Adiós al cine

Adiós al cine

¿Cómo contar todas las historias sin mostrar ninguna? ¿Cómo descubrir lo que el ojo no puede ver? ¿Cómo filmar la fragmentación del lenguaje? Esto plantea Adiós al lenguaje, la película de Jean-Luc Godard filmada con tecnología 3D digital que ganó el Premio del Jurado del último Festival de Cannes.

15 Febrero 2015

Por Verónica Boix - Para LA GACETA - Buenos Aires

La historia según el propio Godard es así: “El punto de partida es sencillo. Una mujer casada y un hombre soltero se encuentran. Se aman, se pelean, llueven los golpes. Un perro vaga entre el campo y la ciudad. Las temporadas pasan. El hombre y la mujer se encuentran. El perro se encuentra entre ellos. El otro está dentro del uno. El uno está dentro del otro. Y son tres. El ex marido lo rompe todo. Comienza una segunda película. Igual que la primera. Pero no. De la especie humana pasamos a la metáfora. Todo acabará en ladridos. Y gritos de bebé”.

Sin embargo esta línea narrativa -misteriosa y críptica- pierde importancia si nos dejamos atrapar por esa especie de tejido que forman las imágenes luminosas, las palabras y los sonidos. Hay desnudos feroces, pantallas en homenaje al cine clásico, bosques, puertos, plazas, ríos, celulares, libros. Pero es en el espacio que se forma entre esos objetos donde aparecen los vestigios de un universo desconocido y al mismo tiempo a punto de desaparecer. Para que realmente funcione es mejor abandonarse a esa serie de emociones que despierta: tristeza, humor, soledad extrema, angustia, miedo, extrañamiento, melancolía (siempre melancolía).

Este cineasta de 84 años se apropia de la tecnología 3D y contradice todo lo que hasta ahora implicaba su uso. El 3D en sus manos se vuelve impertinente: hace estallar los ojos entre las copas de los árboles saturadas de color o los ahoga en el reflejo del agua mientras una mujer se lava las manos. Al mismo tiempo la saturación de colores, las imágenes fragmentadas y los sonidos distorsionados aparecen como una excusa para mostrar la melancolía de la existencia, el otro que es reflejo de una soledad trasparente.

Por ejemplo, en una escena crucial, los dos amantes discuten y sus figuras se alejan, pero Godard obliga a decidir al espectador a cuál de ellos quiere seguir. Para conseguirlo es necesario taparse un ojo. La alternativa forma con nosotros un signo de interrogación brutal ¿Somos capaces de ver solo una parte de la realidad? ¿Construimos la verdad a partir de lo que decidimos? ¿Profundidad o agudeza?

Es probable que una pieza clave para entrar al collage que forma Adiós al Lenguaje sea Roxi, el perro vagabundo, el animal extraño entre los amantes, el único habitante del bosque que transita solo de una escena a la siguiente. Se dice en la película, citando a Rilke, que a través de los ojos ignorantes de todo lenguaje es como conocemos “lo que está afuera”. A lo mejor sea necesario seguir esa mirada salvaje y desde el desconcierto entregarse de lleno a la experiencia única del cine de Godard.

Más que una película, Adiós al lenguaje es un espacio de fractura donde nacen objetos, sonidos, ideas que multiplican las líneas y los sentidos posibles. En este punto es donde aparece Walter Benjamin como una de las fuentes de inspiración del director -incluso lo cita uno de los amantes cuando hablan de signos y filosofía-.

En Adiós al lenguaje el territorio es siempre de prueba, Godard ensaya con su cámara una manera nueva de narrar ideas universales, sin explicarlas. Es en este sentido que su obra es una forma inédita de traducir al cine la profundidad y sensibilidad de la poesía.-

© LA GACETA

Verónica Boix - Periodista, colaboradora de El Nuevo Herald.

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