El nuevo nacionalismo ruso

El nuevo nacionalismo ruso

En 2008, Occidente avaló el separatismo de Kosovo, a la vez que los países del viejo bloque soviético fueron absorbidos uno tras otro por la OTAN. Finalmente, Putin dijo basta. Interesante es echar un vistazo al nacionalismo extremo que ha surgido en Rusia como consecuencia de estos procesos, y que hace a Putin parecer un liberal. Para el ruso típico, la Madre Rusia es más importante que la libertad y el bienestar.

El nuevo nacionalismo ruso
23 Noviembre 2014
El protagonismo actual de Rusia parece desmentir lo que se suponía era la estructura del orden mundial de la post Guerra Fría, de cuya cúpula el Kremlin había sido eliminado. Ahora, gracias al retroceso geopolítico norteamericano, y a años de auge, hoy interrumpido, de los precios del gas y el petróleo, Moscú ha reconstruido su poder militar, recuperando su lugar dominante en el espacio ex soviético.

A la vez, acontecimientos recientes desataron en Rusia una histeria antioccidental. La opinión generalizada es que Washington la traicionó y quiere destruirla. Esta creencia se sustenta en la sistemática violación de acuerdos pactados al finalizar la Guerra Fría, cuando la OTAN se comprometió a no acorralar a Rusia y a respetar la integridad territorial de sus aliados. Pero en 2008 Occidente avaló el separatismo de Kosovo, a la vez que los países del viejo bloque soviético fueron absorbidos uno tras otro por la OTAN. Finalmente, Putin dijo basta.

Lo acontecido en Ucrania es conocido. Más interesante es echar un vistazo al nacionalismo extremo que ha surgido en Rusia como consecuencia de estos procesos, y que hace a Putin parecer un liberal.

La mayoría de los grupos nacionalistas reciben apoyo gubernamental. Una de sus formas típicas de organización es a través de clubes político-ideológicos que se proponen objetivos complementarios. Uno de ellos es el “Comité Anti-Naranja de Kurginyan”. Liderado por Sergey Kurginyan, un propagandista del restablecimiento de la Unión Soviética, el Comité adoptó su nombre en referencia a la Revolución Naranja ucraniana de 2004, a la que considera una conspiración liderada por la CIA.

Otra de las organizaciones es el “Club Florian Geyer”. Su nombre tiene una tenebrosa ambigüedad, porque Florian Geyer fue una figura importante en la Guerra de los Campesinos Alemanes del siglo XVI, a la vez que en el Tercer Reich fue el nombre de la 8va División de Caballería de las SS. Uno de sus dirigentes es Aleksandr Dugin, un influyente pensador que clama por una Rusia de “un fascismo tan ilimitado como nuestra tierra y tan rojo como nuestra sangre”. Aunque niega que el nazismo esté relacionado con el nombre de su club, entre 1980 y 1990 Dugin fue miembro de un pequeño círculo oculto moscovita autodenominado “La Orden Negra de las SS”.

Dugin alienta una nueva Revolución Rusa que combine una economía de izquierda con un tradicionalismo cultural de derecha. Es virulentamente antinorteamericano, antiliberal, y aspira a la creación de un imperio euroasiático contra el enemigo común, que es el atlanticismo, los valores liberales, y el control geopolítico de Estados Unidos.

Aún más influyente es el “Cub Isborsk de Prokhanov”, vinculado de cerca al Kremlin. Está dirigido por Aleksandr Prokhanov, considerado “decano” y “gran señor” de los nacionalistas rusos. Es un estalinista que declara su interés personal en el desencadenamiento de una nueva guerra fría con Occidente. Sus novelas, enmarcadas en las batallas de la verdadera Guerra Fría, le ganaron el apodo del Rudyard Kipling del imperio soviético. Cree que la URSS debe ser restaurada, por la fuerza si fuera necesario. Sostiene que Estados Unidos “se come” país tras país, y que Rusia corre peligro. En un programa reciente de la televisión estatal dijo: “Fui muy paciente. Esperé durante 20 años para que esta guerra pudiera comenzar”.

Putin no se involucra personalmente con grupos ideológicos, pero la influencia actual de Prokhanov y otros como él está clara. El círculo de asesores que rodea a Putin considera que el aislamiento de Rusia frente a Occidente es bueno. Creen que la confrontación limpiará a la élite y organizará a la nación, y que las sanciones de Estados Unidos purificarán a Rusia.

Curiosamente, éste pensamiento es compartido por ejecutivos como Vladimir Yakunin, presidente del monopolio de los Ferrocarriles Rusos. Entrevistado por el Financial Times a principios de marzo de 2014, dijo que Rusia lucha contra una oligarquía financiera global encabezada por Estados Unidos, que busca destruirla. El último episodio de la conspiración habría sido la revolución de febrero en Ucrania, que apuntaría a poner a ese país en la órbita de la UE y la OTAN.

Según Yakunin, lo que está en juego es “un pueblo que ha tenido una civilización desde que el hombre escribe libros de historia”. Al igual que Prokhanov, Yakunin considera irrelevantes las sanciones de Occidente contra Rusia. Presentó planes para un mega proyecto para desarrollar transportes e infraestructura en Siberia dentro de una matriz a la que llama “una economía de tipo espiritual”.

Cuenta Ellen Barry, jefa del bureau de Moscú de The New York Times, que cuando Putin estaba por comenzar su presidencia actual, aspiraba a equilibrar a los liberales pro mercado con los nacionalistas. Pero en diciembre de 2011 se encontró con que decenas de miles de liberales enojados protestaron alegando fraude electoral, gritando “¡Putin es un ladrón!” y “¡Rusia sin Putin!” El caudillo se sintió traicionado por una clase que él mismo había contribuido a crear, y a partir de ese momento se volcó a los nacionalistas.

Seguramente no es verdad que Occidente quiera destruir a Rusia. Sólo aspira a que el Kremlin nunca más pueda competir con la Casa Blanca por el poder mundial. Y eso es inaceptable para un nacionalista ruso, cuya pasión imperialista es fogueada incluso por clérigos ortodoxos.

En febrero, por ejemplo, se televisó en Rusia un nuevo documental titulado “Caída de un imperio”, narrado por el abad Tikhon Shevkunod, supuesto confesor de Putin. Trata de la caída de Bizancio, pero en realidad es una alegoría acerca de la Rusia de Putin, una advertencia acerca de la subversión occidental y los traidores internos, a la vez que una celebración del imperio.

El nacionalismo ruso arde. Para el ruso típico, la Madre Rusia es más importante que la libertad y el bienestar. Por eso pudo rechazar a Napoleón y a Hitler. ¡La OTAN no pasará!, parece que dijeran.

© LA GACETA

Carlos Escudé - Ph. D. en Ciencia Política de la Universidad de Yale.

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