El regalo más especial para los chicos vulnerables: creer en ellos

El regalo más especial para los chicos vulnerables: creer en ellos

En los barrios más necesitados de la Perla del Sur un sacerdote y una monja se encargan de contener a los niños y llevarles felicidad. Aunque crece la violencia y aumentan los robos en las parroquias, los reliogiosos dicen que hay que apostar al futuro de estos chicos y jóvenes

DIAS FELICES. Las fiestas de fin de año y la llegada de los Reyes son momentos inolvidables para los chicos. la gaceta / fotos de osvaldo ripoll DIAS FELICES. Las fiestas de fin de año y la llegada de los Reyes son momentos inolvidables para los chicos. la gaceta / fotos de osvaldo ripoll
Ha pasado la Navidad y se acercan los festejos por la llegada de los Reyes Magos. El teléfono del padre Arturo Costas no para de sonar. Le piden si puede oficiar una misa aquí, otra por allá. “¿Podría darse una vuelta por el comedor infantil y por el hogar de ancianos?”, le preguntan. El religioso hace malabares con su tiempo, pero a nadie le dice que no. Lleva puesta una bombacha de gaucho, camisa algo arrugada y alpargatas. En su mano derecha siempre tiene una cartuchera de aguayo. Ahí guarda las llaves de las seis parroquias en las que trabaja, casi todas ubicadas en el corazón de las comunidades más vulnerables de Concepción.

Tiene 55 años y hace 30 que es sacerdote. En sus primeros tiempos trabajó en zonas rurales del sur de la provincia. Desde hace ocho años se desempeña en la parroquia María Reina de Concepción, una iglesia que nació en 1999 para contener las necesidades espirituales de los barrios de la periferia de la ciudad.

Al padre Arturo le toca intervenir en las situaciones más duras que viven sus vecinos. A él acuden decenas de madres de los barrios más críticos -Costanera, Primero de Mayo y Municipal, entre otros- para pedirle ayuda porque sus hijos son adictos. “Y eso que los pedidos de auxilio son mínimos ante la realidad que nos está golpeando”, dice. Costas está preocupado por el alto consumo de drogas entre los jóvenes de la Perla del Sur. Y reza para que los robos dejen de ser moneda corriente en las parroquias y comedores escolares de la zona de la costanera del río Gastona (en el límite norte de la ciudad).

“Sufrimos mucho la inseguridad. Los chicos no tienen horizontes. Es algo de lo que nos tenemos que ocupar todos”, resalta este religioso. “Fui víctima de la inseguridad en mi casa y en las capillas adonde trabajo”, especifica el sacerdote, mientras lucha para abrir la puerta de la iglesia María Reina. La reja fue forzada recientemente por delincuentes que ingresaron y se robaron 70 sillas, sistemas de audio, limosnas, y todo lo que encontraron dentro de esta humilde parroquia de techos altos, paredes amarillas y altar sencillo.

“Veo con preocupación en esta ciudad que cada vez hay más casas con cercas electrificadas y alarmas. También veo, nadie me lo cuenta, cada vez más chicos drogándose. Y está todo relacionado ”, comenta.

No tiene miedo. Tampoco juzga a los autores de los hechos violentos que están sacudiendo a sus parroquias, a su ciudad. “Solemos juzgar el final de los hechos y no vemos el hogar que tienen de esos chicos que hoy son protagonistas de la violencia. No tienen contención, están a altas horas de la noche deambulando”, describe.

Ataques impensados
Una de las instituciones más golpeadas por la violencia y los robos es el comedor infantil “Ceferino Namuncurá”. El establecimiento, ubicado en Corrientes al 1.300, depende de la Diócesis de Concepción y lo administra y coordina la Congregación de Hermanas Nuestra Señora de la Consolación. Ese gran salón con patio al frente es el segundo hogar para casi 100 chicos de los asentamientos ubicados en la zona de la costanera del Gastona. Allí, los menores desayunan, almuerzan y realizan actividades recreativas. Además, hay una salita maternal para los más pequeños.

La hermana Patricia Venegas, de Aguilares, es quien a su cargo tiene la ardua tarea de atender a los chicos, enseñarles valores, escucharlos cuando están tristes y ofrecerles una palabra de aliento. No es algo para nada fácil. Muchos de ellos provienen de hogares con problemas de alcoholismo, desocupación y violencia.

Su sueño es ampliarle la estadía a los niños. “Muchos no pueden escapar su situación de vulnerabilidad. Aquí vienen y me cuentan todo lo que sufren, cómo su papá golpea a su mamá, los tiros en el barrio; la violencia es muy protagonista en sus vidas. Por eso, lo ideal es que esto sea un centro de día”, sostiene la religiosa.

Según cuenta Venegas, los robos han puesto en jaque al comedor en varias oportunidades. “La última vez se llevaron todo: sillas, microondas y hasta las zapatillas que teníamos para regalarles a los chicos”, enumera la religiosa, mientras atiende a los representantes de una agencia de seguridad privada que va a prestar servicio en la institución. También están poniendo rejas y levantando más paredes.

“Por suerte, la parte buena de los robos es que despertaron la solidaridad de mucha gente. Nos desbordaron con las donaciones”, resalta. Pero también cuenta un dato triste: se cree que uno de los que entró a robar a la institución, cuando era más chico, iba a comer ahí.

Deambulan agentes de seguridad y albañiles. Son las 11 de la mañana y más de una docena de niños ya está en el comedor Ceferino Namuncurá esperando el almuerzo. Pese a las penurias, a la desocupación y a la pobreza, que se sientan en las mesas todos los días, se acerca la llegada de los Reyes y todo es una fiesta.

El terreno, una esquina, está recién desmalezado. Hay un sol ardiente, gigante. Y el pesebre, como protagonista. Iara, de cuatro años y mirada profunda, se sienta en un banquito para terminar de pintar un adorno que pondrá en el arbolito del comedor infantil. Mientras tanto, sus compañeros saltan y juegan alrededor de ella. El padre Arturo Costas los mira felices. Cree que el mejor regalo que les puede dar es creer en ellos, pese a todo. Después los reúne y les cuenta un poco sobre esa linda historia de los reyes magos que, guiados por la estrella de Belén, fueron a adorar al Mesías llevándole tres obsequios: oro, incienso y mirra. “Pensemos que el niñito Dios nació pobre, muy humilde. Y es lo más grande que hay”, les dice. Y todos aplauden.

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