Son pobres y por eso están felices

Son pobres y por eso están felices

Catalina, Mariana y Trinidad salen a pedir su pan cada día. Es decir, se levantan todas las mañanas sabiendo que comerán únicamente si la generosidad se cruza en su camino. Y a pesar de esto, siempre sonríen.

No poseen más que una bolsa de dormir, algunas mudas de ropa, un par de libros y la Biblia, pero da la impresión de que todo les sobra.

Tampoco tienen cama ni colchón, ni auto, ni televisor, ni celulares, ni carteras, ni prejuicios. Pueden regalarle una sonrisa al más rico como sentarse a la mesa del más pobre a compartir su miseria. Y a todos les alegran los días con sus carcajadas transparentes, francas, desinteresadas.

Mientras se acerca fin de año y la ansiedad del consumo sale a la calle con la misma fuerza que la agresividad, las desigualdades, el calor y la angustia de sentir que las horas no alcanzan, ellas caminan y caminan en busca del pan de cada día. A cambio devuelven sonrisas, el tiempo y la voluntad de escuchar los problemas ajenos, y la esperanza de una oración.

Catalina, Mariana y Trinidad son monjas misioneras de una comunidad que recorre algunos de los barrios más pobres de Capital Federal y del Gran Buenos Aires. Cada tanto hacen dedo hasta Tucumán. Unos cuantos minutos con ellas bastan para poner todo en perspectiva: a veces es bueno rascar la superficie de las situaciones cotidianas que se consideran problemas y advertir que la amargura puede ser un estado pasajero, no una condena. 

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