Esos gigantes pacientes
La tarde transcurría sin sobresaltos hasta que llegó él, miró a su hermana un tanto extrañado y lanzó: “se fue la abuela”. Ella le hizo repetir el mensaje, estúpidamente porque ya había escuchado con total claridad. Le hacía falta tiempo para que la noticia le entrara en la cabeza y el cuerpo. Estaba detenida, como si sus pies hubieran quedado al borde del abismo.

La abuela tenía 87 años. Había vivido intensamente. No sufrió cuando su corazón decidió apagarse. Hasta se marchó con una sonrisa en el rostro. Y entonces, ¿por qué dolía tanto su partida? “Qué injusto es no volver a escuchar más sus palabras de aliento”, pensaron los hermanos. Y se fundieron en un abrazo.

Los abuelos tienen eso: hacen más feliz la vida de cualquier nieto. Difícilmente les encuentren defectos. Son esos gigantes pacientes, comprensivos, tolerantes y protectores que colman de ternura a los chicos.

Ellos tienen pase libre -o se lo inventan- para malcriar a sus nietos. Cuentan con el tiempo necesario, las historias y la experiencia para convertir en mágico un momento cualquiera. Y son expertos en transmitir valores. Pareciera que siempre tienen la palabra justa. ¿Cómo lo hacen?

Pasan los años. Las costumbres no son las mismas. Pero el vínculo entre abuelos y nietos sigue siendo muy fuerte. Los chicos están fascinados con la tecnología, y sin embargo la historia de un abuelo los seduce tanto o más que un iPad. La tercera edad se ha puesto más activa que nunca. Ellos cambian pastillas por zapatillas y difícilmente se sienten a tejer. En buena hora. Así nos confirman que es una mentira eso de que se es viejo cuando se dan buenos consejos porque ya no se pueden dar malos ejemplos.

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