El caso Nisman y Chandler

El caso Nisman y Chandler

Y es que los asesinos no dejan notas. Los suicidas se preparan en toda clase de formas, algunos con bebidas, otros con cenas elaboradas, en ropa de noche, sin ropa alguna, escribe Raymond Chandler en El largo adiós.

08 Febrero 2015

Por Marcos Rosenzvaig - Para LA GACETA - Buenos Aires

Durante la década del cincuenta Raymond Chandler escribió El largo adiós, su inolvidable novela. Pasaron sesenta años desde entonces y, sin embargo, pareciera que el tiempo no hubiera transcurrido. Lo que acontecía entonces no se ha resignado a continuar sucediendo. La trama secreta es similar aunque más sofisticada. Claro que en estos tiempos no asoman personajes como Marlowe. La década del noventa impulsó el robo como un ardid de viveza, y los últimos héroes se perdieron entre la multitud de mediocres. Personajes nostálgicos como Marlowe, que adoran la pureza de la juventud, conservan la dureza, el temple de los acostumbrados a lidiar con matones y policías y una ética terca.

El país entero está convulsionado con la muerte del fiscal Nisman. Sin embargo no hay suficiente evidencia ni para aplastar a una mosca, dice Chandler. Deje que los guardianes de la ley –continúa– realicen su sucio trabajo. Deje que los abogados se lleven los laureles. Ellos redactan las leyes para que otros abogados las analicen delante de otros abogados llamados jueces, de modo que otros jueces puedan decir que los primeros jueces estaban equivocados y la Suprema Corte pueda decir que el segundo lote de jueces era el que estaba equivocado. Claro que hay una cosa que se llama ley. Estamos metidos en ella hasta el cuello. Por encima de todo, lo que hace es servir para que los abogados lleven adelante sus negocios. ¿Cuánto tiempo cree usted que podrían subsistir los grandes delincuentes si los abogados no les enseñaran cómo actuar?.

Un suicidio -o asesinato- suele ser una herramienta útil para derrocar gobiernos, también para demostrar la ineficacia de su seguridad o fundamentalmente para que los enemigos políticos saquen partido. Pero mis amigos y votantes –profundiza el autor norteamericano- no quedarán decepcionados. (…) Ignoro a quién apoya el Journal. Dejemos que el público esclarecido juzgue por sí mismo.

¿Suicidio o asesinato?, se pregunta la sociedad entera. También Marlowe, el investigador privado de El largo adiós: Y es que los asesinos no dejan notas. Los suicidas se preparan en toda clase de formas, algunos con bebidas, otros con cenas elaboradas, en ropa de noche, sin ropa alguna. La gente se ha suicidado arriba de las paredes, en zanjas, en cuartos de baño, encima del agua, debajo del agua. Se han ahorcado en los graneros o se han matado con gas en los garajes. Este suicidio parecía muy sencillo. Yo no había oído el tiro (…)

Nadie de la lujosa torre ‘Le Parc” escuchó el tiro de las 22 larga que acabó con la vida de Nisman. ¿Se ganará algo removiendo las cenizas de los muertos? Un escritor sabe que esa es la única manera de escribir; para una sociedad hastiada de la mentira es una causa suprema. La mayoría de la gente atraviesa la vida gastando la mitad de sus energías en proteger una dignidad que nunca ha poseído. La hipocresía es el pan de cada día, no sólo de los políticos, también de aquellos que han alcanzado una miserable montañita de poder.

Vivimos en lo que se llama una democracia, gobernada por la mayoría del pueblo. Un ideal magnífico si es que pudiera funcionar. El pueblo elige, pero la máquina partidaria es la que nombra los candidatos, y para que las maquinarias del partido sean eficaces se debe gastar una enorme cantidad de dinero. Alguien tiene que dárselo, y ese alguien, ya sea un individuo, un grupo financiero, un sindicato o lo que usted quiera, espera en cambio cierta consideración. Lo que yo y la gente como yo espera, es que se nos deje vivir nuestras vidas tranquilos y en privado. Poseo muchos periódicos, pero no me agradan. Los considero como una amenaza constante para lo poco que nos queda de soledad, de aislamiento, de vida privada. Su constante griterío sobre la libertad de prensa significa, con algunas pocas excepciones honorables, la libertad para vender el escándalo, el crimen, el sexo, el sensacionalismo, el odio, la murmuración y la utilización de la propaganda política y financiera. Un diario es un negocio para hacer dinero mediante los ingresos de la publicidad. Estos se basan en la circulación, y ya sabe usted de qué depende la circulación. No lo digo yo, lo decía Chandler hace 60 años.

Los delitos inundan la mayoría de los canales de noticias, y al parecer llegaron para instalarse cada día con más fuerza. Carteles de droga, tratantes de blanca, asesinatos, mafias, ladrones de guante blanco y ladrones capaces de cortar un brazo por un monedero de abuela. La muerte de Nisman es el síntoma de un cuerpo más infectado que el de Job. La policía es como el médico que receta aspirina para un tumor de cerebro, con la diferencia de que la policía cura más bien con una cachiporra. Somos un pueblo grande, rudo, rico y salvaje, y el delito es el precio que pagamos por ello y el delito organizado es el precio que pagamos por la organización. El delito organizado no es más que el lado sucio de la lucha por el dólar.

¡Oh, Chandler! Qué bueno sería tenerte aquí y continuar escuchándote, ahora que la sociedad estira el dedo acusador.

© LA GACETA

Marcos Rosenzvaig - Dramaturgo y novelista.

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