Guantes sagrados
“Qué lástima que haya ganado un peronista inmundo”, le dice Jorge Luis Borges a Adolfo Bioy Casares. Es diciembre de 1957 y el “mignon (mono) de Perón”, como ambos llaman a Pascual Pérez, acaba de noquear en el tercer round al español Young Martin en La Bombonera. Borges quiere que el gobierno militar del general Pedro Eugenio Aramburu “se quede” y Bioy le cuenta que “en casa, mientras orinamos, hablamos de las elecciones”. Son las elecciones que, tres meses después, y con el peronismo proscripto, gana Arturo Frondizi. Borges se declara “deshecho” y Bioy “muy triste” porque creen que “la Revolución -como llaman al gobierno militar- se va al diablo”. La victoria ante Martin, sexta de las nueve defensas exitosas que hizo Pérez, ocupa ese breve y penoso comentario para dos de los más grandes escritores que ha tenido la Argentina. El diálogo aparece en “Borges”, el libro en el que Bioy contó detalles inéditos de su relación con Borges, antiperonismo incluído. Pérez, con Carlos Monzón acaso el boxeador más importante que tuvo la Argentina, cumple este miércoles 60 años de su hazaña: la conquista de la corona de los moscas. Primer campeón mundial del boxeo argentino.

El 26 de noviembre de 1954, Pérez, de 28 años, derriba dos veces, en el segundo y décimosegundo round, al japonés Yoshio Shirai y le gana por puntos en el estadio Korakuen de Tokio. “El León Mendocino” de 1,52m, que “pesa 48 kilos y pega como un liviano”, dice apenas termina el combate al micrófono del relator Manuel Sojit, hermano de Luis Elías Sojit: “El recuerdo del general Perón, su estímulo, su cariño por todos los deportistas fue el acicate y el pensamiento que mantuvo mi fe, aún en los momentos más difíciles de la pelea”. Y cierra sus palabras: “Cumplí, mi general”. Juan Domingo Perón, que en esos meses libra un enfrentamiento durísimo con las jerarquías de la Iglesia Católica, había estado en la primera fila del Luna Park en la primera pelea contra Shirai, el 24 de julio de 1954, empate que dio el boleto a la revancha ya por el título. Cuando Pérez desembarca campeón en Buenos Aires, Perón, por supuesto, está entre la multitud que lo recibe en Ezeiza.

“Por primera vez en la historia del deporte argentino, un hijo predilecto trae a la Patria la corona de campeón profesional. Es un muchacho humilde porque así son los valientes y los buenos. Y la Patria, orgullosa de su hazaña”, escribe “La Razón” tras la conquista. “La Nación” le sigue: “Profesional completo, con una clara exposición de boxeo ortodoxo, revistió su trabajo con su empuñadura criolla. Siempre le dio preferencia al ataque, esa suerte de acción definida, viril, en la que queda identificada la personalidad. Ahora le ha incorporado un capítulo que se convierte en epopeya concisa y espléndida, digna como iniciación de una nueva época del boxeo argentino en el concierto mundial”. En el ring side de Tokio, Pérez está acompañado por los integrantes de la orquesta de Juan Canaro. En Buenos Aires, Sergio Gasparini, Pascual Lauria y Héctor Maure componen “Al gran campeón”. “Pascualito Pérez, Gran campeón del mundo -dice la letra-, hoy mi patria toda tu hazaña festeja, corazón y nervio llenos de destreza dejaste sentada por guapo mi tierra”.

Hijo de una familia campesina que cultivaba en los viñedos mendocinos, Pérez, labrando la tierra, forma un cuerpo pequeño pero macizo, con brazos fuertísimos, capaces de lanzar golpes potentes, que le permiten ganar en los inicios más de 20 campeonatos amateurs. Su padre lo autoriza a viajar a Buenos Aires sólo después de que la Federación Mendocina de Boxeo le asegura el dinero para contratar a otro peón que reemplace a su hijo. Pérez se clasifica para los Juegos Olímpicos de Londres de 1948. Y gana medalla de oro al vencer al italiano Espartaco Baldinelli. “Su rotunda eficacia finca principalmente en el notable sentido de tiempo y distancia. Es agresivo, de pegada fuerte en proporción a su peso; y desarrolla todos sus recursos en plena velocidad, sin perder la línea. Podríamos afirmar que ha sido el mejor boxeador del equipo argentino y uno de los mejores estilistas del torneo”, lo elogia Félix Frascara en El Gráfico. Pérez baja del avión envuelto en una bandera argentina. Perón lo espera junto con la multitud. La Legislatura mendocina lo premia con una casa en la capital. La Fundación Eva Perón le da los muebles.

Una derrota polémica que lo deja afuera de los Juegos siguientes de Helsinki 1952 precipita su pase al profesionalismo, de la mano del manager Lázaro Koci, el mismo que había manejado la carrera de José María Gatica. Gana el título argentino, pero pelea en un Luna casi vacío y no tiene rivales, hasta que el propio Perón impulsa la primera pelea contra Shirai, clave para la coronación posterior. “El Mono” Gatica, amado y odiado, es el boxeador del peronismo, pero, indisciplinado, cae en primera rueda ante el estadounidense Ike Williams en su única pelea por un título mundial. Pérez, boxeador profesional de 1952 a 1964, con un récord de 84 victorias (57 nocauts), 7 empates y apenas 1 derrota, gana ese lugar. “El boxeo -escribiría años después el antropólogo del deporte Eduardo Archetti- fue también una avenida para la movilidad social pero esta vez no sólo para los hijos de inmigrantes que poblaban la pampa sino, fundamentalmente, para los pobres de las grandes ciudades”. “Para la gente, el boxeador representa la figura ideal del obrero peronista. Vienen de la pobreza. Es una narrativa que celebra la idea de lo que puede ser y lograr un argentino en el contexto peronista. En cierta forma el boxeo, permite que la cultura popular representada por el peronismo continúe más allá de la política durante el exilio de Perón”. Lo dijo años atrás al diario “Clarín” el historiador canadiense David Sheinin, miembro de la Academia Nacional de la Historia y fanático y estudioso del boxeo argentino.

Pérez vuelve a ganarle a Shirai, por nocaut en el quinto round, el 30 de mayo de 1955, apenas antes del terrible bombardeo de la aviación naval sobre Plaza de Mayo y la Casa Rosada. Pérez afirma ante una multitud en Tucumán que renunciará al título si Perón es derrocado.

En diciembre de 1955, ya con la autodenominada Revolución Libertadora en el poder, Pérez, es ovacionado en el Luna Park al recibir el Olimpia de Oro. Sigue ganando, aunque se enojen antiperonistas como Borges y Bioy. Llega el ocaso. “Yo soy Pascual Pérez, un recuerdo”, responde en 1960, tras perder la corona en fallo dividido en Bangkok, en durísima pelea ante el tailandés Pone Kingpetch, un “gigante” que le sacaba 18 centímetros de altura y tenía 24 años, 10 menos que él. Se retira en 1964, con 37 años. Una separación matrimonial difícil y malos negocios liquidan su fortuna. Vive de un sueldo de empleado público. Muere con apenas 51 años, el 22 de enero de 1977, víctima de una insuficiencia hepatorrenal, con mucho olvido y, según cuentan, mucho alcohol. Y, también, con mucho odio ajeno.

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