Nuestros chicos se están matando
Rafael Solich tenía 15 años cuando mató a tres compañeros e hirió a otros cinco en una escuela secundaria de Carmen de Patagones (Provincia de Buenos Aires). Ocurrió hace 10 años. Solich utilizó el arma reglamentaria de su padre, quien revistaba en la Prefectura Naval. Los periodistas Pablo Morosi y Miguel Braillard investigaron el caso y lo publicaron con forma de libro. “Juniors” –título del ensayo, tomado del segundo nombre de Solich- indaga en los motivos de la masacre. Hay infinidad de causas y no hay ninguna; así de complejo es el viaje a la intimidad de un adolescente. Sí, Juniors se llevaba mal con su padre. Sí, Juniors era víctima de bullying, pero también acosaba e intimidaba en el aula. Las lecturas nunca son lineales, los patrones varían si de conductas se trata

La pulsión de muerte –esa que condujo a Juniors, por ejemplo- sobrevuela en el imaginario adolescente hasta extremos que la sociedad desconoce. O que prefiere no advertir. Mientras tanto, nuestros chicos se están matando. La cantidad de casos de suicidio joven registrados en Tucumán durante últimos años es espeluznante. En zonas como Tafí Viejo y Simoca ya suena a pandemia.

En el Hospital Padilla no dan abasto para atender a los chicos que intentaron quitarse la vida y requieren urgente contención. El Servicio de Salud Mental debió crecer en infraestructura edilicia y profesional. Preocupada al extremo, la ex legisladora Nora Vázquez de Argiró escribió a LA GACETA para contar que el promedio de casos llega al centenar cada mes.

Hubo un tiempo en el que los chicos le lloraban sus cuitas a un “querido diario”. Tiempos muy lejanos. Ahora las penas se exteriorizan lacerando el cuerpo. De allí lo habitual que es ver adolescentes con los brazos llenos de cortes. La autoagresión sirve de catalizadora ante la violencia doméstica, la desesperanza, la incomprensión, la soledad. Los pibes de la calle se cortan por otros motivos: para “bajar” cuando el viaje con pegamento es tan profundo que anula por completo los anclajes con la realidad. El dolor, en esos casos, es el cable a tierra.

Los primeros que pierden en tiempos de recesión son los prisioneros de la economía informal. De pronto se terminan las changas que permiten parar la olla y en infinidad de hogares aparece el hambre. La multiplicación de tucumanos que deambulan en procura de una moneda refleja lo mal que la están pasando. Desde la crisis de 2001, cuando LA GACETA expuso ante el mundo la desnutrición que campeaba durante el Gobierno de Julio Miranda y José Alperovich (su ministro de Economía), no se veía tanta gente en la calle. Durmiendo, pidiendo, desorientada. Y lo más duro: chicos de mirada ausente. Cuando en los ojos de un chico no se adivina una chispa de vida los contratos sociales pierden toda su validez.

El del suicidio adolescente es un tema tabú. En el Ministerio de Educación se practica un blindaje informativo absoluto. Ojo con que una directora o un docente abra la boca, porque corre el riesgo de que lo barran bajo la alfombra junto con el legajo del chico en cuestión. A veces los hechos toman estado público, como pasó en Rosario de la Frontera, y deriva en el show de la sobreactuación. El propio gobernador Urtubey acudió a hablar con los padres de los jóvenes que se habían suicidado, mientras las redes sociales y cierta prensa explotaban el morbo de presuntos “pactos” o “juegos”. Lo usual en estos casos es que una vez distraída la opinión pública por la siguiente novedad el tema quede olvidado. Lo único que permanece es la tristeza por los afectos perdidos y el tardío reparto de culpas que, por supuesto, no sirve para nada.

Decía el músico Santiago Caminos en una entrevista publicada el domingo pasado en TUcumanos que el aislamiento intelectual y tecnológico que caracteriza los tiempos que corren impide que se expresen las emociones y plantea falsas relaciones. El sociólogo Zygmunt Bauman apunta una y otra vez que todo es líquido, insustancial, relativo. De un tiempo a esta parte se confunde cultura con entretenimiento o con información. Los paradigmas cambian tan rápido que es casi imposible aferrarse a ellos. Ese es el marco universal. Puertas adentro de Tucumán laten los altísimos índices de violencia doméstica, de pobreza, de marginalidad, de bajísima calidad de la educación, de deserción escolar. Complicado terreno. Si un pibe que siente, piensa y espía entre los pliegues del futuro no encuentra estímulos ni espacios para desarrollar su hoy y construir su mañana, ¿cuál puede ser su destino? Se entiende entonces por qué Tucumán es un nido tan propicio para que crezca el huevo de la serpiente.

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