Charlie Hebdo: el desafío de no ser curanderos

Charlie Hebdo: el desafío de no ser curanderos

Por Manuel Gonzalo Casas, Doctorando en la Univ. de Heidellberg

22 Enero 2015
Para operar es necesario limpiar las heridas. El cirujano requiere de la asistencia de su equipo para detener la hemorragia del paciente. De lo contrario, se le exigiría un imposible: operar a ciegas, como aquellos curanderos filipinos, guiado sólo por el tacto en un charco rojo. Del mismo modo resulta difícil analizar con precisión los lamentables hechos ocurridos en Francia. No se puede ver con claridad entre lo triste de la sangre sin apartar.

Sin embargo, he sido inundado toda esta semana de tesis, acusaciones, exoneraciones, conspiraciones y demás. No les pude escapar. Las redes sociales, los repentinos seminarios, las manifestaciones, todo me determinaba a hacerme una idea sobre la cuestión. Era el poder de las circunstancias actuando en mí. Fue así que vacilé entre las distintas posturas. Levanté banderas por la libertad de expresión al tiempo que pedí por la tolerancia religiosa. Critiqué la exclusión del islamismo en Francia, mientras reivindiqué los valores de Occidente. En fin, simultáneamente j’ai été Charlie et je n’ai pas été Charlie. No encontré aún una explicación coherente. Puede que no la haya. Tendemos a sobrevalorarnos y queremos revelar el todo ex-post.

Lo que si he percibido es que Occidente, en la precipitación, habría caído en su propia trampa. Me refiero a que pareciera que en estos días mediante una decisión nublada por el legítimo dolor las fuerzas de seguridad habrían salido a abatir sin más a los criminales del tipo, dejando de lado, por tanto, las garantías del estado de derecho. Nada indicaría, como pone de resalto el sociólogo Boaventura de Sousa Santos, que se estuviera buscando apresar presuntos terroristas para ser llevados ante un tribunal conforme el debido proceso. La información que circula lleva más bien a pensar que Francia habría salido a aplicar aquello que el jurista Günther Jakobs llama derecho penal del enemigo, según el cual frente al derecho habrían personas y enemigos, siendo estos últimos aquellos que serían castigados por su peligrosidad y no por su culpabilidad en una etapa muy anterior a un acto delictivo.

De ser esto así, Occidente no estaría sabiendo manejar la problemática. Al igual que en el supuesto de las violaciones a la intimidad por medio del espionaje, que son justificados con la lucha contra el terrorismo, Occidente estaría concretando por sí mismo la amenaza que los terroristas implicarían de destruir su cultura. Es que el debido proceso penal, sus garantías, la culpabilidad como factor de imputación son derechos intrínsecos de cualquier ciudadano en toda verdadera République; se trata de defensas esenciales para protegerse del poder punitivo del absolutismo. Estos, como la libertad de expresión, son valores fundamentales de Occidente. Por lo que es de esperar que se replantee cómo se lucha contra el terrorismo, pues de seguir operando sin limpiar las heridas se corre el riesgo de que aquello que se postula como cura, termine siendo una vez más la enfermedad.

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