La abuelita prematura
El río Gastona, impiadoso, había arrasado con una villa de emergencia que había crecido entre los arbustos de sus márgenes. Era el verano de 2010 y unas 400 familias habían sufrido la furia nocturna del río, que había dejado un desastre de limo, vegetación vencida, ramas, maderas y pedazos de plástico.

Los damnificados quemaban cubiertas en la ruta 38, cerca del puente, pidiendo ayuda al gobierno -municipal, provincial, el que fuera-. Pero el gobierno los ignoraba porque eran los desposeídos totales. Algunos eran hijos de villeros a quienes les habían dado parcelitas en un barrio ubicado en un predio fiscal cercano, habían vendido por 500 pesos su terrenito y habían regresado a la orilla del río a armar sus ranchitos de palo y caña. Otros venían del campo, gente sin techo que se arriesgó a instalarse en ese sector peligroso. Un dirigente barrial nos llevó a entrevistarlos.

- Acá están los periodistas de LA GACETA. Ellos les van a publicar sus reclamos - les dijo el dirigente. La gente, como nos vio de saco y corbata, nos aplaudió, lo cual nos dio infinita vergüenza porque nos sentíamos como impostores que llevaban una esperanza infundada.

Nos llevaron por los pasillos entre cercas de cañas, en medio de esa jungla con olor a barro podrido.

- “Hemos perdido todo”- decía una joven con harapos, llena de hijos, que tenía un colchón de gomapluma sin funda, embarrado, ropa mojada, cuatro sillas, trastos. Ni mesa había en ese ranchito arrasado.

- “Ya estoy armando de nuevo la casita, pero otros están muy mal” - explicó.

Las familias salían a ver a los periodistas como sí fueran enviados del gobernador. Cuanto más cerca del río, menos cosas y más barro había.

- “Tienen que ir a ver a una abuelita que no puede caminar y que la tuvieron que sacar en una silla al hombro entre cuatro, en medio del torrente”- relataron.

Caminamos hasta cerca de la orilla. La abuelita estaba de regreso en su ranchito estragado, acaso esperando que se fuera el mal olor.

- “Cuéntenos, abuela, qué pasó con la creciente. ¿Se asustó mucho?

- Y, más o menos, m’hijo. Se ha escuchado como una tromba y la crecida se ha llevado todo.

- ¿Y a usted la sacaron en andas?

- Y, en la silla esa me subieron.

La señora parecía tener todas las calamidades del mundo en la cara. Pequeña, arrugada, sufrida. ¿Cuántas emergencias habría sufrido? ¿Qué otras la esperaban en el camino?

- ¿Cuántos años tiene usted, abuela?

- Y, 48 tengo yo, m’hijo.

¡Era más joven que nosotros! Nuestra vida de saco y corbata perdió su sentido frente a esa existencia extraviada.

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