25 Enero 2015
Nadie, que yo sepa, ha mencionado que los infortunados redactores (“humoristas”) de la revista francesa recientemente asesinados, habían publicado, en otro número, una afrentosa imagen de la Virgen María pariendo a Nuestro Señor Jesucristo, titulando la blasfemia “El misterio de Cristo”. Nos sorprende entonces que el señor Soberón afirme, en el suplemento literario del domingo pasado, que la religiosidad de los criminales mahometanos carece de una base ética. Su error radica en mirar las cosas con un solo ojo, porque nada dice de la “base ética” de los supuestos humoristas. Lo mismo pasa con Alicia Dujovne Ortiz, Andrew Heslop y Alfredo Ygel, para quienes los periodistas fueron mártires del oscurantismo, sea porque -en un alarde del más recalcitrante antropocentrismo- el derramamiento de sangre los horroriza más que cualquier atropello a las cosas sagradas (¡oh manes de Voltaire!), sea porque abominan (¡oh manes de Freud!) de “las nefastas consecuencias de sostener un Otro absoluto” (Ygel dixit).
Es obvio que esas reflexiones derivan de una crasa incomprensión del fenómeno de lo sagrado. No solo nadie osa llamar por su nombre a la libertad de blasfemar, de ofender, de hacer abyecto lo sagrado sino que, además, se la hace prevalecer sobre el derecho personalísimo a las creencias religiosas y al respeto irrestricto por ellas. Hay, evidentemente, un inconfesado temor de reverenciar a los dioses, porque el único dios es el hombre: un hombre adocenado y a la vez envanecido de secularismo. Ninguno de estos corifeos de la libertad de prensa puede entender que existan personas para las cuales burlarse de lo sacro es un crimen mucho más repudiable que cualquier otro.
Una acotación final: no hacemos la apología de la matanza, ni propiciamos la instauración del islamismo. Solamente queremos poner las cosas en su lugar.
Máximo Méndez
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Francia
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