A mitad de camino entre el Este y el Oeste

A mitad de camino entre el Este y el Oeste

Un grupo de yugoslavos se entera en una función.

EL HILO QUE ANUDA LA TRAMA. En el cine de una aldea serbia, como ilustra la tapa de Bajo el techo..., los espectadores se enteran de la muerte de Tito.  EL HILO QUE ANUDA LA TRAMA. En el cine de una aldea serbia, como ilustra la tapa de Bajo el techo..., los espectadores se enteran de la muerte de Tito.
09 Noviembre 2014
Un variopinto grupo de personajes -un pobre diablo que es la quintaesencia del funcionario público, el borracho oficial, un artista sin obra, una maestra de educación musical, un nutrido grupo de juristas- se reúnen una tarde de domingo de 1980 en el cine de una aldea serbia para ver una película. En el medio de la función se enteran de un hecho que cambiará la historia del país y de sus propias vidas para siempre: la muerte del mariscal Tito. Este es el hilo narrativo que sustenta las múltiples historias que se tejen y destejen en la novela Bajo el techo que se desmorona, de Goran Petrovic (Serbia, 1961).

Pese a que no es en principio una novela política -está mucho más cerca de un costumbrismo irónico y jocoso que de una toma de partido ideológica- resulta imposible no leerla en paralelo con la historia. Petrović repasa de manera solapada, subterránea a la vida y circunstancias de los personas que van apareciendo, los acontecimientos de ese recodo, ese confín de Europa llamado Yugoslavia, un lugar no comprendido del todo.

“Hubo un momento en el que Yugoslavia se situó a mitad de camino entre el Este y el Oeste”, dice Goran Petrovic. La razón es muy simple: Tito había roto con Stalin y Occidente, sobre todo los Estados Unidos, ansiaba recompensarlo y para eso todo el mundo estaba dispuesto a hacer la vista gorda sobre el hecho de que la Yugoslavia de Tito fue siempre, y de modo elocuente, más represiva y más totalitaria que otros estados como Checoslovaquia y Hungría. Durante las tres décadas que resistió este sistema (la famosa “tercera vía” de Tito), Yugoslavia se abrió a la cultura occidental sin renunciar al comunismo. Una época de luces y sombras, en la que los habitantes tenían una libertad a medias: podían ver películas prohibidas en el Este, tenían pasaportes pero cualquiera podía ganarse dos años de prisión por hacer un chiste sobre Tito.

Goran Petrovic se ha hecho un hueco importante en las letras yugoslavas, junto a otros grandes como Miroslav Krleža o Danilo Kiš. En cada una de sus novelas logra crear aquello a lo que todo escritor debería aspirar: un mundo autónomo en el que los lectores deseen habitar. De este modo el Cine Uranija, y su acomodador, el servil Simonovic, son una hermosa metáfora sobre el paso del tiempo, sobre los avatares de las democracias europeas y los terrores y sueños de sus habitantes, sobre el implacable pulso de la historia política, que siempre consigue arrollarnos un poco, hacernos partícipes sólo a medias de nuestras propias vidas.

© LA GACETA

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