Epidemia propia y el cuero ajeno
En 2013 hubo 113 homicidios en Tucumán. En el área del Gran Tucumán (capital y alrededores) 92; en el sur (Concepción), 15, y en el área de Monteros, 5. En promedio, unos 9,4 homicidios por mes y su distribución habla del peligro en las zonas urbanas.

Estos son datos relevados por el Centro de Investigaciones Judiciales que ha montado la Corte Suprema de Justicia, tomados de las denuncias que llegan a la mesa de entradas penal. Serán analizados con dos ideas: a) Contribuir al informe estadístico que, a instancias del renunciante vocal de la Corte Suprema nacional Raúl Zaffaroni, se está haciendo en el alto tribunal federal. b) Dar comienzo a un plan de monitoreo preventivo de la criminalidad violenta. Pero como este plan está en sus comienzos, no se sabe si esto va a impactar en la política de seguridad del gobierno de José Alperovich.

En general, sólo el 30% de los homicidios en una sociedad se pueden atribuir a cuestiones vinculadas con la violencia delictiva. Otras se vinculan con violencia de género, con violencia entre conocidos, etcétera. Estas primeras cifras, aún no expuestas ni estudiadas, pueden dar lugar al comienzo de un debate. El sociólogo Bernardo Kliksberg, en “Mitos y realidades sobre la criminalidad en América latina”, dice que un índice normal de criminalidad es el que se halla entre 0 y 5 homicidios cada 100.000 habitantes por año; cuando está entre 5 y 8, la situación es delicada, pero cuando excede de 8 nos hallamos frente a un cuadro de criminalidad “epidémica”. Hagamos cuentas: hasta hace tres años, la cantidad “normal” de homicidios en la provincia era de 5 por mes (60 por año) y estos 113 del año pasado nos indican que las cifras se han duplicado. Si tomamos el porcentaje sobre 1,4 millón de habitantes, nos da un índice de 8 homicidios cada 100.000 (situación “delicada”, según Kliksberg); pero si consideramos la cifra de 92 homicidios en el Gran Tucumán (700.000 habitantes), el promedio se va a 13,1 (cuadro de criminalidad “epidémica”), que duplica los 5,5 de promedio de Argentina, según la medición de las Naciones Unidas.

Por otra parte, los médicos de los hospitales de la provincia dicen que antes sólo los fines de semana había heridos por armas blancas y de fuego y ahora hay un promedio de dos heridos todos los días. ¿A qué responde ese aumento de la violencia? ¿Tiene algún correlato con el aumento de los homicidios, así como con la explosión del pequeño delito? Un informe de 2013 del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) indica que Argentina es en promedio el país con más robos de América latina, en el que la sensación de inseguridad está dada por la explosión de la imparable delincuencia callejera.

Mariano Ciafardini, director nacional de Política Criminal, cuyos informes estadísticos fueron minimizados por el Estado a partir de 2006, habla de una “cultura del resentimiento” relacionada con el aumento y el mantenimiento en el tiempo de la marginalidad, la pobreza extrema y la falta absoluta de posibilidades de desarrollo económico y social de extensos sectores de la población físicamente aptos para la reacción violenta. Es una explicación.

El asunto es qué hacer con estos índices exacerbados, si las recetas clásicas de búsqueda de mano dura, más policías, más cámaras, más autos, propuestas de leyes más duras (como la de no excarcelar al arrebatador detenido) y hasta medidas como el secuestro de motos sin papeles fallan estrepitosamente, como se ve en el barrio Sur, saturado de intervenciones de la Policía y la Justicia, sin resultado. Sin contar otras propuestas y medidas no oficiales, como el programa de alarmas y botones antipánico de legislador Gerónimo Vargas Aignasse y del concejal Esteban Dumit, y del “mapa del delito” que propone hacer el legislador Federico Romano Norri. Y sin considerar la actividad de las agencias de seguridad privada.

Así es que asistimos en estos días a episodios de justicia por mano propia y de vecinos que apalean a arrebatadores. Precisamente a ellos se refirió el gobernador Alperovich cuando dijo que “hay que estar en el cuero de la gente”, visión rústica que justifica la furia del vecino pero que esconde la ignorancia de las razones de las tensiones sociales y de la violencia. En realidad, ponerse en el cuero de la gente debería ser buscar estrategias para frenar la violencia y no abandonarla a su suerte. Para que no se vea obligada a hacer su propio piquete para defenderse.

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