Navidad del 14

Navidad del 14

Mamá murió el 25 de diciembre pasado. Me lo digo todos los días y nunca lo escribí. Hoy es 25 del siguiente. Un año de vida en la muerte. Un año de tener en el celular un contacto que dice Mamá.

18 Enero 2015
Mamá murió el 25 de diciembre pasado. Me lo digo todos los días y nunca lo escribí. Hoy es 25 del siguiente. Un año de vida en la muerte. Un año de tener en el celular un contacto que dice Mamá. Tengo una pelota de goma que mamá apretaba en el hospital para mejorar la movilidad que, al final, el final: entonces me la quedé. Ahora la uso para las pausas de la escritura. Que algo cura, también.

Ayer me giré por la manzana del trabajo. Hablé con una vagabunda que esperaba algo que no llegaba. Le di 50 pesos que me había encontrado. Volví al trabajo. Los compañeros jugaban a ver quién hacía el grito más agudo. Me di largos abrazos con Javi que siempre tiene los ojos a media lágrima.

Un día antes del día de antes de hoy, iba por la calle a mi descanso y pensaba en mi amigo Fran Moullia. Pensaba en que teníamos que seguir juntándonos a escribir. De repente, se me aparece al lado. Le digo qué hacés acá. No sé, me dice, andaba por acá, pero tendría que estar en Palermo. Es decir, se materializó.

Ayer, el día después de hace dos, el 24, volví a ir a la plaza. Ahí me encontré a un pibe que antes paraba en la puerta del Splendid pero que ahora solamente paraba en la plaza. Paraba/vivía, se entiende. Me saludó y le di 10 pesos. Volví a la librería y ya no había concurso de gritos agudos. Macarena festejaba que se podía comer, además del suyo, otro postrecito de dulce de leche. Macarena había conseguido libros para los niños de un hospital. Una cosa no estaba unida a la otra, o quizá sí, porque el destino la compensó.

Leí un rato, antes del final del turno laboral, un libro de Stendhal que corrigió Gonzalo Garcés y que se dejaba leer sin poder abandonarlo. Que un libro te haga pensar lo hace bueno. Que un libro te haga no pensar lo hace fabuloso.

Dormí una brevísima siesta y soñé que era un perro a la hora de los petardos.

Hablé con mi padre en el tren a Villa Adelina. Me contó de sus problemas menores y de sus problemas mayores.

Por la noche, ya en lo de mi hermana, mi tía nos contó cómo había conocido a mi tío. Ninguno se acordaba qué película habían ido a ver. Se la pasaron chapando. Le recordé que gracias a ella vi por última vez a mi madre. Eso fue durante el anterior cumpleaños de mi sobrino en un club en Olivos. Niños por todos lados. Papá había llamado diciendo que mamá había empeorado y que llegaba una ambulancia. Hacía un tiempo que mamá estaba en cama después del ACV. Mi hermana me dijo que me quedara en el cumpleaños, que ella iba con mi tío y mi tía. Mi tía dijo: “Que venga Luis”. No es necesario, dijeron varios. “No, que venga”, dijo ella. Tres, cuatro veces. Mirando a los ojos a mi tío. De no ser por su seguridad, yo no habría tomado la mano de mi madre y hasta el momento de irme y mirándonos a los ojos esa noche de diciembre de un calor insoportable. Un par de días después, se nos fue. Que es donde dije que empezaba la vida de la muerte y la memoria y el adelante para atrás. Como este cuento de Navidad. Que es, en realidad, el que le debo a la Navidad pasada.

© LA GACETA
Luis Mey - Escritor. Ganador del Premio  Revista Ñ 2014 con La pregunta de mi madre.

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