Por Carlos Páez de la Torre H
26 Febrero 2015
JULIO ARGENTINO ROCA. El militar y político tucumano fotografiado en su casa de Buenos Aires, cuando leía un diario. la gaceta / archivo
El 12 de junio de 1887, una revolución armada derrocó al gobernador de Tucumán, Juan Posse, con la complacencia del Gobierno Nacional, que ejercía Miguel Juárez Celman. El hecho fue condenado por el ex presidente Julio Argentino Roca, en carta que reproduce Mariano de Vedia.
“He visto con verdadera pena lo ocurrido en Tucumán, y más la sanción del Congreso y la justificación y legalización del atentado por el Gobierno Nacional”, expresaba Roca. “Un partido que está en el poder, con una influencia y medios que ningún partido ha tenido hasta ahora en la República, debe ser esencialmente conservador y tener horror a todo desorden; y principalmente a todo asalto a mano armada contra cualquiera autoridad constituida, por más que esta lleve en sí el pecado original de casi todas nuestras elecciones”.
Consideraba que “se ha cometido un grande error al prohijar por el Congreso y el Poder Ejecutivo ese movimiento. En verdad que la situación era difícil, por ser amigos tan leales y tan decididos del Partido Nacional los que han llevado a cabo la revolución; pero cuando más resalta la imparcialidad y buen temple moral de un gobierno, es al hacer justicia al adversario, conteniendo y reprimiendo a los amigos imprudentes”.
Reflexionaba que “no se debe herir nunca el sentimiento de equidad de un pueblo con actos que hasta los partidarios más decididos encontrarían injustos y poco hábiles en el fondo de su conciencia. En política, como en todas las cosas, no hay falta que, tarde o temprano, no se pague”. Esto a pesar de que el arte de gobernar es “complicado y dificilísimo” y requiere “antes de tomar la más insignificante medida, de dar el más tímido paso, pensarlo y meditarlo cien veces”.
“He visto con verdadera pena lo ocurrido en Tucumán, y más la sanción del Congreso y la justificación y legalización del atentado por el Gobierno Nacional”, expresaba Roca. “Un partido que está en el poder, con una influencia y medios que ningún partido ha tenido hasta ahora en la República, debe ser esencialmente conservador y tener horror a todo desorden; y principalmente a todo asalto a mano armada contra cualquiera autoridad constituida, por más que esta lleve en sí el pecado original de casi todas nuestras elecciones”.
Consideraba que “se ha cometido un grande error al prohijar por el Congreso y el Poder Ejecutivo ese movimiento. En verdad que la situación era difícil, por ser amigos tan leales y tan decididos del Partido Nacional los que han llevado a cabo la revolución; pero cuando más resalta la imparcialidad y buen temple moral de un gobierno, es al hacer justicia al adversario, conteniendo y reprimiendo a los amigos imprudentes”.
Reflexionaba que “no se debe herir nunca el sentimiento de equidad de un pueblo con actos que hasta los partidarios más decididos encontrarían injustos y poco hábiles en el fondo de su conciencia. En política, como en todas las cosas, no hay falta que, tarde o temprano, no se pague”. Esto a pesar de que el arte de gobernar es “complicado y dificilísimo” y requiere “antes de tomar la más insignificante medida, de dar el más tímido paso, pensarlo y meditarlo cien veces”.
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