No seas cómplice de los que acosan

No seas cómplice de los que acosan

Dos alumnos están arriando la bandera y el resto de la escuela canta, como siempre. No hay demasiadas sorpresas en esta tarde calurosa de noviembre. Hasta que uno de los estudiantes sale corriendo de su fila y busca a su mamá, al otro lado del portón. El niño -tendrá unos 10 años- deja salir un mar de lágrimas. Es un llanto desconsolado. Nadie entiende bien qué pasa. Su madre trata de calmarlo, lo escucha, y enseguida ella también se larga a llorar.

¿Qué pasará?, nos preguntamos el resto de los padres. La información nos llega (de boca en boca o vía Whatsapp) horas después: desde hace un buen tiempo el alumno está sufriendo un maltrato sistemático de parte de sus compañeros. Eso que en la actualidad hasta los propios chicos saben perfectamente cómo se dice: bullying. Todos, grandes y niños, lo reconocen y saben que está mal. ¿Y qué hacemos? ¿Basta con esa charla que les dieron a ellos, a los docentes y a nosotros los padres sobre prevención del acoso escolar?

Algo está fallando. Algo está faltando. De otra forma, la escuela no sería el ámbito donde más se discrimina. Ese es el alarmante diagnóstico que dio a conocer el Inadi. El 54% fue víctima o vio un hecho de hostigamiento. Y apenas el 8% hizo la denuncia. El que sí actuó rápido ante estos números fue el mercado de los seguros. Hace un mes comenzaron a venderse en Mendoza, para lo que queda del año y el ciclo 2015, las primeras coberturas para casos de bullying y abusos en el ámbito escolar. Las instituciones que quieran protegerse ante el temor de que les hagan un juicio no tardarán en contratar estos servicios. ¿Ese es el camino? En vez de trabajar mejor en la prevención y en la participación de toda la comunidad educativa, se pone el foco en la autodefensa. En realidad, lo hacen “por las dudas”. Difícilmente un establecimiento admita casos de bullying. “yo no vi nada”, son las respuestas que suelen dar los docentes a los padres. Y lamentablemente son muy pocos los niños, las víctimas, que piden ayuda. O que explotan en lágrimas, como el protagonista de esta columna.

Hay algo que podemos hacer los padres, abuelos, tíos y transportistas. O cualquiera que lleve a un alumnos a clases. Las puertas de los colegios son un verdadero escenario de hostigamientos. Sólo hace falta estar atentos para darse cuenta de que desde los primeros grados hay chicos que son diferenciados y fastidiados permanentemente por ser gorditos, por ser de otro nivel socioeconómico, por tener algún defecto físico o por ser más débiles. Abrí los ojos. Y denunciá. No te olvides de que el silencio es el mejor aliado de este “espectáculo”.

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