Una paloma salpicada de sangre

Una paloma salpicada de sangre

Carlos Duguech | Analista internacional

23 Noviembre 2014
Es necesario, en el inicio, aseverar, porque así lo siente y lo entiende racionalmente quien esto escribe, que los atentados terroristas como los que recientemente realizaron algunos palestinos en Jerusalén son la muestra de lo salvaje y criminal que anida en la mente de quienes los cometen.

Ninguna razón justifica el terrorismo que viene compitiendo con los estragos de los que son capaces las armas de destrucción masiva.

Frente a estos deleznables hechos, uno producido en una sinagoga, sitio de espiritualidad para sus asistentes, el primer ministro israelí ordena -ya muertos los terroristas- extender la pena no dictada en sede judicial a los familiares. Inocentes, aunque sean la esposa, la hermana, la madre o los hijos del palestino que cometió el acto criminal. Benjamin Netanyahu manda destruir las viviendas de esas familias. Y las topadoras hacen su trabajo como en otros casos anteriores. Esto revela la debilidad del poder y a la vez la insolencia en el ejercicio del poder.

La “única democracia en Medio Oriente” (la del Líbano lo es aunque entre en la exclusión proclamada) en su gobierno de derecha desde el Likud -con una coalición en la que tienen influencia extorsionadora sectores ultraortodoxos y fundamentalistas- se permite sin embargo en el terreno del derecho penal lo que obvia y naturalmente es incompatible: a) la extensión de la pena del reo a su familia y b) consentir expresamente en su sistema policial-militar la tortura como práctica para obtener confesiones o declaraciones de detenidos.

El “proceso de paz”, ese eufemismo manchado de sangre y lleno de escombros, tiene en lo real un nombre: proceso de dominación del más fuerte y resistencia desesperada de los que se sienten dominados.

Es casi imposible que en estas condiciones pueda avanzar, siquiera un milímetro, la idea tan promocionada de dos estados: Israel y Palestina, con sus fronteras reconocidas internacionalmente.

El terrorismo ineficaz aunque sangriento de palestinos y la mano de acero y pólvora del Gobierno de Netanyahu, no son piezas para armar un rompecabezas. No sirven a la causa de la paz, la arrinconan en el símbolo de una paloma blanca de alas salpicadas de sangre de judíos y palestinos.

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