Las acrobacias en telase fugaron del circo

Las acrobacias en telase fugaron del circo

 la gaceta / fotos de diego aráoz la gaceta / fotos de diego aráoz
Son casi las 20 en el corazón de Marcos Paz, la zona más antigua de Yerba Buena. En un salón de techos altos, situado al costado de la avenida Aconquija, un grupo de mujeres toma su clase semanal de acrobacias en tela. Las aprendices tienen entre 11 y 40 años, se encuentran colgadas a unos cuatro metros del suelo y, de un momento a otro, van a soltarse, caerán dando giros y acabarán con las narices a centímetros del piso, suspendidas otra vez.

Escape. Eso se llama escape, y cada vez son más las personas que lo practican. De entre todas las disciplinas aéreas, la acrobacia en tela es, tal vez, la más pujante en esta ciudad. De hecho, los alumnos -mujeres, en su mayoría- no sólo se ejercitan en los gimnasios, sino también en las casas. Por eso, en los jardines yerbabuenenses se ha vuelto habitual observar tiras de acetato, enganchadas de los árboles.

Natalia González -instructora de tela- explica que consiste en el armado de coreografías y acrobacias en el aire. Las alturas llegan, comúnmente, a los ocho metros de distancia del suelo. “En esta práctica es muy importante la consciencia corporal. Cuando uno se sube al elemento, debe estar concentrado en ese momento”, advierte.

Sofía Bigliardo -otra instructora- añade que la adrenalina de los ejercicios aéreos no tiene comparación. “Se trata de un deporte nuevo, distinto. Se trabaja con el peso del cuerpo”, dice.

Hay quienes aseguran que estas prácticas tienen su origen en la antigua India, donde los maestros espirituales hacían yoga colgados de unas cuerdas. Otras personas aseguran que el gran impulsador de esta pasión es el circo. Pero sea cual fuere su origen, se propaga.

Lucía Bussi -propietaria de un espacio de entrenamiento- asegura que las acrobacias aéreas, como tela, trapecio y lira, crecieron en los últimos dos años. “Se han puesto de moda. Se trata de una tendencia que ha obligado a los gimnasios a incorporar métodos en altura”.

Escalera al cielo
En la primera clase, el estudiante aprende a trepar. A usar la tela como si fuese una escalera. A tocar el techo con sus manos. Se dice fácil, pero créanlo: hay que vivir la experiencia en carne propia para sentir el rigor de la realidad.

Al cabo de de un mes, a razón de dos sesiones por semana, ya es posible colgarse del revés. Estas inversiones tienen numerosas ventajas, tanto físicas como psíquicas. Se sabe que mejoran la postura, oxigenan el organismo, incrementan la flexibilidad y fortalecen los músculos.

También los pupilos destacan los provechos. Camila Bustos, por ejemplo, tiene 11 años y practica tela desde los seis. Cuenta que, cuando está arriba, se siente libre. “A veces tengo miedo. Hay que ser valiente para subir y tirarse haciendo piruetas”. Sofía Dufayard dice que en la tela cuelga sus nervios. “Aquí dejo el estrés. Cuando me voy, me siento relajada”. Micaela Molina Mayer se asombra de sus logros. “De repente, estaba haciendo las mismas cosas que los artistas del circo”. La italiana Mariangela Bulzacchelli, quien en unos meses regresará a su país, adelante que, cuando lo haga, buscará dónde continuar dónde retomar las clases.

“La base de las artes circenses es confiar en uno mismo y, al mismo tiempo, confiar en los demás. Muchos ejercicios se hacen en equipo. Es importante saber que el compañero no te va a soltar”, concluye Sofía, la instructora, con aire reflexivo.

Quizá sería útil aplicar eso también a nuestra vida diaria, menos volátil, pero igual de arriesgada.

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