Álvaro Pérez Acosta: “A mí me defendió Dios, si no sería un fiambre”

Álvaro Pérez Acosta: “A mí me defendió Dios, si no sería un fiambre”

A pesar de las secuelas a nivel motor y neuronal que le quedaron, Álvaro tiene proyectos de vida: escribir sus memorias, ser independiente y crear una fundación.

 LA GACETA / FOTO DE INÉS QUINTEROS ORIO LA GACETA / FOTO DE INÉS QUINTEROS ORIO

Se llamaba Nico. Por Nicolás Repetto, el periodista. Era la única condición que había puesto su madre para que el siberiano de ojos azules entrara a la casa. “Mi mamá no quería más perros, desde que mi hermano lloró sin consuelo cuando se murió el Tony, un ovejero alemán que teníamos cuando éramos chicos”. Pero él, Alvaro Pérez Acosta, había prometido que nada de eso volvería a pasar. Y su madre lo consintió, como suele hacerse con los hijos menores.

Desde entonces todas las tardes iba a presumir con su amigo a la plaza Urquiza. Le bastaba dar una sola vuelta para escuchar la voz de alguna chica: - “¡mirá qué ojos!” - “¿Lo decís por mí o por Nico, mi perro?”, respondía Alvaro, rápido de reflejos. Una explosión de risa era señal que tendría un nuevo número de teléfono en su libretita.

“Éramos el dúo perfecto. Él, con su facha las acercaba y yo, con mi labia, las chamullaba”, escribe con picardía en su libro de memorias. Todavía le falta mucho para terminarlo. Escribe lento en una pizarrita de fórmica blanca. Palabra por palabra, casi sin mover el brazo derecho. Álvaro está sentado en su silla de ruedas en la cocina comedor de su casa. Diego, su ayudante terapéutico, y Cecilia, la hermana mayor, ayudan a interpretar lo que él escribe con felpa negra.

- ¿Qué contás en tu libro?

- Mi vida. Pero lo hice en forma graciosa, para dar alegría.

-¿Por qué escribís?

- Como una forma de hacer justicia. Cuando a mí me golpearon no me defendí. Ahora quiero hacerlo con este libro y crear una fundación para chicos drogadictos para que no se peleen. (“No quiere que les pase lo mismo que a él”, interviene Cecilia). Cuando a mí me pegaron muchos chicos estaban mirando. (“¡Nadie lo defendió!”, salta de nuevo la hermana). A mí me defendió Dios … porque si no sería un fiambre ... Paladini.

(Risas) Alvaro consiguió lo que quería, que brote una sonrisa.

“Me gusta hacer reír a la gente. Cuando yo iba al colegio Sagrado Corazón me vestía de payaso para divertir a los chicos en el Club Colegial Santo Domingo”.

Ahora deja de lado la pizarra y abre su boca para que vuelen las palabras. Pero están atascadas en su pecho. Diego se acerca para auxiliarlo, le hunde la palma de la mano en el estómago para ayudarle a soltar el aire. Y ahí brota, por fin, una frase: “a mí me robaron muchas cosas, pero no el humor. Nunca me faltan las ganas de sonreír”, exhala suave y entrecortadamente hasta completar la frase.

Vuelve a buscar la pizarra y el fibrón: “ayudame”, escribe. “Con el libro y con la remodelación de la casa para que pueda manejarme solo en la silla de ruedas, porque quiero independizarme”. Cecilia ha hecho hacer un plano, derribando paredes para hacer un dormitorio grande y un baño especial para que su hermano pueda desplazarse con comodidad en el andador y la silla con motor que le regaló el gobernador. “Esta casa que le dejó el papá para él se ha convertido en una cárcel”, juzga la hermana.

Alvaro rescata las últimas andanzas de Nico en su libro todavía en proceso. Después de aquella noche tremenda, por más que entró varias veces en el dormitorio, nunca más volvió a ver a su amigo de pie. Quizás le sorprendía cómo alguien puede llegar a cambiar tanto de la noche a la mañana. ¿Era todavía su amo? Y como un intento desesperado de que lo fuera, el animal había tomado por costumbre ir a orinar en las patas de la cama de Alvaro, lo que enfurecía a la madre que lo sacaba corriendo con la escoba. “¡No sabía cómo hacer para que mi mamá no se enterara. Una vez se mandó una meadita y ella comenzó a corretearlo con el cinto en la mano. Yo sufría como si estuvieran pegándome a mí. Era tanta la amargura que yo sentía, que mi enfermero, Julio, para cambiar mi llanto por una sonrisa me dijo: ¡Ya sé lo que vamos a hacer! Cuando Nico venga a mear, avisame y yo le pongo el papagayo!” Risas.

- ¿Tenés amigos?

- Sí, dos. Ernesto y Carlitos. Antes (del incidente en el boliche del que nunca regresó como se fue) tenía la barrita del Sagrado.

“Los amigos se fueron alejando por etapas. Al principio estaban todos, incluso venía un montón de gente a rezar a casa, católicos y evangélicos, hasta el padre Rufino, que ya falleció, venía. Pero después nos fuimos a Córdoba para seguir la rehabilitación y cuando volvimos no aparecieron más”, relata Cecilia.

“Pero hay un amigo que está siempre”, escribe Álvaro: “Dios”.

Eso que cuenta su hermana sobre los grupos de oración le hace recordar otra anécdota de Nico. Las veces en que el perro se metía entre la gente que rezaba y se iba hasta la cama de Álvaro para pararse en dos patas cerca de la cabecera, y asentarle una pata en el pecho, como si esa fuera su manera de participar.

“Las personas a veces parecen animales y los animales, personas -escribe-. Cuando a mí me ocurrió aquello, Nico sufrió mucho porque ya nadie lo sacaba a pasear. Cuando yo estaba grave en cama, él vino hacia mí con la correa“.

No hay más preguntas. Sólo silencio.

Pero Alvaro siente que debe dar una explicación para no contradecirse con aquello de que le gusta hacer reír a la gente. Manotea la pizarrita y escribe: “a mí me dejaron incapacitado de piernas y brazos, pero no del corazón”. La palabra corazón no la escribe, la dibuja.

Nico ya no está. Un día, cansado de esperar, decidió dar un paseo por su cuenta y salió por la puerta que encontró abierta. Desde entonces, su foto -la que usted ve en esta página– está pegada en la ventana del dormitorio de Alvaro, y estará siempre ahí porque a los amigos, los de verdad, no se los olvida más.

Entre las graves secuelas y la esperanza de lograr autonomía
El DNI dice que tiene 41 años, pero él sólo registra los 23 años que tenía cuando ocurrió el ataque. Vive en la casa de sus padres (España 189), al cuidado de su madre, su tía y sus dos hermanos solteros. Su padre falleció y su madre está enferma. La golpiza que le propinaron dos jóvenes aquella madrugada de 1996 le dejó secuelas de por vida: tetraparesia piramido extrapiramidal, la define el kinesiólogo Rolando J. Nasser. Álvaro permanece en silla de ruedas y se ejercita para usar el andador, con mucha ayuda. Se comunica a través de una pizarra o verbalmente con dificultad.

Hay subsidios de la conadis para adaptar la casa
Por la Ley de Cheques las personas con discapacidad pueden solicitar un subsidio no reintegrable para adaptar la casa a sus necesidades. La Comisión Nacional de Discapacidad -Conadis- provee de un subsidio de $ 20.000 para que puedan ser aplicados al pago de los materiales, mano de obra, equipamiento como termotanque, calefón, calefactor y otros. Los interesados deben comunicarse a la Comisión Nacional Asesora para la Integración de las Personas con Discapacidad, por correo electrónico a [email protected] o al teléfono 0 800 333 2662 (de lunes a viernes de 10 a 17).

Aquella trágica madrugada

 - En la madrugada del 27 de julio de 1996 Alvaro Pérez Acosta (23 años) fue patoteado al salir de un boliche.

- Los agresores fueron los hermanos Cristian y Fabián Jensen. Fabián quiso llevar a bailar por la fuerza a la novia de Alvaro y eso desencadenó el ataque. Alvaro quedó en estado de coma. 

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 - El 8/9/1997 se inició el juicio. Los Jensen fueron condenados a ocho años de prisión, que ya cumplieron.

- El gobierno cubre la rehabilitación de Álvaro. La familia pide ayuda para readaptar la casa a su discapacidad.

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