las que no les llevan el apunte porque las ven como yuyos. “Nosotros las recolectamos para el teñido -apunta-. Entre otras, el suncho, molle, micuna, ruibarbo, flores silvestres y cortezas de árboles”. Agrega que de la micuna se obtienen los amarillos; del ruibarbo un color ladrillo y hasta los naranjas; del molle y del suncho se sacan los grisáceos; del eucaliptus y de la cáscara de la nuez los marrones; de las flores de azafrán el naranja apagado, y que los verdes se obtienen de la retama y del suncho, pero con herrumbre.

“Hecha la recolección, se corta todo y se muele en el mortero. Las cortezas son las que más trabajo dan. Durante los procesos se calculó que necesitamos 300 gramos de hojas para 100 gramos de lana y tres litros de agua. Se hierve unos 40 minutos, luego se cuela y recién largamos la lana, previamente alumbrada o macerada”, detalló.

Liliana se siente orgullosa porque hoy más de una docena de mujeres del Valle trabajan con la técnica que les enseñó. Y porque en el último Festival del Queso la carroza “Volver a lo nuestro”, que mostró el trabajo ancestral legado por sus tatarabuelas, ganó el primer premio. “Fue un reconocimiento a tanto esfuerzo y a esta filosofía de respeto a nuestra Madre naturaleza”, subrayó.

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