Para conservar las tradiciones, manda a su hija al jardín en China

Para conservar las tradiciones, manda a su hija al jardín en China

Fernando Chen, uno de los últimos inmigrantes chinos en Concepción, cuenta cómo es su vida en la Perla del Sur. El joven está casado y administra un supermercado. A su pequeña la acaba de dejar en Fujián para que la críen los abuelos. Así se conservan los valores chinos

LA GACETA/ FOTO DE OSVALDO RIPOLL LA GACETA/ FOTO DE OSVALDO RIPOLL
En Fujián, una provincia del sur de China, casi todos los habitantes son niños y viejos. La gran mayoría de los jóvenes está en el exterior. Lejos de la superpotencia, en Concepción -la Perla del Sur tucumana- están dos de ellos: son Fernando Chen y su señora, Giselle. Se instalaron en esta ciudad hace siete años, cuando abrieron un supermercado. Ahora tienen dos hijas, Iris y Lara. La más grande, de tres años, acaba de comenzar el jardín de infantes. Para eso, tuvo que viajar miles de millas en avión, explica el papá. ¿Cómo? ¿Por qué? “Porque decidimos que se eduque en China. Nuestra cultura es así. Las raíces están allá y tienen criarse así. Es la costumbre”, aclara.

Fernando, que tiene 26 años, saca su moderno celular y muestra una foto de su hija, junto a sus compañeritos de jardín. “¿Ves este niño? ¿Y estos dos?”, pregunta mientras señala con el dedo. “Son todos hijos de matrimonios que están viviendo en Argentina. Para nosotros es lo que está bien. Los chicos, a edad de ingresar a la escuela, tienen que ir a China, con los abuelos. De esa manera, nos aseguramos que aprenden el idioma, la cultura y los valores nuestros”, remarca el joven, que también fue criado por sus abuelos mientras sus padres buscaban en nuestro país progreso y bienestar para la familia.

En la provincia de Fujián, explica, tradicionalmente las familias emigran hacia algún lugar del planeta. La Argentina apareció como opción hace unos 20 años. Al principio de 2000, vinieron muchos chinos, cuenta. Su padre llegó a Tucumán por primera vez en 1994 y en 2001 se instaló buena parte de la familia.

“Yo llegué cuando tenía 12 años. Me costaba mucho todo el tema del idioma. Por eso me mandaron a primer grado”, cuenta este joven. No completó sus estudios. Pero eso no le importa demasiado. “El objetivo era aprender el idioma. La educación me la dieron mis padres”, resalta.

Conoció a Giselle, también oriunda de China, en Famaillá. Los padres de ella tienen un supermercado en esa ciudad. Fue amor a primera vista, dice este joven alto y flaco. Aún muestra algunas dificultades idiomáticas, pero es simpático y se aleja bastante del prototipo del chino que solemos ver siempre en silencio.

Consciente de que forma parte de una colectividad que encierra muchos mitos y prejuicios, él cree que la clave para desterrar esos conceptos es estar siempre en contacto con el cliente y generarle confianza. “Argentina es un país muy amable. Estoy y estaré siempre agradecido”, recalca. Le gusta mucho Concepción. “Porque es una ciudad moderna y a la vez muy tranquila. Cuando fui a dejar a mi hija a China, estuve viviendo dos meses allá y la verdad que no me gustó. Extrañaba acá. No me agrada la vida acelerada”, destaca.

El supermercado que tienen en el barrio San Martín, a seis cuadras del centro, se lo dejó su padre, que ahora tiene su comercio en Famaillá. “Trabajo y ahorro son la base cultural para nosotros. La plata se ahorra para nuestros descendientes”, dice.

Su vida familiar es como la de cualquiera. “Trabajamos en horario comercial. Nuestra mesa tiene comida china todos los días. No puede faltar el arroz. Me gusta la música oriental, pero también me encanta escuchar folclore”, cuenta feliz, mientras su pequeña de un año juega en los mostradores. Dentro de muy poco, tendrá que seguir los pasos de su hermana mayor. Así lo dicta la cultura milenaria de los chinos. La vida está llena de sacrificios, dice.

Consultado acerca de si volvería a China alguna vez, Fernando medita unos segundos. “De seguro, algún día volveremos todos”, remata.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios