El gran intendente Zenón Santillán

El gran intendente Zenón Santillán

Durante tres períodos consecutivos, fue Lord Mayor de su Tucumán natal. Creó el Banco de Préstamos, el Hospital de Mujeres y la Asistencia Pública, para dar algunos ejemplos.

EL MERCADO DEL SUR. Erigido por la intendencia Santillán, ocupaba la mitad oeste de la manzana de 9 de Julio, entre General Paz y La Madrid. la gaceta / archivo EL MERCADO DEL SUR. Erigido por la intendencia Santillán, ocupaba la mitad oeste de la manzana de 9 de Julio, entre General Paz y La Madrid. la gaceta / archivo
El trato de don Zenón J. Santillán, “daba la seguridad de la franqueza viril y la férrea energía del alma envuelta en la seda de la cultura caballeresca. Era un lord. Tenía, de los hombres de Westminster, la acción pronta y la honestidad orgullosa que es la cualidad eminente de aquellos”. Así retrató “El Orden” al célebre intendente.

Su nombre completo era Luis Zenón José del Carmen, y nació en Tucumán el 3 de septiembre de 1849. Era el hijo mayor de don Zenón Santillán Silva y de doña Mercedes Martínez Muñecas. Su vieja familia se vinculaba con los comienzos de la patria. Don Zenón se complacía en recordar, en 1898, que “Belgrano fue íntimo amigo de mi abuelo paterno y mi abuelo materno actuó en el Ejército a sus órdenes, habiendo asistido como capitán a la batalla de La Ciudadela”. En cuanto a su madre, era sobrina carnal del famoso cura patriota Ildefonso de las Muñecas.

Finca con lecturas

No se sabe dónde estudió. Pero sus escritos, de estilo intencionado y redacción impecable, muestran que poseía una bien cimentada cultura. Se dedicó desde joven a atender su gran finca “Las Muñecas”, al oeste de la ciudad: casi 600 hectáreas, en gran parte plantadas con caña. Era una herencia materna, que acrecentó con posteriores compras y legados. Llegó a constituir un gran fundo, denominado “Aldea Santillán”, en la parte norte, mientras el resto se conocía como “Finca Muñecas” o “Quinta Muñecas”. Poseía también otra finca, en el colindante Cebil Redondo.

En la “sala” de la “Finca Muñecas”, don Zenón había formado una nutrida biblioteca, que satisfacía sus fervores de lector. En 1873 empezó a aparecer en público. Administró el periódico local “La Razón”; fue presidente de la Asociación Literaria de Tucumán (que precedió en ocho años a la Sociedad Sarmiento y que contaba con biblioteca); fue redactor del periódico “El Pueblo” e Inspector de Escuelas, por ejemplo.

Milicia y diputaciones

Corría 1879 cuando lo designaron secretario de la Municipalidad de Tucumán. Desde ese cargo, compiló y editó un sumamente útil “Digesto de Ordenanzas, Reglamentos y Acuerdos”, en 1880. Al frente de un batallón de la Guardia Nacional, partió ese año a Buenos Aires, para apoyar al presidente Nicolás Avellaneda contra la revolución porteñista de Carlos Tejedor. Fue durante esa estadía que se dio el gusto de conocer a su admirado comprovinciano Juan Bautista Alberdi. Lo visitó en la casa de los Borbón, sobre la “calle ancha” de la Recoleta.

Poco después, Tucumán lo eligió diputado al Congreso de la Nación, para un período que terminó en 1882, mientras era diputado a la Legislatura por Burruyacu, en una doble condición entonces permitida. En 1883 volvió al periodismo, como director y redactor de “La Razón”, y al año siguiente era reelegido diputado al Congreso.

En el periodismo

Al estallar, en los últimos días de 1886, la epidemia de cólera de Tucumán, en la casa de Santillán y bajo su presidencia, se constituyó la Sociedad Protectora de Huérfanos y Desvalidos. Estaba dedicada a amparar a quienes el flagelo dejaba sin familia y sin techo. Por esa época fue elegido diputado por Monteros, y desempeñó la gerencia de la sucursal del Banco Hipotecario Nacional. A la vez, colaboraba en “Tucumán Literario”, publicación de la Sociedad Sarmiento. También condujo por un tiempo el prestigioso Club Social.

Al promediar 1890, fundó el vespertino “Gil Blas”. Allí, en columnas firmadas que alternaban con las notas políticas, se desplegó la rica pasta de escritor de Santillán. Varios años después llegó a componer una novela, “Clamores de un cañero”, que se publicó en folletín en el diario “La Provincia”.

Cuando se fundó en 1894 el Partido Provincial, don Zenón presidió la comisión ejecutiva de esa agrupación. Ella llevaría sucesivamente al gobierno, a los progresistas Benjamín Aráoz, Lucas Córdoba, Próspero Mena y otra vez Lucas Córdoba. Volvió a la Legislatura en 1895, como senador por la Capital, y luego pasó a presidir el Concejo Deliberante de la ciudad.

El intendente

El 17 de agosto de 1896, Zenón J. Santillán fue elegido intendente municipal de Tucumán. Se iniciaba así una trascendente etapa de su vida. Junto con don José Padilla (quien manejó la Comuna de 1887 a 1890), quedaría en la historia de la ciudad como uno de sus grandes jefes.

De entrada encaró la renovación y extensión del empedrado, triplicando el número de los contratistas. Sancionó una moderna y completa “Ordenanza de Edificación”, y proyectó la plaza San Martín, además de reconstruir totalmente la plaza Urquiza y dotarla de un lago. Prohibió instalar puestos de abasto fuera del mercado, y empezó a construir un gran crematorio de basura, para impedir que los residuos se usaran como insalubre relleno de callejones o de zanjas.

Abrió numerosas calles, a pesar de las protestas de los afectados. Resolvió que la Municipalidad construiría por administración el Mercado del Sur, que edificó e inauguró a toda velocidad. Fundó el Banco Municipal de Préstamos, para terminar con las operaciones usurarias de empeño a las que se veía forzada la gente de escasos recursos. Creó la Escuela de Parteras en el Hospital Mixto (hoy Padilla), al que equipó con un moderno quirófano. También fundó la Asistencia Pública.

El Hospital de Mujeres

En 1898, fue reelegido intendente. Dio comienzo entonces a la construcción de un gran centro sanitario: el Hospital de Mujeres. Logró que la sociedad propietaria del Teatro Belgrano (único de la ciudad de entonces) cediera el coliseo a la Municipalidad por seis años: procedió a reconstruirlo totalmente y lo inauguró con la compañía de María Guerrero. Puso en marcha la Estación de Desinfección en el Hospital Mixto, con elementos comprados en Europa, e inició la pavimentación de la ciudad con adoquines de madera.

Las realizaciones de su gestión hicieron que, en 1900, fuera reelegido intendente de Tucumán para un tercer mandato. El 9 de julio inauguró con bombos y platillos el Hospital de Mujeres “San Miguel”. Años después, con toda justicia, sería bautizado Hospital “Zenón J. Santillán”, y prestaría valiosos servicios a la salud tucumana durante más de seis décadas. Abrió la avenida Mate de Luna hasta el Camino del Perú, y promulgó una batería de ordenanzas básicas para ordenar el municipio. La demora en el tendido de las cañerías de agua corriente le impidió concretar su obsesión por dotar de cloacas a la ciudad. Pero logró que el ingeniero Georges Mac Farlane sometiera el ambicioso proyecto respectivo al Concejo Deliberante.

Últimos años

Sin dar razones, en diciembre de 1901 don Zenón presentó su renuncia indeclinable a la intendencia, luego de haber realizado una gestión de indiscutible magnitud. Al año siguiente, fue elegido senador al Congreso de la Nación, hasta abril de 1904, para completar el período de don Lucas Córdoba. A fines de ese año, lo designaron presidente del directorio del Banco de la Provincia de Tucumán. Fue reelegido en 1907. Volvió poco después al Congreso de la Nación, como diputado por Tucumán.

No alcanzó a desempeñar tres meses su mandato. En un viaje a Tucumán, cayó enfermo de fiebre tifoidea. Su gran amigo, el doctor Carlos Vera, no pudo arrancarlo de los brazos de la muerte. Don Zenón J. Santillán dejó de existir en su casa de calle Las Heras, hoy San Martín, número 224, a las siete y media de la tarde del 4 de agosto de 1910. Tenía 60 años.

Para cosas elevadas

Al despedir sus restos, el doctor Julio López Mañán habló en nombre de la Cámara de Diputados de la Nación. Dijo que “Santillán fue un hombre útil en la acepción democrática de la palabra, porque tuvo la virtud de conciliar en terrenos discretos la preocupación de los intereses públicos –a cuyo servicio marcara una larga y varia carrera- con los quehaceres privados, que absorben en nuestro país tanta suma de actividad inteligente y eficaz, a la obligación republicana de servir al Estado. Es que tenía lo que salva una vida de la nivelación aplastadora del olvido: los sentimientos de idealidad, el anhelo y el impulso para las cosas elevadas”.

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