Bernard Hopkins, el campeón dispuesto a hacer historia

Bernard Hopkins, el campeón dispuesto a hacer historia

El boxeador se enfrentará mañana al ruso Sergei Kovalev por la unificación mediopesada. El estadounidense subirá al ring con 49 años.

LEYENDA. Bernard Hopkins, listo para subir al ring. ARCHIVO LEYENDA. Bernard Hopkins, listo para subir al ring. ARCHIVO
Cuando Rocky Marciano destruyó la leyenda de Joe Louis un país lloró por el campeón derrotado. Louis tenía 37 años –un anciano para los parámetros deportivos que contaban medio siglo atrás- aquella fatídica noche en el Madison Square Garden. El propio Marciano sufría cada vez que golpeaba a su ídolo. Louis era un héroe nacional. ¿Cuántas lágrimas se derramarán mañana si Bernard Hopkins es barrido del ring por el ruso Sergei Kovalev?

La de Hopkins es una batalla que excede al fogoso Kovalev, el noqueador dispuesto a hacer historia a costa de su adversario. Hopkins combate contra la finitud, hace caso omiso al paso del tiempo y pretende festejar los 50 años apoltronado en el trono de los medio pesados. Los cumplirá el 15 de enero. Los récords son muñecos de trapo a los que Hopkins derriba con su estilo cerrado, superconcentrado, nada vistoso pero absolutamente efectivo. A Hopkins se lo ama o se lo odia y en esas proporciones se reparten los aficionados.

Hopkins subirá al ring con 49 años en el documento y ¿cuántos realmente en el cuerpo? “Creo que debería ser estudiado por los científicos”, confesó Bruce Binkow, ejecutivo de Golden Boy que trabaja codo a codo con el campeón. Después de entrenarse en el gimnasio, Hopkins suele jugar al golf para distenderse. “Tiger Woods no podría seguir ese ritmo”, enfatizó Naazim Richardson, entrenador del multicampeón. “Estoy felizmente casado, tengo tres hijos hermosos, no necesito ni la fama ni el dinero”, repite Hopkins cada vez que le acercan un micrófono. “Estoy entre ustedes, pero no soy como ustedes”, dijo en una entrevista. Acto seguido, subió al ring con la máscara de un extraterrestre.


“Mi motivación siempre fue la supervivencia”, sostiene Hopkins. A los 13 años era uno de los tantos pillos que pululaban por las calles de Filadelfia. Sí, la ciudad de Rocky Balboa. A los 17 acreditaba varios robos a mano armada y un intento de asesinato. Lo condenaron a pasar 18 años en la cárcel de Graterford, una jungla de la que un joven negro y jugado como Hopkins raramente salía bien encaminado. Pero él decidió portarse bien, se abrazó al Islam y seis años más tarde logró la libertad condicional. Mientras lavaba platos en un restaurante lloraba la muerte de su hermano, víctima de la guerra de pandillas que se disputaban el negocio de la venta de crack.

El boxeo sacó a Hopkins de las calles de Filadelfia. No sólo salvó su vida; también moldeó un personaje polémico, verborrágico, brutalmente honesto. La derrota en su primera pelea profesional (a fines de 1988, a manos de Clinton Mitchell) no esmeriló las convicciones de Hopkins ni su decisión de trascender.”Hay algo que Kovalev no entiende –explica Hopkins-. Llevo 27 años peleando, sin contar los miles de rounds en la prisión. A tipos como él aprendí a someterlos en la calle. Esa es mi mentalidad. ¿Cómo pretende ganarme?”

Hopkins está hecho, literalmente, de granito. Nadie ha conseguido noquearlo. Perdió varias peleas (seis, sobre un total de 65) pero en ningún momento estuvo groggy ni abrazado a la campana, por más que ocasionalmente haya visitado la lona. Da la sensación de que una red invisible amortigua los golpes. O que Hopkins se fortalece absorbiéndolos, como un superhéroe capaz de nutrirse de la furia del rival. O más que un superhéroe, de alguna clase de moderno villano.


Un héroe no sería capaz de tirar al piso la bandera de Puerto Rico, pero Hopkins lo hizo poco antes de enfrentar a Félix Trinidad y millones de boricuas lo odiaron por eso. Hopkins se quedó con la pelea y con el invicto de Trinidad. Fue en Nueva York, en 2001, año en el que eligieron a Hopkins “boxeador del año”. Hubo mucho más para alimentar los colmillos de los detractores del campeón. “Bouie”Fisher, el entrenador que lo había moldeado, terminó enfrentado en los Tribunales con Hopkins a causa de una deuda millonaria que el púgil jamás reconoció.

Con lo que Hopkins siempre jugó fue con el racismo. ¿Orgullo negro o resentimiento? ¿Una mezcla de ambos? ¿O simplemente astucia para avivar la fogata del negocio? “Ningún chico blanco puede vencerme. Si eso ocurriera debería dedicarme a otra cosa”, declaró antes de combatir con el británico Joe Calzaghe. Pero Calzaghe le ganó por puntos y Hopkins no se bajó de los cuadriláteros. Después se metió con Manny Pacquiao. “No entiendo por qué ningún boxeador negro tiene los huevos para decirlo. Pero hay algo en nosotros que nos hace superiores al resto. Cualquier negro bien preparado tiene que ganarle a Pacquiao”, subrayó. Según Hopkins existen distintos niveles de negritud,  determinados por las vivencias y por la calle. Puso como ejemplo al mariscal de campo de los Vikingos de Minnesota, Donovan McNabb. “Disfrutó una infancia acomodada en un suburbio de Chicago –juzgó Hopkins-. No es lo suficientemente negro para el puesto”. Fue un escándalo.

Suele decir Hopkins que él es un hombre de otra época. “Yo nací para pelear 15 rounds, como en los buenos tiempos”, remarca. Casi todos sus adversarios están retirados o lejos de las marquesinas: Roy Jones, Trinidad, John David Jackson, Segundo Mercado, Calzaghe, Keith Holmes, Carl Daniels, Winky Wright, Kelly Pavlik,  Jean Pascal. Oscar de la Hoya, a quien noqueó el 18 de abril de 2009, es ahora su socio-patrón en Golden Boy Promotions. Hopkins será un bocón pero no come vidrio.

En algún punto de la carrera de Hopkins los títulos pasaron a segundo plano. Ni siquiera haber batido la marca de defensas de la corona de los medianos que mantenía Carlos Monzón desde los gloriosos 70 pareció conmoverlo. Su búsqueda va por otro lado. George Foreman y Archie Moore, campeones mundiales con mucho más de 40 años, son notas al pie de la página por culpa de la asombrosa capacidad de Hopkins para hacer historia grande. Pero hay un ocaso reservado para todos los mortales, y si a un fenómeno como Joe Louis le llegó la hora, ¿por qué no a Hopkins? Pero Kovalev no es Marciano, por más que su estupenda foja de 23 victorias por KO en 25 peleas ilusione a quienes desean ver a Hopkins mordiendo el polvo.

“No se equivocan con Bernard. Él no pierde el tiempo, hace todo bien”, destacó Foreman. El campeón, lector de “El arte de la guerra”, de Tsun Tzu, no prueba el alcohol. Prefiere la vida de hogar en su mansión de Delaware, lejos de los barrios bajos de Filadelfia. Allí todavía recuerdan la fiereza con la que salía a robar. “Cada vez que viene una pelea pienso como un hombre que tiene la heladera vacía”, reveló. Cuenta Hopkins que cuando salió de la cárcel el guardia le dijo: “te espero de vuelta dentro de seis meses”. “No amigo –le contestó-, por acá no voy a volver”. 

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