La historia de una mujer sin nombre

La historia de una mujer sin nombre

Ella ni siquiera sabe el lugar exacto donde nació. Un día imposible de recordar, cuando era apenas una bebé, la dejaron en la puerta de una iglesia. Hacía frío esa noche de noviembre de 1980, según le contaron años después, cuando estaba en un hogar para niños sin tutores legales. Nunca apareció nadie a preguntar. No hubo ni abuelos, ni primos ni tíos que la reclamaran.

No siempre la pasó bien. Si le dolía algo nunca lo dijo. No había tiempo ni espacio para llorar. Así estuvo hasta que un matrimonio quiso adoptarla. Pero el destino tenía para ella otra mala pasada: su nueva “mamá” se enfermó gravemente hasta que murió y el “papá” cayó en una fuerte depresión.

Cuando todo parecía encaminarse en su vida, se quedó sola otra vez. Empezó a dormir en estaciones de servicio hasta que consiguió trabajo como empleada doméstica. Después se enamoró, formó una familia y años más tarde su marido la abandonó.

La cuestión es: ¿cómo se imaginan ustedes a esta mujer en la actualidad? Más de uno pensará que es una persona sufrida, triste, llena de amargura y de quejas. Tenemos esa costumbre de medir con nuestros parámetros el bienestar y la felicidad, de suponer que sin padre ni madre, sin casa y sin un plato de comida rico es imposible vivir contentos. Y sin embargo resulta que la protagonista de esta historia es una mujer que ríe desde que se levanta hasta que cierra los ojos para dormir. Ella disfruta de la vida y siempre está buscando cómo avanzar. Primero abrió un almacén, después estudió peluquería y se convirtió en la estilista preferida de todo el barrio donde vive. No conforme con ello decidió terminar sus estudios secundarios y este año, si todo sale bien, cumplirá otro sueño: convertirse en instrumentadora quirúrgica.

Cuando entra en confianza, siempre cuenta alegremente su historia. Su relato no posee ni un dejo de resentimiento. Sus ojos apenas se ponen vidriosos. Agradece una y otra vez por todo lo bueno que tiene. Con su ejemplo nos enseña que nunca se necesita pasado ni presente para tener futuro.

“¿Nunca te planteaste la idea de investigar quién fue tu madre?”, le preguntó una de las clientas de la peluquería. Ella dijo que no, que prefería imaginarse distintas historias felices sobre su mamá. Una vez confesó que le gustaría saber cuál fue el nombre que su progenitoria había elegido para ella. A veces le apena no saber cómo se llama en realidad. Pero sigue adelante. Sabe sobreponerse a cuanto obstáculo aparece en su camino. Y eso sí que tiene muchos nombres: valentía, sacrificio, dignidad y admiración.

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