Una trepada con final de “cataratas”

Una trepada con final de “cataratas”

La cascada de Los Alisos aguarda tras una subida de 3,7 kilómetros. Un espectáculo natural impagable

IMPONENTE. A los pies de la cascada, los turistas se toman fotos y disfrutan de las gotas frescas que los salpica.

IMPONENTE. A los pies de la cascada, los turistas se toman fotos y disfrutan de las gotas frescas que los salpica.
30 Enero 2015
El desafío es grande, pero no tanto como la sorpresa que espera al final del camino. Sólo basta con tener ganas de llegar a la cima y voluntad, mucha voluntad. Si el reto es superado, no alcanzarán todas las horas del mundo para escuchar la música de la caída, para envolverse en las gotas frescas que arrastra el viento y para enamorar la mirada.

Llegar a la cascada de Los Alisos no es fácil, hay que ser honestos. Pero tampoco hace falta tener un entrenamiento profesional para lograrlo. Lo ideal es arrancar con los primeros rayos del  sol, trasladarse en algún vehículo hasta el valle de Las Carreras (ubicado a 15 kilómetros de la villa) y, desde allí, empezar a trepar por las faldas del cerro Muñoz. 

“Prendemos el GPS para calcular el tiempo y la distancia exactos”, anuncia el guía Martín Merino, coordinador de Rumbo Norte - Actividades de Aventura. Los más de 2.000 metros de altura se hacen sentir desde los primeros pasos cuesta arriba. La respiración se acelera y el corazón se sacude con fuerza. Pero un repentino cambio de aire invade un rato después y las pulsaciones parecen retomar su ritmo habitual.

Las lluvias fueron intensas los días previos a la excursión, por eso el sendero está difuso, el barro ablandó el suelo y la vegetación es abundante. Los pasos deben ser firmes y cuidadosos, pues existe el riesgo de resbalar y caer sobre la tierra mojada. El aire, impregnado por el aroma a hierba, recarga los pulmones de energía.

Tres saltos maravillosos
La aparición de queñuas y alisos, dos árboles característicos de las alturas, anuncian que falta poco. De repente puede oírse el sonido del agua al caer. Dos, tres metros más y ahí está: majestuosa.

El movimiento es fluido a los pies de la cascada. Cuatro chicas guardan el equipo de mate y emprenden la vuelta, acompañadas por tres perritos que hacen de guías. El lugar que dejan vacío, una piedra enorme pegada a la caída de agua, es ocupado por una familia completa que recién llega de Yerba Buena. Los chicos posan para la foto, maravillados por el paisaje. 

Pronto se suma un grupo de turistas que vino de Buenos Aires. “Es una experiencia fabulosa”, dice Diego Giamcola con una sonrisa que le inunda la cara. “Sabemos que las cascadas siempre están escondidas y nos atrevimos al ‘trekking’”, agrega el viajero tras confesar que uno de sus amigos desistió a mitad de camino y los espera abajo.

Desde ese lugar puede observarse apenas uno de los tres saltos de agua. El principal alcanza los 40 metros de extensión. Más abajo -cuenta el guía- suelen formarse piletones que la gente usa para bañarse cuando hace mucho calor.

“Recorrimos 3,7 kilómetros en dos horas y media”, afirma Merino. Después de un breve almuerzo, hay que retornar para ganarle la carrera a las nubes, que descienden a gran velocidad. La emoción de la experiencia ameniza el camino de vuelta y lo hace más entretenido.


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