A las coplas las traía el cartero

A las coplas las traía el cartero

“El Barbudo” Castilla y “El Chivo” Valladares compusieron una decena de piezas juntos

Un acorde de ginebra les moja la bordona del alma. Por los andamios de la madrugada, se despeña una zamba en los vasos del silencio. Uno, en Salta. El otro, en Tucumán. La distancia, brazo fraterno, enduendado de coplas. Las miradas se hacen canción, cuando las cantinas se pueblan de insomnio. Bohemia. Poesía. Canto.

Una huella de grillos les zarandea la mollera. Un lapacho pinta su sueño en la acequia. Un romero olvida su sombra en un pañuelo. “Me invitó a su casa en Salta. Me llevaba de un lado a otro, haciéndome conocer gente, tomando, cantando… Andaba como coyuyo desvelao... Volvimos como a las seis de la mañana. Me dijo que quería hacer una canción. Yo le dije: ‘Está todo el mundo durmiendo’. Entonces, afligido, porque nadie se despertara con la guitarra, compuse la música de la Zamba del Romero. Después nos fuimos a visitar al panadero Juan Riera, el de la zamba. Y ahí, el Barba me pasó la letra de la Vidala del Lapacho. Mientras comíamos unas humitas de albahacas riquísimas que había hecho Riera, me salió la vidala”.

El torrontés se demora en la garganta del alba. El susurro de guitarra trasnocha amistad. Las cartas del “Barba” Manuel Castilla viajan en el tren de la poesía. Riega el sobre con un puñado de coplas filatélicas: “Carterito:/ A Rolando Valladares/ flor de la vidalería/ entregámele esta carta/ apenas despunte el día./ Vive en el Dos Ocho Cinco/ De la calle CHACABUCO./ En Tucumán lo alumbran/ tiernos su mujer y el TUCO./ Hizo la vidala SUBO/ y la ZAMBA DEL CARRERO,/ y esto que es mucho más lindo:/ ser siempre un amigo entero./ Si él te recibe este sobre/ -casos que tiene el destino-/ andate con el Chivito/ al Bajo y tomate un vino”.

Por el silbido del monte, una corzuela vidalea un amor en pena. Los amigos descorchan el ingenio. “Con el Barba nos habremos visto cinco o seis veces. Podría contarlas a través de las canciones que hicimos juntos. Cuando nos encontrábamos éramos como quien lleva un cuchillo, salía una zamba de entrada y a la despedida, ya teníamos otra medio armada… Él me decía: ‘Vamos al mercado a encontrarnos con la gente’. Era amigo del lechero, del panadero, del que vendía el pescado. De ahí sacaba las cosas, de la comunicación diaria con el pueblo. El Barbudo era una continuidad de su poesía”.

Las cartas traen mensajes de zamba y un entretenimiento para el cartero: “Al lado de un funebrero/ y en Tucumán, carterito,/ en la calle CHACABUCO/ vive mi amigo el “Chivito”./ Justo al DOS OCHENTA Y CINCO,/ don Rolando Valladares/ entre vidala y vidala/ se me llena de pesares”.

Un abrazo de vidala se les trepa al corazón, la humildad y la ternura cuelgan de la barba de Manuel Castilla. “¿Y si le hacemos una zamba para el Barbudo?”, me dijo el Chivito. Ahí va, don Rolando Valladares: “Por su barba se demora/ el aleteo del monte,/ sus pupilas son corzuelas/ amanecidas en coplas./ Hay un tren de Alemanía/ bostezando en los andenes,/ cuando estalla una baguala/ su corazón se estremece./ Una cantora de Yala/ le enharina las tristezas,/ por las trenzas de la noche/ se le evaporan ausencias./ Cuando la muerte lo apuna/ con el Cuchi la resiste,/ si el vino se vuelve canto/ se espantan santos y diablos./ El vino es un duende viejo/ que descose su ternura./ Manuel Castilla despena/ una pena enamorada,/ por la risa del silencio/ se le pensamienta el alma”.

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