Un Cromagnón cada nueve meses
Mauro Sebastián Cepeda no pudo ver crecer a su hijo. Murió cuatro meses antes de que su bebé, Lautaro, llegara a este mundo.

A Marcelo Hernández, Thalía Agulló, Laura Pinto, Miguel Villafañe y Julián Medinas se les apagó, en un abrir y cerrar de ojos, el sueño de brillar como deportistas, de terminar sus estudios, de tener una profesión.

A Magui Cajal le arrebataron el futuro. El de ella y el de su pequeño Mateo, que crecía en su vientre.

¿Qué tienen en común estas tres historias con nombre y apellido? Sus protagonistas son jóvenes tucumanos que perdieron la vida en hechos violentos. En las estadísticas, les llaman decesos por causas externas: son los accidentes de tránsito, los homicidios y los suicidios.

Los números son fríos. Pero sirven para entender cómo la violencia está perforando una etapa de la vida en la que se supone que se goza de un bienestar general. En nuestra provincia, cada 36 horas muere un joven de entre 15 y 24 años, de acuerdo con las últimas estadísticas del Ministerio de Salud de la Nación. El 70% de estos casos son hechos sangrientos, las víctimas mayormente son varones y tienen entre 15 y 19 años.

Las llamadas muertes por causas externas tienen algo que las caracteriza: se podrían haber evitado. ¿Cómo? De varias maneras. Una es, por ejemplo, darle el lugar que realmente deberían tener los accidentes de tránsito dentro de la epidemiología. Tal vez si “en los hechos” se los considerara una epidemia habría más campañas de prevención. “Pero no, estamos más pendientes de perseguir al mosquito del dengue”, ironizó en un reciente congreso el experto en emergentología, Juan Masaguer.

En el país, los choques son el principal motivo de los decesos que se producen entre los menores de 40 años. En Tucumán, la incidencia es más preocupante: la inseguridad vial es la principal causa de los fallecimientos entre los que tienen menos de 34 años.

No hay explicación. O no las buscamos. Les llamamos muertes absurdas. Nos duelen en el alma. Porque son prematuras. Porque son antinaturales. Ningún padre puede entender que su hijo se vaya primero que él. ¡Y ningún gobierno debería quedarse a mirar cómo la violencia se alimenta en un sector que es fundamental para la producción nacional!

En los primeros días de 2015 dos jóvenes fueron asesinados en el sur de la ciudad. Y otros cinco fallecieron en choques. Por más aberrante que parezca la comparación, las muertes de adolescentes en Tucumán significan un Cromagnón cada nueve meses. Duele. Sin embargo, lo que espanta más es el silencio oficial, la parálisis ante esta escalada de violencia: desde 2005 hasta el año pasado la tasa de mortalidad adolescente aumentó un 50%.

La buena noticia, la que todos quieren dar a conocer, es que ha disminuido la mortalidad infantil. En buena hora. Pero, ¿qué se está haciendo con los jóvenes? Las autoridades de Salud, de Educación, de Seguridad y de Desarrollo Social conocen bien las cifras. Algunos sectores han comenzado a trabajar lentamente en programas específicos. Por ejemplo, en la prevención de suicidos y de adicciones. Pero no alcanza.

Los números de la desprotección juvenil son bastante duros: el consumo de alcohol en esta franja etaria creció un 113% desde 2001 a 2011 (encuesta de la Sedronar), el 25% de los que se quitan la vida tienen menos de 24 años (datos de Unicef) y el 11% sufre la desocupación (según las cifras oficiales del Indec sobre nuestra provincia). Hay más: ellos son las víctimas predilectas del delito callejero. Cada semana se producen en la ciudad hasta 10 asaltos en los que se ataca a menores de 25 años, de acuerdo las denuncias policiales.

Están más expuestos al delito, al negocio de la droga y a los empleos precarios. La sensación es que el destino es lo único que evita más tragedias. Lamentablemente, el problema no reconoce un solo frente de batalla donde se mezclan las responsabilidades. Es lo que hace que la solución siga estando lejos. Y que Tucumán siga sufriendo un silencioso Cromagnón cada nueve meses.

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