La SIDE que todos llevamos dentro

La SIDE que todos llevamos dentro

Una carpeta sobre el escritorio con todos sus datos. El material de lo que hizo, y dejó de hacer, desde que se convirtió en un personaje público y que los señores de anteojos negros posaran su vista sobre él. Y el mensaje: “este es usted”. Desde el primer mandato de Juan Domingo Perón en 1946, cuando se creó, la Secretaría de Inteligencia del Estado, la SIDE (ahora sólo Secretaría de Inteligencia), uno de sus agentes se sentó frente al presidente que asumía y le entregaba su carpeta. Una forma elegante, pero a la vez mafiosa, de decir “sabemos todo de vos”. Y lo podemos usar.

Desde entonces la SIDE ha estado detrás de todas las operaciones políticas del Estado. Pero pocas veces como ahora aparece vinculada a uno de los hechos más dramáticos de la democracia argentina: la muerte de un fiscal federal que estaba a horas de hacer pública una denuncia nada menos que contra la presidenta Cristina Fernández por el presunto encubrimiento del atentado contra la AMIA.

Los gobiernos siempre tuvieron una relación amor-odio con la SIDE. Le temen, pero la necesitan. Y es por eso que “La Casa”, como se conoce al organismo, tiene un poder difícil de delimitar. De Eduardo Duhalde el kirchnerismo heredó como “Señor 5” a Sergio Acevedo, quien en diciembre de 2003 juró como gobernador de Santa Cruz. Asumió Héctor Icazuriaga, y como segundo Francisco Larcher. Ambos se mantuvieron 11 años allí. Pero el verdadero cerebro del organismo no era ninguno de ellos. El monje negro entró a la SIDE en 1972 y se llama Antonio Horacio Stiles, aunque todos los conocen por su alias: “Jaime Stiusso”.

La presidenta Cristina Fernández ayer usó Facebook como si la red social fuera cadena nacional por segunda vez en la semana luego de la muerte del fiscal Alberto Nisman. En la primera, advertía que Nisman se había suicidado. Ayer volvió sobre sus pasos y afirmó, sin pruebas según ella misma, que no había sido un suicidio. “En la Argentina, como en todos lados, no todo lo que parece es y viceversa”, razona. Y advierte que fue el mismo Stiusso quien le vendió carne podrida al fiscal para que armara una causa por el encubrimiento. Pero Stiusso fue jefe del departamento Contrainteligencia de la SIDE (División 85) hasta diciembre del año pasado, cuando “lo retiraron” junto a Icazuriaga y Larcher. ¿Lo retiraron?

Cristina ahondó en su postura: “la denuncia del Fiscal Nisman nunca fue en sí misma la verdadera operación contra el Gobierno. Se derrumbaba a poco de andar. Nisman no lo sabía y probablemente no lo supo nunca. La verdadera operación contra el Gobierno era la muerte del Fiscal después de acusar a la Presidenta, a su Canciller y al Secretario General de La Cámpora de ser encubridores de los iraníes acusados por el atentado terrorista de la AMIA”. ¿Y la operación fue concretada por quien hasta hace un mes era su principal agente de inteligencia?

¿Qué se hace cuando un organismo está desmadrado y representa un peligro para la propia seguridad nacional? Cristina acusó hace pocas semanas a la propia SIDE de filtrarle información a lo que ella considera medios opositores. Pero es que tanto ella como sus antecesores sostienen una estructura que no conocen. Que no pueden controlar. Y si pasa a nivel nacional, a nivel provincial es lo mismo. Los servicios de Inteligencia comarcanos sirven para lo mismo que su hermano mayor. Para hacer seguimientos sobre los propios y ajenos que tengan algo que ver con el poder. No se dedican a seguir a delincuentes, sino a actores de la sociedad que pueden tener relación con los avatares de la provincia. Sus informes siempre son armas que se guardan para el mejor momento. Pero tal como advirtió la Asociación por los Derechos Civiles, “los servicios son capaces de manejar una agenda propia que constituye una verdadera amenaza para la democracia y los derechos de los ciudadanos”.

Y es que la SIDE es una institución que tiene 69 años y que supo amoldarse al poder de turno. Los gobernantes duermen con el enemigo. Lo saben. Pero sufren el síndrome de Estocolmo. Hasta que de pronto un fiscal federal aparece muerto y la propia presidenta sospecha de quienes fueron sus agentes. Y sin dudas debe recordar que en algún momento le entregaron una carpeta que tenía su propio nombre.

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