Pasión y redención en Ana Karenina

Pasión y redención en Ana Karenina

“No hay nadie que no sucumba al hechizo de esa prosa, que es como un pedazo de vida al servicio de la tragedia de dormitorio más grande de la literatura”, dijo Nabokov.

INMORTAL. Keira Knightley, en la más reciente de las 13 versiones de Ana Karenina que el séptimo arte llevó a la pantalla grande.  INMORTAL. Keira Knightley, en la más reciente de las 13 versiones de Ana Karenina que el séptimo arte llevó a la pantalla grande.
02 Noviembre 2014

Por Gustavo Martinelli - Para LA GACETA - Tucumán

Hay una leyenda que pinta con trazos iridiscentes el tempestuoso genio del gran León Tolstoi. Cuentan que una tarde de lluvia, un tiempo antes de escapar de su hogar en Yasnaia Poliana (Rusia) rumbo a un monasterio, el viejo escritor tomó al azar un libro de su biblioteca, lo abrió por la mitad y lo empezó a leer. Pasó de una página a otra y se entusiasmó tanto con la trama que se acurrucó en el sofá para poder disfrutar mejor de su lectura. Estaba tan compenetrado con la historia que no oyó los gritos de su esposa, Sofía Andreievna, que lo llamaba a cenar. Apareció en el comedor para los postres, ahogado en sollozos, con la luz fluctuante de una vela a punto de inmolarse. Recién entonces miró la tapa de aquel libro y deletreó: “Ana Karenina”. Era la novela que él mismo había escrito y cuyo lirismo potente ya casi había olvidado. “Esta noche no voy a cenar”, le dijo a su esposa, aún con lágrimas en los ojos.

Es que este libro, cuyo cimiento es una trágica historia de amor, tiene en realidad una magia que inmoviliza. El mismo Vladimir Nobokov lo reconoce: “no hay nadie que no sucumba al hechizo de esa prosa, que es como un pedazo de vida al servicio de la tragedia de dormitorio más grande de la literatura”. Tan enorme es su influjo que hay por lo menos 13 versiones en el cine: desde una norteamericana de 1935, con la infalible Greta Garbo, hasta una más reciente, con la inquietante Keira Knightley como protagonista.

Pero… ¿cuál es la razón por la que Ana Karenina subyuga tanto? La respuesta se encuentra justamente en su planteo moral. Según Tolstoi, el amor no debe ser puramente carnal porque entonces se convierte en un amor egoísta, que destruye en vez de crear. Y para ilustrar este pensamiento, el escritor coloca a la heroína de su novela en una situación límite.

Falta de decoro

Con una prosa contundente, Tolstoi describe un triángulo amoroso clásico: la espléndida Ana -casada con Alekséi Karenin, un alto funcionario del gobierno ruso- se enamora perdidamente del conde Alekséi Vronsky, un joven oficial de caballería, superficial e insensible. Totalmente sumergida en la pasión, Ana no duda en abandonar a su familia para arrojarse a los brazos del conde. Pero, el precio que debe pagar por esa osadía es atroz: al deslumbramiento inicial le sigue el desencanto, la recriminación, la soledad y, finalmente, el suicidio.

Sin embargo, Tolstoi no cuestiona tanto la infidelidad -que, al parecer, no era una falta grave entre las mujeres de la alta sociedad rusa- sino que deplora fundamentalmente la falta de decoro. Es decir: la transgresión sexual de Ana no era importante; lo más grave era no cuidar las apariencias. Y es justamente esta postura ética la que le otorga atractivo a la historia. Ana -hermosa, carismática y rodeada de un velo de misterio-, va perdiendo la razón a medida que crece su pasión por Vronsky. Una pasión que, más allá del enamoramiento, se vuelve enajenante. Tal como le sucede a Romeo y Julieta en la inolvidable obra de Shakespeare, Ana comienza una existencia irreal: para ella nada tiene sentido, nada existe y nada puede soportarse si pierde a su amado. Hoy los psicólogos llaman a ese singular comportamiento “trastorno afectivo obsesivo”.

Sin embargo, para Tolstoi los “tórtolos” de su novela se encuentran en un estado de gracia casi demencial. Una gracia que amalgama la culpa con la redención, la búsqueda del bien con la caída en el pecado y el rechazo social. Y aunque a muchas personas les gustaría que la pasión durara toda la vida, lo cierto es que la asiduidad, la convivencia y las tareas domésticas acaban por matar ese deseo que se convierte en angustia cuando no puede ser poseído. Y eso le pasa a Ana, como también le pasa a mucha gente de este siglo XXI, tan consumista y superficial. Porque nada asesina tanto al deseo como su consumación. De allí la frase inicial de la novela: “Todas las familias felices se asemejan; cada familia infeliz es infeliz a su modo”.

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Gustavo Martinelli - Periodista de LA GACETA.

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