Y dígame, ¿hablar de que?

Y dígame, ¿hablar de que?

Cuando el escritor irlandés Oscar Wilde (1854-1900) visitó los Estados Unidos por primera vez, un gran número de admiradores lo fue a esperar al puerto de Nueva York. Entre ellos había también un grupo de empresarios norteamericanos que se mostraron subyugados por los poemas y obras del autor de “La importancia de llamarse Ernesto” y “El retrato de Dorian Gray”. En un momento dado el vocero del grupo le dijo: “Señor Wilde, es para nosotros un inmenso honor tenerlo aquí y nos encantaría mostrarle en el salón contiguo algo que es completamente nuevo”. Wilde fue con ellos hasta allí y le mostraron en una de las paredes una caja de madera empotrada en la pared con dos sostenes de metal en la parte superior sobre los que había un tubo, una manivela sobre el lado derecho de la caja de madera y una circunferencia de metal con los números del cero al nueve que estaba en el centro de la caja. Los anfitriones levantaron el tubo, se lo pusieron en el oído, dieron vuelta la manivela, discaron números y dijeron: “Mire, esto se llama teléfono y usted en menos de un minuto y medio puede hablar con Boston”. Wilde lo miró con asombro y dijo algo incrédulo: “Y dígame, ¿hablar de qué?”. La irónica respuesta, que dejó asombrados a aquellos hombres, también hace eco en nuestros días. Sí, porque el hecho de que tengamos recursos para comunicarnos más y más rápidamente, no significa que nuestra comunicación sea más rica. Por el contrario, en muchas ocasiones se vuelven huecas y vacías de contenido. Sin poesía, sin calor humano y sin profundidad. ¿No sería mejor que en vez de emoticones expresemos lo que sentimos con palabras? O, aún mejor: ¿que tal si cambiamos los escuetos e insulsos chat por reconfortables y trascendentes charlas con los que nos rodean? Atahualpa Yupanqui tenía una curiosa manera de cultivar la amistad. Cada vez que quería compartir algo con ellos los invitaba a su casa para tomar mate y... “no conversar”. Y es que, cuando se sabe compartir, hasta el silencio contribuye a una sabia comunicación.

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