Cartas de lectores
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09 Diciembre 2014

EL RACISMO ARGENTINO

Casi siempre, una apreciable cantidad de argentinos solemos opinar que únicamente en países como los EE.UU., Sudáfrica, Alemania o Francia suelen ser los racistas más paradigmáticos y para sustentar esta afirmación se demandan a esas siniestras organizaciones que en esos lugares atizaron odios criminales hacia otras razas como el Ku Klux Klan, el Apartheid, el nazismo hitleriano y el actual neonazismo de algunas naciones europeas que no pueden contener las inmigraciones provenientes de los países árabes. Pero mal que nos pese, en nuestra Argentina sí existe el racismo. Si partimos de una definición convencional de este término que sostenga que este implica un odio o un ninguneo a otras razas o grupos sociales tipificados como inferiores, inmediatamente se advierte que, históricamente, ya desde la conquista española siempre ha existido un grupo que ha hecho de menos al otro: el blanco conquistador español despreció al cobrizo amerindio, y si le hicieron hijos a las nativas, ello se debió a las urgencias afrodisíacas fisiológicas de centenares de hombres que, luego de navegar durante meses sin tener contacto con mujeres, desembarcaron aquí como lobos en celo. Hay que reconocer que, gracias a estas privaciones, un lugar como el Paraíso de Mahoma, en Asunción del Paraguay, se produjeron los nacimientos en serie de los primeros mestizos “Los Mancebos de la Tierra”, quienes reconfigurarían la composición demográfica de nuestro naciente país. Luego, el español peninsular despreció a esos mismos mestizos y a los criollos. Posteriormente se despreció a los esclavos negros que servían en las señoriales casonas coloniales hasta que los convirtieron en carne de cañón en la Guerra del Paraguay. El porteño unitario despreció al caudillaje federal, al gaucho y al indio. Con el integracionismo de Yrigoyen las élites despreciaron a los inmigrantes, despectivamente llamados “la chusma ultramarina”. Cuando Perón llegó al poder, la oligarquía consolidó su desprecio clasista a los “cabecitas negras” y a los “grasitas descamisados”, algo que fue metaforizado en el célebre cuento “Casa tomada”, de Julio Cortázar. Hasta que llegamos a lo que actualmente denomino como “racismo de la vuelta de la casa” que consiste en que, ciertos argentinos, por el mero hecho de tener la piel y el cabello más claro, ya se sienten autorizados a despreciar al morocho que vive a la vuelta de la casa. En la Argentina, los dos rectores intelectuales que contribuyeron decisivamente a crear en el argentino promedio un doble complejo de superioridad e inferioridad fueron, Alberdi, de un modo diplomático, y Sarmiento, cuyos fogosos exabruptos lo conducían a decir sin filtros cualquier grosería. Esto no implica rebajar sus portentosas cualidades intelectuales que propulsaron la creación de la Argentina moderna, pero si se quiere corregir esta aberración que es nuestro racismo, se debe romper, en algunos tramos, la deferencia hacia esos dos grandes hombres quienes, dado a la condición humana, también pueden decir y cometer grandes errores. Decía Alberdi: “haced pasar al roto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de nuestras masas populares por todas las transformaciones del mejor sistema de instrucción, en cien años no haréis de él un solo obrero inglés”. Y Sarmiento le hacía el coro en una carta a Mitre con frases como: ”Los gauchos (...) toda esa chusma haragana, no trate de economizar sangre de gauchos”. “Por los indios de América siento una invencible repugnancia”. “Estamos por dudar que exista el Paraguay (...) era necesario purgar esa tierra de toda esa excrecencia humana”. Todo este rejunte de pensamientos hicieron del argentino un ser que, por un lado alberga un escondido complejo de inferioridad respecto de Europa y EE.UU., porque, casualmente, ese argentino se siente un europeo o un norteamericano frustrado. Pero al mismo tiempo, ostenta un muy exhibido complejo de superioridad respecto a los hermanos latinoamericanos con calificativos tales como “bolitas”, “chilotes” o “paraguas”, dirigidos ofensivamente a los bolivianos, chilenos y paraguayos por dar unos ejemplos. Quizás, la interpretación más atinada de la influencia de estos pensamientos racistas suministrados por estos dos grandes hombres sea aquella que sostiene que, el mayoritario mestizo argentino siente en la más profunda interioridad de su ser la inconclusa batalla en la que hay un perdedor indígena sometido y luego destruido y, paralelamente, hay un ganador que sometió e impuso vigorosamente su idiosincrasia cultural; si bien, a través de este mestizaje todavía permanece algún hibridaje o rastro cultural de la raza vencida. Y, al parecer, este permanente conflicto interno es algo que, en el inicio de este siglo XXI, una buena cantidad de mestizos argentinos no puede resolver.

Leandro Luis Cruz
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EL GOBERNANTE IDEAL

El ciudadano imagina al gobernante ideal como a una persona cultivada, pero humilde. Consciente de las necesidades de quienes lo votaron, pero que, buscando su propio beneficio político, no se aprovecha de ello, emparchando la realidad con acciones huecas, superficiales, llenas de palabras mentirosas, para crear expectativas inútiles en el pueblo, destrozando sus esperanzas y pisoteando su dignidad. Siempre se sueña con que el mandatario sea una persona con autoridad, pero no, autoritaria, con tales ansias de poder, que olvide que su cargo es el de un “servidor público”, y que sus considerables ingresos provienen del bolsillo de los votantes, por lo que, sea o no de su agrado, es empleado de sus conciudadanos. También debería ser una persona justa, pero que no pretenda interferir en las decisiones de la Justicia. Que sea de lenguaje llano, pero no vulgar; el insulto, los dobles sentidos, las frases irreverentes y cargadas de malicia con el fin de desembarazarse de posibles acusaciones, bajo ningún punto de vista pueden formar parte de su forma de hablar. Además, que diga lo que debe hacerse, pero que no actúe de modo contrario. Que condene la corrupción, pero que no desvíe su mirada para ignorarla. Que declare lo incorrecto, pero que no se desentienda de las malas acciones, tanto propias como las de quienes lo secundan. Que lleve su mandato lo mejor posible, pero que no busque perpetuarse en el poder. Que hable de democracia, pero que no pretenda manejarla a su antojo. Que luche contra la dádiva, pero que no la fomente con su silencio. Que hable de Libertad, pero que no obligue a los demás a ejercerla bajo sus cánones. Que busque la transparencia en su gobierno, pero que no la enturbie con sus negociados hechos a espaldas de aquellos que le confiaron sus destinos. Que condene la compra de voluntades, que la declare, pero que no consienta que quienes están a su cargo la ejerzan con el mayor de los descaros. Que no peque ni por acción ni por omisión. Que no acreciente su fortuna a costa de los ciudadanos. Que sea tan honesto con la gente y consigo mismo que tenga la valentía de someterse a la voz de las urnas, sin interferir de ninguna manera, sin manejar ni permitir que se manipule la decisión soberana de aceptar o rechazar su accionar, con total conciencia de que la decisión de su pueblo, sea cual fuere, será el corolario de su dignidad. La gente se pregunta si la cabeza de su gobierno y todos los funcionarios de turno podrían, aunque sea mínimamente, caber en esta figura imaginaria, utópica, tan fuera de esta realidad degradada que le toca vivir.

Rina Ibáñez

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SIN PODER JUBILARSE

Trabajé desde que iba a la secundaria y después lo seguí haciendo mientras concurría a la universidad; con la ayuda de mis padres y familiares me gradué. Pude trabajar hasta el 22 de enero pasado, cuando una afección que padezco desde chico, retinocoroidosis degenerativa, me dejó ciego del ojo izquierdo y con visión subnormal en el derecho. Inicié los trámites jubilatorios; “está” caminando, me dicen cuando hago las averiguaciones. Son lentos, me dicen. Cuando me cuentan que ya están cobrando los primeros $1.000 aquellos posibles “saqueadores”, que los presos cobran los $4.400... Pienso en mi viejo que a las cinco de la mañana montaba en su bicicleta e iba a trabajar y murió esperando el 82% móvil. Pienso en mi vieja, en tantos otros abuelos mayores que sufren. Y lloro de impotencia, no me da vergüenza decirlo. Siento como el cáncer de la corrupción crece y en “decretos delivery express” se decide pagar a los posibles saqueadores, por otro DNU (ironía), los presos tienen sueldo. Trabajé de chico, hice los aportes rigurosamente, inicié los trámites, pero qué ironía, me olvidé de saquear y robar para que me paguen o me metan preso para cobrar aunque más no sea el mínimo vital y móvil. Señor Jesús, creo en ti, pero no soy vos, no soporto todas las noches los latigazos (de la corrupción) como los soportaste tú, en tu calvario. Señor, ten piedad de mí, me pongo en tus manos, yo ya no puedo más...

Jorge Antonio Rojas
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LA CONQUISTA

Comienza mal su carta el lector Clímaco De la Peña (8/12). Lo hace con recursos de mal polemista. Quiere invalidar un argumento por un error en la ubicación de la coma. Es como invalidar un silogismo por un error de ortografía. Ya sabía de mis pocas condiciones para las matemáticas. La rendí los cinco años de mi bachillerato. Volvamos a lo nuestro. Se supone que a los ejecutados los enterrarían cerca del lugar de ejecución. Si observa bien las áreas pobladas de la América Andina y Central, son bastante reducidas respecto al total. Descuente todos los Andes y deje únicamente sus valles y llanuras no desérticas. Descuente las selvas tropicales, y deje las planicies vecinas a las orillas de sus ríos. Y reducirá el territorio donde seguramente cavará un metro y hallará un hueso. Vaya a nuestro Valle de Tafí y encontrará enterratorios en Carapunco, El Mollar y en las laderas bajas de los cerros. No los busque en la cumbre del Ñuñorco o del Muñoz. Su tiempo de desaparición de un cadáver es totalmente arbitrario. Pregúnteselo a un médico forense. Sigamos. Si yo hubiera sabido que usted era un repetidor de ideas ajenas, entusiasmado por su más reciente lectura, no habría participado de este intercambio. Pero no lo sospeché desde un principio, señor De la Peña. En la Conquista hubo muertes, muchas muertes. Por el oro, por el poder y por el sexo. Cada una de esas ambiciones humanas empedraron de huesos algún lugar y en alguna época nuestra América. Pero matar por matar grandes comunidades, esa es la acepción de genocidio, no hubo. Menos aún en la cuantía de 50 millones de personas. Quizás alguno pensó hacerlo, pero carecían de medios reales para hacerlo. En cuanto a Ambrose Bierce, es un viejo amigo mío, junto con Mark Twain y Francis Bret Harte. Los vengo leyendo desde hace más de 50 años. Pero esa es otra historia.

Tulio Santiago Ottonello

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LA CORRUPCIÓN

Deseamos una democracia que garantice los derechos humanos como criterio excluyente de toda política del Estado; con un esfuerzo sistemático para que estos sean promovidos; con una defensa férrea contra todo lo que los afecte. En democracia, a mi entender, el crimen que más afecta a los derechos humanos es la corrupción y la del Estado es más grave porque afecta el bien común y fragiliza la equidad en la sociedad. Todo gobierno puede tener mucha o poca corrupción. El antídoto sería que el Estado garantizara un sistema de control aceitado, eficaz, rápido y concreto que impidiera que el ciudadano creyera que la corrupción es un mal inevitable e incurable y que su denuncia sólo está asociada a la simpatía o antipatía a los gobernantes de turno. Cuando la percepción de corrupción parece una constante podríamos afirmar que el Estado no está haciendo todo lo necesario y, por lo tanto, está cometiendo una violación contra los derechos humanos. Podemos llevar la discusión a otro lado, pero no deberíamos negar que la corrupción del Estado ataca la posibilidad que los ciudadanos gocen de toda la amplitud de sus derechos humanos. La corrupción en democracia es peor cuando muestra un enriquecimiento de la clase política sin importar su signo político y sin relación directa a sus probabilidades. Platón lo sintetiza diciendo: “la obra mayor de la injusticia es parecer justo sin serlo”. La democracia debe fomentar el trabajo por los derechos humanos, y a su vez, los defienda aquí y ahora. Así, la democracia que construimos nunca podrá ser aniquilada por ningún poder militar y, sobre todo, prostituida por políticos vulgares e ineptos que solamente buscan el poder para enriquecerse a costa del pueblo que parece condenado a recibir sólo sus dádivas y no los derechos que le pertenecen.

Francisco Juan José Viola
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AGRICULTURA FAMILIAR

El 2014, declarado por Naciones Unidas el Año Internacional de la Agricultura Familiar (AIAF), está llegando a su fin con un logro muy importante para nuestro país con la creación de la Ley Nacional de la Agricultura Familiar (AF), ya aprobada en Diputados e ingresada en el Senado. Se hace justicia para protección y fomento de un sector olvidado y casi desconocido en gran parte de la población nacional, que por defecto de los medios de comunicación masiva escasamente se mencionan. También el sector mismo no ha logrado aún imponer su presencia protagónica, pero que va orientándose a esa finalidad con el acompañamiento de la nueva Secretaría Nacional de la AF que tiene delegaciones en todas las provincias. La AF es un pilar de la seguridad alimentaria regional; según la FAO, “el 80% de las explotaciones agrícolas de América Latina y el Caribe son de la AF y generan el 70% del empleo agrícola en la región. El sector involucra a 20 millones de personas en los predios y da empleo directo a 10 millones de personas”. Para destacar su rol en el abastecimiento alimentario se expresa con su lema “Por lo menos una vez en la vida vas a necesitar un médico, un abogado, un arquitecto, pero todos los días, tres veces al día, vas a necesitar de un agricultor”. En la Argentina se reconocen más de 200.000 familias de la AF integradas por pequeños agricultores, ganaderos, granjeros, pescadores, artesanos, que con su esfuerzo diario se autoabastecen y nos ofrecen sus productos orgánicos, muy poco o nada contaminados con agroquímicos tóxicos. En Tucumán rondan las 17.000 familias AF, de ellas, unas 4.500 cañeras. Este gran capital humano no sólo produce y genera su propio trabajo sino que su presencia en el campo afianza nuestra soberanía territorial. Debemos apoyarlos con responsabilidad ciudadana.

Hugo West
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MUNDO INJUSTO

Nadie puede vivir seguro. El accidente desbarata todo y la inseguridad asoma cuando menos se piensa. En este mundo colonial e injusto, siempre hay alguien, sea arrebatador o poderoso, que cree que puede compensar su resentido odio robando bienes a otros. Empezamos a reconocer algunas violencias, como las de género, pero faltan muchas otras por corregir, y todas nacen de una discriminación, ejemplo, colonizadores y colonizados. Damos normas que incumplimos, tratando de mantener cosas viejas en un mundo moribundo necesitado de cariño. El tratar a otros como quiero ser tratado no figura en quienes apoyan las violencia de los que dividen, corrompen y se apropian “legalmente” de todo, escondidos tras brillantes fachadas coloniales. Guste o no a nuestra hipocresía social, y aunque los colonialistas nos castiguen por tratar de salir de su cepo, esa es nuestra realidad. ¿En qué mundo vivimos? Deberían preguntarse. Necesitamos una vida digna, cariño, justicia, alimentos, y respeto a nuestros derechos, y es por eso que debiéramos ser claros porque nada es más importante que la vida humana. Aunque algunos se confundan, criticando como grave infracción normas de apariencias y brillos coloniales.

Javier Astigarraga
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Roosevelt y Pearl Harbor

Haciéndome eco de la ilustrativa carta del lector Luis Iriarte (8/12), debo decir que el propósito de la mía del día anterior era significar que lo terrible de cualquier guerra es su inicio y los motivos por los cuales se inicia. Por cierto, el ataque a Pearl Harbor da motivo para larga descripción de hechos, antecedentes y consecuencias inmediatas, pero no comparto que el presidente Roosevelt haya tenido conocimiento previo del ataque y nada haya hecho para evitarlo. Es verdad que ya desde 1940 los Estados Unidos tenían una política de abierto enfrentamiento con los intereses japoneses, que incluso por razones de seguridad, habían iniciado procesos judiciales contra ciudadanos nipones sospechados de espionaje. En plena campaña electoral, el gobierno de Roosevelt aumenta las fuerzas en el Pacífico ante el peligro japonés, da amplio apoyo económico y político a Chiang-Kai-Shek y prohíbe la exportación de petróleo y acero al Japón. También es cierto que, luego de la Primera Guerra Mundial, la población norteamericana, que además pasó por la gran depresión de los años ‘30, no quería que se interviniese en conflictos puertas afuera; sin embargo, el 17 de septiembre de 1940 se aprueba el servicio militar obligatorio. De ser cierta la interpretación del doctor Iriarte, la ciudadanía norteamericana le hubiera dado la espalda a Roosevelt en las siguientes elecciones, ante una ley que iría a mandar sangre joven a la guerra, y no fue así. Es demasiado agresivo decir que Roosevelt “mintió a sabiendas”. Toleraron, no obstante, la pérdida de naves de guerra que custodiaban buques mercantes que se dirigían a Inglaterra y la ley de préstamo y arriendo por la que se enviaban insumos por igual al Reino Unido, por abierta simpatía por Churchill y a la Unión Soviética, pese al recelo que significaba que hubiera dispendio de recursos en ayudar a un estado totalitario. La neutralidad era promesa no sólo de los republicanos, sino también de los demócratas en las elecciones de 1940, pero rota esta, el pueblo norteamericano dio amplio respaldo electoral al partido gobernante en las elecciones de medio término de 1942 y la tercera reelección a Roosevelt en 1944, última antes de la vigencia de la enmienda constitucional, pese a que sus soldados morían por miles en los campos de batalla. Haber descubierto las claves de los mensajes cifrados que se enviaban los japoneses no significa que fueran a saber el contenido de estos; la clave “subid al monte Niikata”, que indicaba el inicio de las operaciones, recién fue sabido por los mandos de la flota japonesa cinco días antes, cuando ya estaba desplazada hacia el naciente la inmensa flota que describí en mi anterior carta. Debe interpretarse como un verdadero ataque sorpresa, ayudado por el espionaje, la negligencia del almirante Kimmel, inmediatamente relevado del mando después del ataque, y el exceso de confianza que tuvieron los norteamericanos en la seguridad de la rada de Pearl Harbor, a la que, pese a la experiencia de Tarento -donde la aviación inglesa destruyó lo mejor de la flota italiana en un ataque parecido-, no se blindó con protección antitorpedos. Los “zero” atacaron con bombas de impacto vertical, táctica impensada hasta entonces, sustentada por la moderna tecnología de estos aparatos y la proximidad de las bases propias en portaaviones. Opino debe desligarse a Roosevelt de toda responsabilidad, máxime cuando a lo largo de las intervenciones que siguieron, era el líder que quería poner el fin más rápido y menos costoso a la guerra y quien se opuso de forma más tenaz a las ideas de ciertos mandos (Patton, uno de ellos) que, vencida Alemania, querían proseguir de inmediato las acciones contra los rusos, obligándolos a retroceder hasta sus propias fronteras anteriores a 1939. Pero esa es otra historia.

Víctor J. Chocobar
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Villa Carmela

Los problemas de nuestra comunidad están igual o peor que antes. Los comisionados comunales de Villa Carmela en gestiones anteriores dejaron obras inconclusas y en la actualidad sucede lo mismo. Puedo mencionar algunos de ellos que no se realizaron: puente peatonal, red de gas natural, complejo polideportivo, pavimentación de calles y otros. Pasaron cuatro años y nuestra comunidad continúa esperando.

Susana Ávila
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