Los "perros" del narco: el rol de los jóvenes en una economía dominada por las drogas

Un trabajo de investigación periodística financiado por FOPEA revela cómo funciona el narcomenudeo en la capital de Córdoba

ESLABONES. A los jóvenes se los conoce como “perros” y suelen dar aviso de movimientos extraños en el territorio, trasladan mercancías y a veces venden. FOTO GENTILEZA DE FOPEA ESLABONES. A los jóvenes se los conoce como “perros” y suelen dar aviso de movimientos extraños en el territorio, trasladan mercancías y a veces venden. FOTO GENTILEZA DE FOPEA
21 Diciembre 2014
Germán vive en una casa descascarada en un barrio de la ciudad de Córdoba ubicado a cinco minutos en auto desde el Centro, donde, en la vereda, un grupo de cuatro o cinco chicos fuma porros y hace chistes. Rondan, a ver qué les tiran. Germán es transa, apenas uno de los múltiples actores de las economías del microtráfico de drogas o narcomenudeo -que es el más visible en las calles de Córdoba-, con organizaciones familiares o con esquemas y estructuras no muy complejas. Conoce cada rincón de los correccionales de menores. Vive "calzado", tiene una colección de armas. Te vende la droga que quieras y tiene tres que trabajan para él.

La historia forma parte de "Los perros del narco. Cómo es crecer en una economía dominada por las drogas en la ciudad de Córdoba", un trabajo de investigación periodística financiado por FOPEA (Foro de Periodismo Argentino). El informe es parte de la iniciativa La Otra Trama, un espacio colectivo de organizaciones de la sociedad civil que, a través de un enfoque multidisciplinario, busca articular acciones en torno al problema del crimen organizado en la sociedad argentina. Integran La Otra Trama: Fundación Avina, Asociación Civil por la Igualdad y  la Justicia, Foro de Periodismo Argentino, Fundación Cambio Democrático, Fundación La Alameda, Contadores Forenses y Fundación Crear Vale la Pena. 

En el sistema, a los jóvenes se los conoce como “perros” y suelen ocupar puestos de menor relevancia: dan aviso de movimientos extraños en el territorio, trasladan mercancías, a veces venden… Si son mujeres y tienen hijos, es más habitual verlas en los puntos de ventas o “quioscos”, como se los denomina. 

Aunque no trabajen para los transas, muchos jóvenes comparten lazos familiares o conexiones con estas economías paralelas que introducen sus propias reglas de convivencia en el territorio, bajo la aceptación directa o indirecta de la Policía y del Estado, según comenta una decena de fuentes especializadas consultadas para este trabajo. Hay un alto nivel de tráfico de drogas, con pocos y pequeños dealers, pero organizados, con un control del espacio público y de la violencia para que la actividad se reproduzca sin problemas. 

El miembro de una asociación civil que trabajaba en uno de estos barrios desde hace 20 años, organizando talleres y apoyo escolar, sostiene que hay marihuana, pero en especial cocaína. "Muchos pibes empiezan vendiendo y eso les reditúa más que cualquier trabajo. Hay madres que admiten que no pueden darles nada mejor a sus hijos, es una práctica que se tolera. Casi siempre son chicos que ven cómo la economía familiar se mueve alrededor de la droga: vende el padre, vende el hermano", destaca. "Los narcos van comprando casas contiguas para hacer cocinas, se comunican por los patios traseros. Muchos chicos empiezan en esos lugares armando los paquetitos. Les pagan con droga, para que a su vez ellos la vendan. En los barrios siempre hay una relación tirante con los que tienen los puntos de venta. 

En hospitales, en la Justicia, en especialistas en adicciones, predomina el consenso de que los jóvenes se pasan a trabajar en estas economías porque consumen y necesitan asegurarse la provisión. Otros opinan que las motivaciones pueden ser múltiples, como obtener recursos, integrarse a grupos o ganarse respeto.

“Resulta desgarrador volver a casa después de un allanamiento en un lugar donde en la misma mesa en la que se estaba fraccionando droga había niños haciendo las tareas escolares”, sostiene Marcelo Fenoll, uno de los fiscales del fuero Antidroga provincial. 

Las estadísticas del Hospital de Niños de Córdoba señalan que hay un grupo etario de 8 a 15 años que ha probado alguna sustancia ilícita, una vez al menos. En los primeros cinco meses de 2014, los casos positivos ya superaban a todos los de 2013. Gabriel Martín, secretario de Niñez y Familia de Córdoba, describe la situación: "lo que vemos como fenómeno es que ha bajado la edad en que los chicos cometen actos delictivos graves, con uso de armas de fuego".

Reglas propias

En los territorios de la actividad narco hay un código propio. “Cambiaron las reglas del barrio. Y eso cambia las formas en las que uno puede acercarse a los chicos”, se lamenta Lucrecia González sobre su experiencia en el territorio desde la militancia política de Barrios de Pie. En esas economías, en esos juegos con reglas propias, ya sea por una acción deliberada o por omisión, se crea la zona liberada para que funcione el sistema, con complicidad o aceptación pasiva de las fuerzas de seguridad.

Las familias de los narcos conocidos son intocables: todos las conocen, pero nadie se mete. Son, además, grandes sostenes de las economías hogareñas y no hay nadie que no les deba un favor: plata para un remedio, juguetes para los chicos, camisetas para el equipo de fútbol. Uno de ellos es famoso porque en su cumpleaños corta la calle e instala grupos de cuarteto para la fiesta. Todo el barrio está invitado. Se come, se toma, se fuma.

"El narcotráfico ha ido ocupando un espacio muy fuerte. Los narcos grandes buscan a uno para que venda, a otro para que guarde, otro que cuida la cuadra (tero)… y a la gente que no pueden captar le van haciendo favores para captarla: le pagan la fiestita de 15 a la chica, les instalan un bañito…Pasó de ser simplemente un mercado a ser una red social", describe el padre Mariano, que tiene un taller de herrería para construir una alternativa a la inclusión económica que ofrecen los narcos. 

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