Mes de locos
Llega diciembre, el último mes del año, el más agitado de todos. ¿Por qué? Porque lo que no ocurre en los 365 días sucede en estas 31 jornadas inolvidables que ponen en apuros a todos. Nadie se salva. Hay que transformarse en una especie de Dalai Lama para intentar soportar tanto.

Todo arranca con el fin del ciclo lectivo. Lo que debería ser algo natural, se transforma en una alocada carrera para poder terminar con los disfraces que los chicos utilizarán en los actos de fin de año. Y, si son adolescentes, con los preparativos de la fiesta de egresados que incluyen vestir a toda la familia. Claro que en esta lista de padecimientos no aparece la búsqueda del profesor que logre un milagro: que los hijos aprendan en dos semanas lo que no pudieron aprender en 10 meses.

El mes continúa con los compromisos para despedir el año. Es el momento en el que cualquier ser normal debe clonarse para estar en todos los festejos y así no ofender a nadie. Eso sí, el cumplidor y educado terminará consumiendo cantidades siderales de hepáticos.

Superado ese trance, llegan las fiestas. La primera discusión que surge es dónde pasarlas. Después llega la hora del duro debate de qué llevará cada uno para comer, polémica estéril si es que las hay, porque al final todos llevarán lo mismo y la familia comerá pollo hasta el Domingo de Pascuas.

El último escollo de diciembre será dejar todo listo en el trabajo para poder comenzar a disfrutar de las vacaciones. Llega enero y... A comenzar a pelear de vuelta sobre la cantidad de equipaje que hay que cargar en el auto; si es conveniente o no alquilar acá o llegar al destino para hacerlo; si va o no el novio/a y si hay que llevar sombrilla o alquilar una carpa, entre otros puntos importantes. Pero no se preocupe, en febrero regresará a su actividad habitual y es casi un hecho que encontrará las cosas sin hacer. No explote, recuerde que en marzo comienzan las clases. ¡Socorro!

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