Volar

Volar

Volar es cuando no hay un suelo que pisar. Volar es tener miedo, es no saber bajar, es no querer bajar, es perder todas las nociones. Volar es elevarse por encima del resto, de lo mundano. Volar es pensar en lo que importa, es poner la mente en blanco. Volar es sentirte poeta, pájaro, loco. Volar es saber que el tiempo es eterno, es querer que alguien te extienda una mano, es extender una mano. Volar es ser libre, es la soledad. Los hombres volamos poco. Casi nada. Aunque desde hace un tiempo, cada vez más personas -entre ellas, niños- hacen de cuenta que tienen alas. En los gimnasios, especialmente en los de Yerba Buena, proliferan las disciplinas que se practican en el aire, como tela acrobática, trapecio, lira, yoga y pole dance. Dicen los maestros y sus aprendices que los entrenamientos en suspensión son mágicos, adictivos. Pase, mire y atrévase a volar.

Con el yoga aéreo, hay que sacarlo todo afuera

Respirá profundo, lento. Inhalá, exhalá... Hacelo tres veces, despacio, muy despacio. Sentí tu respiración. Sentí ese aliento de vida que recorre tu cuerpo. Sentí el aire que está dentro tuyo. Estás vivo. Sabelo. Es aquí, es ahora, es este momento. Nada más que este momento. Todo lo que te pasa es bueno para vos. Es necesario. Has nacido para aprender. Tu vida es eso: un aprendizaje. Somos reyes dormidos. Hoy vas a sanarte, vas a sacar de dentro tuyo tus miedos. Pensá en aquello que querés alejar de vos, en lo que quisieras perder. Dejalo ir. Desprendete de lo que te hace mal. Olé una gota de aceite de limón sobre tus muñecas, es el olor de la sanación. Después frotá las palmas. ¡Rápido! Generá energía. Pasá las manos alrededor de tu cabeza, de tu cuello, de tu cuerpo. Curate. ¿Estás bien? Luego subí una de tus piernas a la hamaca, enganchá ahí la corva, que es la parte opuesta de la rodilla, por donde se dobla. Dejala así, flexionada. Colgando. Entonces inclinate hacia adelante. Llevá la cabeza hacia la rodilla y abrazate. Abrazate en esa posición, con tu rodilla en el pecho. En esa pose que es tan linda, tan reconfortante. Como cuando estabas en una panza. Quedate así, abrazándote. Alguna vez fuimos distintos. Pero no nos acordamos. Nuestro cuerpo y nuestro espíritu, en cambio, sí lo saben. Y a veces, cuando nos entregamos a nosotros mismos, nos recuerdan quiénes somos. O cuando logramos sentir cada uno de los atómos de los que estamos hechos. O cuando volamos. Volamos, sí, volamos. Porque sabemos volar. Sólo que lo mundano nos tiene tan aferrados a la tierra, que nos nos deja acercarnos a las nubes. Seguí ahí, abrazándote. Y da gracias. Date las gracias a vos mismo, porque te diste cuenta. Cerrá tus ojos y permanece así todo el tiempo que quieras. Todo el tiempo. La clase ha terminado, pero podés quedarte. Y si te vas, si tenés que salir afuera, hacelo en paz. Andate en paz.

Lulú Torréns -rubia, ojos turquesa y fundadora de una escuela de acrobacias aéreas- sonríe. Se acerca a sus discípulos, uno a uno, y los despide con una mirada, con un gesto. El yoga aéreo, que en otras partes del mundo se ha convertido en una tendencia, ha comenzado a dictarse también en la ciudad de Yerba Buena.

Se trata de una fusión entre las artes aéreas y el yoga. La diferencia con la disciplina tradicional es que se usa una especie de hamaca paraguaya, suspendida desde el techo, para facilitar las posturas. También se emplean otros elementos, como aceites y aromaterapia.

Al principio, parece complicado: hay que apoyar el peso del cuerpo encima del columpio, y realizar así los movimientos. No obstante, una vez que el aprendiz se anima a volar, las posturas fluyen con naturalidad.

“Los beneficios de esta actividad son muchos. Principalmente, sirve para estimular la circulación sanguínea, debido a las inversiones. Además, rejuvenece y modela el cuerpo. También es ideal para mejorar los problemas posturales. Otra virtud es que abre las articulaciones, lo que nos permite liberar el estrés y las tensiones acumuladas”, explica Lulú.

Su voz es pausada, como casi todas las voces de los yoguis. Dice que se puede practicar a cualquier edad, e incluso existen otras variantes para niños, embarazadas y gente mayor.

Y son sus alumnos quiénes también les dan crédito a sus dichos. Valeria Pérez Martino, una estudiante que al final de la sesión quedó colgada de la cabeza, y sin sostenerse con los brazos, destaca que la práctica le sirvió para aprender a respirar y, fundamentalmente, para sacar afuera sensaciones y situaciones. “Me encanta, me hace bien”, dice.

En definitiva, en este mundo alborotado y frenético está ocurriendo una revolución. Una antigua práctica sagrada está pasando por un período de popularidad sin precedentes. La meditación va abriéndose caminos.

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Las acrobacias en telas se fugaron del circo y entraron a los gimnasios
Son casi las 20 en el corazón de Marcos Paz, la zona más antigua de Yerba Buena. En un salón de techos altos, situado al costado de la avenida Aconquija, un grupo de mujeres toma su clase semanal de acrobacias en tela. Las aprendices tienen entre 11 y 40 años, se encuentran colgadas a unos cuatro metros del suelo y, de un momento a otro, van a soltarse, caerán dando giros y acabarán con las narices a centímetros del piso, suspendidas otra vez.
Escape. Eso se llama escape, y cada vez son más las personas que lo practican. De entre todas las disciplinas aéreas, la acrobacia en tela es, tal vez, la más pujante en esta ciudad. De hecho, los alumnos -mujeres, en su mayoría- no sólo se ejercitan en los gimnasios, sino también en las casas. Por eso, en los jardines yerbabuenenses se ha vuelto habitual observar tiras de acetato, enganchadas de los árboles.
Natalia González -instructora de tela- explica que consiste en el armado de coreografías y acrobacias en el aire. Las alturas llegan, comúnmente, a los ocho metros de distancia del suelo. "En esta práctica es muy importante la consciencia corporal. Cuando uno se sube al elemento, debe estar concentrado en ese momento", advierte.
Sofía Bigliardo -otra instructora- añade que la adrenalina de los ejercicios aéreos no tiene comparación. "Se trata de un deporte nuevo, distinto. Se trabaja con el peso del cuerpo", dice. Hay quienes aseguran que estas prácticas tienen su origen en la antigua India, donde los maestros espirituales hacían yoga colgados de unas cuerdas. Otras personas aseguran que el gran impulsador de esta pasión es el circo. Pero sea cual fuere su origen, se propaga.
Lucía Bussi -propietaria de un espacio de entrenamiento- asegura que las acrobacias aéreas, como tela, trapecio y lira, crecieron en los últimos dos años. "Se han puesto de moda. Se trata de una tendencia que ha obligado a los gimnasios a incorporar métodos en altura".
En la primera clase, el estudiante aprende a trepar. A usar la tela como si fuese una escalera. A tocar el techo con sus manos. Se dice fácil, pero créanlo: hay que vivir la experiencia en carne propia para sentir el rigor de la realidad.
Al cabo de de un mes, a razón de dos sesiones por semana, ya es posible colgarse del revés. Estas inversiones tienen numerosas ventajas, tanto físicas como psíquicas. Se sabe que mejoran la postura, oxigenan el organismo, incrementan la flexibilidad y fortalecen los músculos.
También los pupilos destacan los provechos. Camila Bustos, por ejemplo, tiene 11 años y practica tela desde los seis. Cuenta que, cuando está arriba, se siente libre. "A veces tengo miedo. Hay que ser valiente para subir y tirarse haciendo piruetas". Sofía Dufayard dice que en la tela cuelga sus nervios. "Aquí dejo el estrés. Cuando me voy, me siento relajada". Micaela Molina Mayer se asombra de sus logros. "De repente, estaba haciendo las mismas cosas que los artistas del circo". La italiana Mariangela Bulzacchelli, quien en unos meses regresará a su país, adelante que, cuando lo haga, buscará dónde continuar dónde retomar las clases.
"La base de las artes circenses es confiar en uno mismo y, al mismo tiempo, confiar en los demás. Muchos ejercicios se hacen en equipo. Es importante saber que el compañero no te va a soltar", concluye Sofía, la instructora, con aire reflexivo.
Quizá sería útil aplicar eso también a nuestra vida diaria, menos volátil, pero igual de arriesgada.

El pole dance despierta los instintos
Hoy vas a ser un gato. Caminá en puntas de pies, como lo haría un felino sobre una pared. Una pierna pasa por delante de la otra, una y otra vez. Apoyá tu mano derecha en el caño. Acaricialo. Luego, empezá a moverte más rápido: vas a necesitar de la fuerza centrífuga. Un paso, dos pasos, tres. Agarrate de la barra y ¡saltá! ¡Girá! ¡Volá! Y mientras das vueltas en el aire, abrazá el tubo con las piernas. Doblá tu cabeza hacia un costado, hasta recostarte en el suelo.
Ahora vas a ser una serpiente. De a poco, ponete de pie. Y llevá tu pecho hacia el caño. Apoyalo. Después tu panza. Y, finalmente, la pelvis. Hacelo como si fueras una víbora deslizándose sobre un tronco. Pecho, panza, pelvis. Pecho, panza, pelvis. Repetí ese serpenteo. Y, al cabo, cuando te creas un animal salvaje, parate junto a la barra, enganchá tu axila en el acero frío. Y preparate para lo mejor. Vas a invertirte.
Es tiempo de ser un mono. Con tu brazo colocado como traba, sostenete del caño con ambas manos. Enseguida abrí tus piernas, como tijeras, y llevalas hacia arriba, con toda tu fuerza. Contraé tus abdominales. Y así, en lo que dura un suspiro, te habrás colgado de la barra giratoria, con la cabeza hacia abajo y las piernas arriba. Aunque no lo creas, sólo tus empeines te sostienen.
¿Te ha gustado? Eso es pole dance. Una forma de vida. Una adicción. La sensación de estar en el aire. En Yerba Buena, al menos tres gimnasios han incorporado esta disciplina a sus prácticas aéreas, que cada vez son más requeridas por los clientes. Dice Lucinda Inés Santillán -instructora de pole dance desde hace cinco años- que la primera intención de sus alumnos es trepar lo más alto posible. Ella, no obstante, les enseña a hacerlo de a poco.
Luego vienen las primeras figuras acrobáticas y las coreografías en tacones, en algunos casos. Como su nombre lo indica, el pole requiere de un caño vertical, sobre el cual se realizan diferentes movimientos, como giros, ascensos, deslizamientos e inversión del cuerpo.
Debido a que incluye técnicas de acrobacia y de gimnasia artística, es una actividad deportiva de alto rendimiento. "El pole es un desafío con uno mismo. Para mí, es lo máximo. Ha significado mucho en mi vida. Cuando estoy en mi caño, me siento feliz. Siento que toco el cielo", dice Lucinda.

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